En la casa, en Monterrey, vive un perrito. Se llama Alex y la regla de convivencia es solo una: normal, es insoportable, pero si guarda silencio es de miedo, porque puede estar haciendo cualquier cosa, casi siempre una diablura mayor. En las carreteras de México pasa algo parecido: hay un silencio serio, casi ominoso, que a la luz de la experiencia dice una sola cosa: la Cuarta Transformación está haciendo de las suyas.
En efecto. A poco que levanta uno la cobija, se notan las patas de la nueva gestión. La bolsa es gorda: casi 2 mil 274 millones de pesos se destinaron al mantenimiento de la red carretera. Eso es mucho dinero y seguramente se asignará en procesos transparentes y competitivos, como corresponde a un gobierno honesto.
¿Ah, no? No. Se asignaron 399 contratos, y solo uno, de seis millones de pesos, se concursó. Para los demás crearon algo llamado licitación restringida que, por más que le busque uno, no hallará nada: es un invento de las huestes de Javier Jiménez Espriú para repartir ese dinero a modo. ¿Cómo era aquello de por encima de la ley, nadie?
Pero todo se vale en nombre del interés superior del pueblo. En realidad se trata de un proceso de invitación a empresas dizque para repartir los fondos entre constructoras locales. Fernando Gutiérrez documentó cómo el proceso se usó en Sonora para repartir 92.6 millones entre empresas locales. Y Arturo Ramos hizo lo propio para señalar cómo se repartieron casi 122 millones de pesos en Veracruz y poco más de 119 millones en Jalisco. En este reparto a Nuevo León le tocan 57 millones, mientras que a Guerrero le caen más de 125 millones.
Porque el asunto es cómo se reparte ese dinero: no es para todos los constructores. Es solo por invitación y es solo para los afiliados a la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción, que llegan apenas a uno de cada cinco que hay en el país, lo que está dejando fuera a 80 por ciento de los constructores.
Además traen tal desbarajuste que solo unos cuantos funcionarios de la SCT tienen fondos; los demás siguen peleando con los superdelegados o con el caos, sin que las obras asignadas puedan en verdad empezar. No somos iguales, dice El Peje. Es cierto: en no pocos casos son peores.