El drama del veto de la app china TikTok en Estados Unidos parece llegar a su fin con ganadores muy claros: el presidente Donald Trump y su círculo cercano de empresarios. El mandatario anunció que, para evitar el cierre de la app en ese país, un grupo de inversionistas estadunidenses ocupará seis de los siete asientos en el consejo de administración. La empresa china ByteDance, creadora de TikTok, poseerá menos de 20% de esta nueva corporación.
Entre estos inversionistas —que controlarán el algoritmo de la versión estadunidense de la app— están el leviatán tecnológico Oracle, y su presidente, Larry Ellison, uno de los mayores aliados trumpistas; Rupert Murdoch, de Fox Corporation; y Michael Dell, director ejecutivo de Dell Technologies. Todos ellos, empresarios “patriotas que aman a Estados Unidos”, según la Casa Blanca.
Al final, lo que ya consiguió Trump es meterse en la bolsa a la última gran plataforma tecnológica que le faltaba. Ya tenía a Meta, X, Google, Microsoft, Apple y Amazon. Hoy ya tiene a la app que mayor crecimiento ha tenido en Estados Unidos, la más utilizada por los centennials y la que todos quieren replicar. También ha logrado acuerdos importantes con las grandes empresas de datos e inteligencia artificial, como OpenAI –y su proyecto Stargate–, xAI o Palantir.
Estas grandes empresas tecnológicas, a las que les entregamos nuestra atención, tiempo y datos personales todos los días, hoy juegan un papel político crucial, porque no hay forma de separar a la tecnología de nuestra cotidianidad: todo pasa por ella. En las redes nos informamos, nos entretenemos, nos comunicamos, nos enamoramos y formamos nuestra percepción de la realidad.
Por eso, lo que nos muestran —o no nos muestran— estas plataformas y sus algoritmos modifica la forma en la que vemos, entendemos y nos movemos en el mundo. Que un autoritario como Trump tenga doblegadas, o en su círculo cercano, a todas las plataformas digitales solo hace que crezca la amplificación de sus mensajes de odio y de quienes lo apoyan, y silencia las críticas a su mal gobierno y sus violaciones a los derechos humanos. También aumentan la desinformación, las mentiras y la falta de discernimiento sobre lo que es verdad y lo que no, como sucede con una parte del contenido generado con inteligencia artificial: si ya no sabemos qué es real y qué no, entonces todo puede ser manipulado.
Desde la toma de protesta de Trump, cuando los CEO de todas estas grandes empresas tecnológicas acudieron a reverenciarlo, sabíamos que era el inicio de una era donde las plataformas serían simbióticas con el poder político. Los cambios en las políticas de diversidad, verificación de datos y regulación del contenido en pos de una supuesta “libertad de expresión” —una de las mayores falacias trumpistas— lo dejaron aún más claro. Y los pagos millonarios que han hecho este año para resolver las demandas que presentó Trump por ser suspendido de las plataformas después del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 solo confirman que se han doblegado —o aliado— por completo.
TikTok, el gigante chino, fue el último en caer. Hoy Trump y sus aliados ya tienen a todas las plataformas digitales en donde pasamos gran parte del día, y necesitamos ser conscientes de eso cuando las usamos. Hoy la tecnología también forma parte de la política y del poder.