En noviembre de 1985 comencé a dar clases en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM, misma institución en la que cursé la licenciatura en Periodismo y Comunicación Colectiva. Ya son 38 años de labor docente.
Me titulé con una tesis sobre radio, que terminé (nunca dejaré de agradecérselo) gracias a la ayuda y presión de la maestra María de Lourdes López Alcaraz, mi querida asesora y hoy gran amiga.
Con ella misma fundé en 2003 un seminario de titulación que sigue vivo, y que ha permitido que alrededor de 400 egresados de cuatro licenciaturas concluyan satisfactoriamente este proceso académico. Conozco, pues, lo difícil que es elaborar un trabajo de titulación.
Entre los muchos autores que utilizo para mis clases están varios del inolvidable Vicente Leñero (Manual de periodismo y Talacha periodística, son dos de ellos), autor al que leo y releo con frecuencia, y de quien me encontré recientemente el libro Escribir sobre teatro, una recopilación de textos que el gran Leñero publicó a lo largo de varias décadas.
El libro abre con el texto titulado Teatro y autores del siglo XIX, publicado originalmente en 1993 en el tomo XVII de la colección Teatro Mexicano, historia y dramaturgia, coordinada por el maestro Héctor Azar.
En el apartado Los dramaturgos y sus obras, Leñero ejemplifica con siete textos y sus autores la situación de esta actividad en esa época. Entre ellos, incluye Los martirios del pueblo, escrito por Alberto G. Bianchi, un periodista que además tuvo varios afortunados acercamientos a la escena.
Recuerda Leñero que en 1876 se estrenó el montaje de Los martirios del pueblo, un ensayo dramático (como le llamó su autor) en el que se criticaba “el sistema de leva que dejaba desamparadas a muchas familias y que el presidente Lerdo de Tejada implantó durante su gobierno”.
El sistema de leva, vale la pena recordar, es la práctica del reclutamiento obligatorio de la población civil para servir en el ejército.
En Los martirios del pueblo, Bianchi cuenta como dos de los protagonistas son víctimas de dicha práctica. Casi al final de la obra, el personaje de Gerónimo afirma: “Yo no puedo tolerar un gobierno que castiga el plagio y se convierte en plagiario. ¿Con qué derecho se castiga al criminal del orden común y no al que ocupa los escaños del poder”.
Creo que no hace falta subrayar mi sorpresa al leer este diálogo y conectarlo con la situación que hemos visto recientemente sobre la tesis de la ministra Esquivel y la defensa a ultranza que el gobierno ha hecho de ella.
Volviendo a Leñero, cuenta que el estreno de aquella obra fue apoteósico, y el autor fue sacado en hombros del teatro entre gritos de viva el teatro y muera el gobierno, encabezado entonces por Sebastián Lerdo de Tejada.
Se ordenó detener a Bianchi, quien fue condenado a un año de prisión. Finalmente estuvo en la cárcel sólo seis meses, gracias al triunfo de la revolución de Tuxtepec y la llegada de Porfirio Díaz a la capital del país, quien lo liberó.
Los martirios del pueblo volvió a presentarse en dos ocasiones más, con un éxito histórico.
Ahora, siglo y medio después, aquel diálogo vuelve a cobrar fuerza y actualidad.
Gracias a Alberto G. Bianchi y a Leñero por traerlo a la actualidad, por mostrarnos que el teatro ha sido, es y debe ser, mucho más que un divertimento insulso.
El buen teatro es y debe ser al mismo tiempo espejo y escaparate de la sociedad que lo genera.
Escribir sobre el teatro es una publicación de ediciones El milagro, que comandan Daniel Giménez Cacho, Pablo Moya, David Olguín y Gabriel Pascal; y que tiene un catálogo admirable.
Hugo Hernández