Hace cinco años utilicé este espacio para platicar sobre el fin de un proyecto radiofónico que tuve a mi cargo por más de 13 años: RMX.
Era otro México el del 2019. No habíamos padecido una pandemia -con todos los problemas económicos, sociales y mentales que dejó-, Tik Tok era un eufemismo y la idea de Elon Musk como dueño de Twitter era imposible. ¡Vamos! El siquiera pensar que Twitter podría cambiar su nombre por el desabrido X era una idea suicida.
Pero aquí estamos, en una sociedad más polarizada, con un uso menos afortunado de la comunicación digital, con mayores divisiones y un sinfín de retos que se dejan de lado a partir de la propaganda y el control de la narrativa por parte de actores de poder.
Seguro en esa estación hubiéramos hablado de la crisis de desparecidos, de lo inaceptable que es normalizar la violencia y el asesinato de más de 70 mexicanos diarios, de lo tremendamente reprobable que es el tener un sistema de salud desmantelado, de lo cuestionable de la ideologización de la educación, del juego de números para hablar de una mejora económica pese al aumento de precios y la inflación imbatible, de la propaganda sin fin pagada con dinero público a través de redes digitales y, claro, de la mediocre oposición que no ha entendido que las posiciones que defienden -el hueso, pues- lo perderán a partir de su enorme descrédito, lejanía y corrupción presente y pasada.
Pero el concepto no existe hoy y el espacio no ha sido llenado por nadie. De hecho, la situación del cuadrante tapatío día con día es más patética: el público que sintonizaba estaciones musicales ha migrado hacia plataformas de streaming donde se vive la ilusión de que no existe la payola o la guía mercenaria de la audiencia por encima de la calidad o la novedad. Enquistada en los intereses de gerentes y dueños, las frecuencias de Guadalajara suenan no en concordancia con la necesidad de la población tanto en los formatos musicales como hablados.
Solo estas dos semanas ha sido relevante este dato: en medio de la incertidumbre sobre los resultados de las elecciones estatales y municipales, los espacios informativos prefirieron tejer sobre alegatos en lugar de investigar, reportear y aclarar cuestiones tan necesarias como los alegatos de fraude y su sustento.
La pauperización de sueldos ha convocado a talento con poca referencia y preparación a espacios que sirven poco a la discusión pública, el debate de idea y la exposición de lo notorio y novedoso. A eso, hay que agregar el notorio interés político-electoral de un sector de la comentocracia y la adopción como nuevos totems a influencers y personajes del mundo digital para obtener la combinación perfecta para el estancamiento de la legacy media tapatía.
Hoy, además de mi colaboración en espacios tradicionales de radio y televisión, soy parte de un equipo que impulsa una estación de radio digital que marca decenas de miles de escuchas diarios, un número sorprendente para un proyecto que no se promociona o publicita y que no tiene una salida sencilla para competir en espacios donde los datos no sean gratuitos, como lo es en autos -lugar donde la radio aun pudiera ser necesaria-.
Pero el número habla de dos cosas: el enorme arraigo que, un lustro después, no se ha perdido con la audiencia de Guadalajara -lugar donde se reciben la mayor cantidad de conexiones- y la ausencia en el cuadrante de algo que atraiga a ese público.
En estos cinco años, no solo perdí una frecuencia, obvio perdí mucho más. Algunas de esas cosas ya estaban perdidas desde antes y la extinción del concepto solo corroboró la hipótesis sobre intereses y lealtades. Pero así es el mundo de la radio: apasionante, divertido, lleno de egos y traiciones pero único para ser motor de cambio social.
No, un lustro después, no es una mejor ciudad la que vio nacer a RMX.
Pero eso no quiere decir que no puede mejorar en todos los aspectos, incluido el mediático.
Y en ello, claro, un festival.