Hace unos días mi hermano, ingeniero de 29 años, me dijo que ya no veía noticias o intentaba no hacerlo: “La vida ya es suficientemente complicada para, además, estarme enterando de cosas horribles todos los días”. Estas ganas de no saber lo que sucede en el mundo es una reacción cada vez más común. Y aunque podría tener sentido, es peligrosa para nuestro futuro.
El Digital News Report 2022 del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo de la Universidad de Oxford explica esta tendencia: “Hay una desconexión creciente (en el mundo) entre el periodismo y la audiencia, con fenómenos como una caída en la confianza, un declive en el interés por las noticias y un aumento de quienes las evitan a propósito”.
Agrega que mucha gente dice que las noticias le producen “un efecto negativo en su estado de ánimo”. También que un porcentaje significativo de “personas jóvenes y menos educadas dicen que evitan las noticias porque pueden ser complicadas de seguir o de entender”.
Esta fatiga informativa viene después de un interés creciente por las noticias al inicio de la pandemia de covid-19. Pero esta ya no solo es sobre temas de salud, sino también sobre política y otros temas importantes. En promedio, dice el informe, cuatro de cada diez personas de la muestra total dicen que confían en la mayoría de las noticias la mayor parte del tiempo. En México solo 37 por ciento de los encuestados cree en ellas.
Tiene sentido quererse olvidar de lo que sucede en el mundo. Concuerdo con mi hermano en que los días a veces no necesitan más carga de muertos, corrupción, inflación y guerras. El problema es que estamos en un momento de crisis global con una guerra a las puertas de Europa, desabasto de combustibles, crisis climática, el desgaste de Estados Unidos y Occidente como potencia mundial, el avance sin freno de la ultraderecha, una crisis económica en el horizonte y, sobre todo, un desprecio por los valores democráticos que empieza a expandirse.
A eso hay que sumar que, desde hace unos años, las noticias falsas y la posverdad han creado la ilusión de que todo es relativo y que pueden cuestionarse incluso las cosas más básicas y ya plenamente demostradas, como que la Tierra es redonda o que las vacunas funcionan.
Los periodistas, creadores de contenido y los medios tenemos gran parte de esta culpa. No hemos podido simplificar el lenguaje, o explicar y contextualizar mejor la información compleja. Quizá incluso volverla más humana y menos agobiante para la gente. Pero también es cierto que no podemos obligar a la sociedad a que le importe lo que sucede en el mundo.
Esta situación, por supuesto, es funcional para los gobiernos. En especial para aquellos que transitan por el camino del autoritarismo y que insisten en atacar a la prensa y a los datos reales. Ciudadanos menos informados son más fáciles de manipular, más maleables ante medias verdades o mentiras claras, ante los “otros datos” de las autoridades.
Es un momento crucial para preguntarnos, desde el periodismo pero también desde la sociedad civil, qué podemos hacer ante esta caída en el interés y la credibilidad de las noticias en un momento clave para el mundo. Eso si queremos que la verdad siga teniendo algún valor en el futuro.
Mael Vallejo@maelvallejo