Las proyecciones de crecimiento de los países latinoamericanos apuntan a algo que conocemos muy bien: números insuficientes de expansión que no garantizan las mejorías que se requieren en una región en la que más de 200 millones de personas viven en condiciones de pobreza. De acuerdo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el crecimiento latinoamericano promedio en 2025 será de 2.4 por ciento, en tanto para 2026 la proyección es de 2.3 por ciento. Ergo, en la región más desigual del mundo seguimos en la trampa del escaso crecimiento y de la mala distribución de la riqueza.
Una lectura recurrente de los periódicos en 2025 apunta a la incertidumbre, a los aranceles, la guerra comercial y, en general, al mal entorno internacional como las causas del poco dinamismo latinoamericano. Pero detrás de esta coyuntura se incuban los factores estructurales que limitan la expansión sostenida de nuestras economías: la desigualdad en el acceso a la educación, la salud y las oportunidades en el mercado laboral, la mala calidad educativa, la elevada informalidad, la corrupción sistemática, la baja productividad y la escasa capacidad de innovación en economías acostumbradas a la dependencia de pocos rubros y de las materias primas.
El escenario latinoamericano está lleno de retos y obstáculos imbricados: la región necesita mejorar sus niveles de crecimiento y desarrollo para enfrentar la desigualdad, pero es la misma desigualdad estructural la que limita el crecimiento y el desarrollo. Millones de personas necesitan acceder a la educación para salir de la pobreza, pero por la misma pobreza millones de personas no acceden al sistema educativo o tienen que desertar. La región necesita mejorar su inversión educativa, tanto en cantidad como en calidad, para mejorar la productividad, fortalecer la economía y generar riqueza, pero siempre hay una urgencia o una excusa para postergar lo educativo.
En los años 80 se habló de una década perdida. Lo mismo dijo la Cepal de los resultados entre 2015 y 2024: apenas 0.9 por ciento de crecimiento promedio. Pero no se trata sólo de los malos números en los grandes indicadores sino de los grandes problemas sociales no resueltos, como la pobreza, la desigualdad, la marginalidad y la exclusión de millones de personas de los sistemas educativos, de salud y de la vivienda. Lo social ha sido largamente postergado en nuestros países al mismo tiempo que se ensanchan las desigualdades y los malestares.
A sabiendas de que el contexto internacional es poco favorable y de que los vientos externos no resuelven problemas internos, la gran cuestión es cómo romper la trampa del escaso crecimiento, la mala distribución de la riqueza, la informalidad y los empleos de mala calidad. Deberíamos ser prácticos e invertir en lo que está en nuestras manos mejorar: la educación, la salud, los emprendimientos, las pequeñas y medianas empresas, la infraestructura y fundamentalmente la gente. Las coyunturas siempre cambian pero lo que queda es lo que desarrollamos desde dentro.