Nació en 1962, con una miopía que avanzó hasta quedar sin ver; pero nada le impidió sortear obstáculos y estudió dos carreras; fundó una asociación para ciegos, en Córdoba, Veracruz, ciudad de la que fue regidor; ingresó a la Cámara de Diputados, donde corrige proyectos de ley, y escribió un libro, Me atreví a soñar sin ver, en el que narra su vida. Pero no todo fue angustia, pues con el tiempo afinó su humor y el timbre de voz.
Luis Alfonso Castillo Pardo guarda en su memoria infinidad de anécdotas, sin olvidar el día en que, allá por los 70, muy joven, le comentó a su madre la intención de conocer el mar, a lo que el padre se opuso, pero ella, con la intuición de mujer, intercedió: “Déjalo que vaya, porque tal vez sea la primera y última vez que vea el mar”.
Y no se equivocó.

Y Luis Alfonso, quien solo veía con un ojo, se hizo acompañar de un amigo de la infancia, ambos de la misma paupérrima colonia La Conchita, y durante horas observaron las olas del Golfo de México que bañaban las playas del puerto de Veracruz. Dos años después quedaría ciego.
La enfermedad de Luis Alfonso fue gradual, pero no solo él la padeció, sino dos de sus hermanos y su madre.
Más tarde se matrimonió con una muchacha de su misma condición, compañera de la Escuela Nacional de Ciegos, y procrearon una niña, que ahora estudia en el Instituto Politécnico Nacional; todos los días la acompaña a que suba al camión. Hace años quedó viudo y se volvió a casar.
“Yo nací con una fuerte miopía y quedé ciego del ojo izquierdo, a los 8 años, por desprendimiento de retina; después, a los 18 años, por la misma razón, se me desprendió la retina del ojo derecho”, resume Luis Alfonso.
—¿La pérdida fue lenta?— se le pregunta en su departamento de la alcaldía Venustiano Carranza.
—Del ojo izquierdo quedé sin ver, digamos, prácticamente en un día y del ojo derecho también.
—¿Cómo fue?
—El 12 de agosto de 1981 por la mañana, cuando me desperté, me apareció una manchita en el ojo derecho, que era único con el que veía, y durante el día la manchita fue avanzando, avanzando, cubriendo el ojo; ya para en la noche estaba toda la manchita en todo el ojo.
—¿Y después?
—Del primero también fue rápido, en un día; del segundo empezó en la mañana y ya para la noche no veía yo.
—¿Tenías la idea de que ibas a perder la vista?
—Cuando quedé ciego del ojo izquierdo eso pronosticó mi oftalmólogo a mi mamá: que yo algún día iba a quedar totalmente ciego.
***
Yo soy una persona creyente y hay una parte del libro que escribí que se llama Mi diálogo con Dios; pero yo-no-dialo-gué-con Dios, yo-me-peleé-con Dios, él dialogó conmigo, y sentí un diálogo muy bonito, muy constructivo, pero después tuve un testimonio muy fuerte, porque al otro día —mi mamá acostumbraba a escuchar las noticias en la radio— oí en la radio a una conductora de noticias que dijo:
“Estamos solicitando la ayuda del auditorio para un niño de 10 años que no puede caminar y él quiere terminar su primaria”.
A mí me llamó mucho la atención eso, y después, continuó hablando la locutora: “Este niño tiene solo seis meses de vida”.

Y a mí me sorprendió mucho porque pensé: “A ver, tiene seis meses de vida y quiere terminar su primaria” y para eso quiere su silla de rueda, para estar yendo a la primaria; digo, comparado con ese niño, yo no tengo la vida limitada, y pensé que yo sí podía hacer muchas cosas todavía: tenía una buena familia, tenía amigos…
Sí, es verdad que yo no veía, pero consideré que tenía cierto nivel de inteligencia: que podía hablar, mover mis brazos, mis piernas; digo, pues es cuestión que me rehabilite y creo que sí puedo hacer muchas cosas. A partir de ahí empezó a cambiar mi vida.
***
Y aquel tiempo, en 2009, superada la depresión, comenzó a escribir una columna en un diario local, a la que se dio el lujo de titular ¡Y aguas que no veo! Apareció por primera vez en mayo de ese mismo año.
Pero volvamos a la ceguera de este hombre que no pierde el buen humor, no obstante, los duros años que pasó, a tal grado que pensó en suicidarse.
“Yo siempre digo que los jóvenes de 18 años lo vemos todo color de rosa, yo lo veía color de rosa como joven, y de repente lo veo oscuro, todo negro, o sea, totalmente ciego”, reflexiona.
—¿Qué fue lo más duro que pensaste?
—Un día quise atentar contra mi vida, porque me sentía muy deprimido. Imagínate a que gradó llegó mi depresión que, recuerdo, en una ocasión estaba yo comiendo y uno de mis hermanos rompió una guitarra; le dije a mi mamá y ella me dijo: “Después lo regaño”. Y a mí me dio tanto coraje que me levanté y aventé mi plato contra la ventana, de que mi mamá no hizo nada; pero era un acto de mucha desesperación y depresión por la ceguera.
El médico ya le había advertido en la primera consulta que no había posibilidades de recuperar la vista.
—¿Qué más dijo?
—“Mira, me dijo, nos acabamos de meter en un problema: tienes la retina totalmente desprendida, yo sé lo que estás pensando: irte a la Ciudad de México, pero ni allá ni en Houston ni en Japón vas a volver a ver”. Cuando después de que tomé conciencia de eso y me pasa lo del niño, ya mi desesperación era por rehabilitarme, por entrar a una escuela para ciegos.

Y a partir de aquel día su vida dio un giro; entonces Luis Alfonso Castillo Pardo, según recuerda, comenzó a tener aspiraciones y sueños, como dice, y viajó a Ciudad de México e ingresó a la Escuela Nacional para Ciegos, en la calle Mixcalco, donde comenzó a rehabilitarse.
“Cuando uno queda con una discapacidad y supera uno esa parte del duelo, hay quienes dicen que uno se vuelve más astuto, que se vuelve más perseverante, más luchón frente a la vida, y fue algo de lo que a mí me pasó”.
—Eso fue lo que pasó contigo y regresas a Córdoba.
—Sí, porque mi sueño era fundar una escuela para ciegos en Córdoba, y además estudiar en Veracruz.
En 1984 ingresó al bachillerato y siembra la semilla para fundar la escuela, a la que se sumaron otras personas; dos años más tarde rindió sus primeros frutos. “Y después me fui a la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación al puerto de Veracruz”.
—¿Por qué esa carrera?
—A mí desde niño me ha gustado hablar mucho, pero me ocurría algo paradójico: yo no hablaba. Hasta que quedé ciego comencé a hablar más. ¿Por qué no hablaba? Yo sufrí mucho bullying en la primaria y en la secundaria. Era El cuatrojos, El cuatro lámparas, y eso bajó mucho mi autoestima, al grado de que me volví muy introvertido. Has de cuenta que yo llevaba un locutor adentro, un conferencista adentro, que quería hablar y por lo tanto por esa baja autoestima no hablaba.
—Y perseveraste.
—Mira: yo llevaba a mis hermanos a las cabinas de radio, porque a ellos les gustaba cantar; eran unos niños, menores que yo, yo los metía en las cabinas y me salía corriendo: no sea que se le vaya ocurrir al locutor pedirme que hable al micrófono; yo tenía mucha timidez, pero no era porque yo no quisiera, pues por dentro sí quería; cuando yo quedo sin ver, le dije a la sicóloga: “Dentro de todo, lo que me consuela de la ceguera hay algo”. Y me dijo: “Cómo, qué te puede consolar de la ceguera”. Le contesté: “Que jamás en mi vida voy a volver a utilizar los lentes de fondo de botella”.

—¿Eso le dijiste?
—Sí, y entonces comencé a retomar mi vida y digo: “A ver, qué es lo que quiero hacer en la vida”. “Voy por lo que yo siempre he querido ser”, porque a mí me gustó mucho el poder que tiene la palabra hablada y yo quise prepararme para hablar y fui con un locutor y me dijo: “No, no, ser locutor es muy difícil, muy complicado, no creo que vayas a poder ser locutor”.
Y es que su vida era navegar contra viento y marea, pues de chico había sufrido burlas, pero eso lo impulsaba más, ya que mientras le decían que no se podía, él se aferraba. Y a la sazón se preparó para ser locutor.
—¿Y qué sentiste de lo que te dijo aquel locutor?
—Pues que ese locutor me ayudó mucho porque me picó el amor propio, y yo dije: “No solo voy a ser locutor, sino licenciado en Comunicación”. Y por eso estudié la carrera de Comunicación. Comencé a conocer lo que es la locución y cosas que me servían para poder hablar. Y te puedo decir que al día de hoy todas las puertas que se me han abierto han sido por la facultad de hablar.
—Cómo es la naturaleza, ¿no?
—Eso le llaman que detrás de una desgracia puede haber una bendición escondida; fue lo que me ocurrió a mí.
—Sí, pero no a todos les pasa.
—No, no a todos; de hecho, yo he tenido compañeros ciegos que en lugar de que la ceguera abone para bien, han sufrido depresiones, han caído en alcoholismo, en drogadicción, y, bueno, en un abandono total de sus personas.

También estudió la carrera de licenciado en Derecho, misma que le ha servido como proyectista legislativo en San lázaro, donde forma parte del equipo técnico, desde 2007, en la Comisión de Relaciones Exteriores, instancia con la que está agradecido, pues han hecho adaptaciones en instalaciones.
“Yo llego a una conclusión: que cuando llegamos a la Escuela Nacional para Ciegos, cada quien construye su propio futuro con esfuerzo o con apatía, pero cada quien construye su propio futuro”, reflexiona Luis Alfonso.
Y sigue construyendo el suyo, su futuro, pues en su departamento adaptó una cabina para grabar contenidos en audio; además, piensa dar otro salto para trabajar como conferenciante en desarrollo y crecimiento personal, pues cuenta con las principales herramientas y la historia de su vida.