El martes en la tarde transitaba en la carretera que une San Miguel de Allende con el Aeropuerto del Bajío. Es un camino angosto de un solo carril de ida y vuelta, utilizado ante el bloqueo de la autopista por parte de trabajadores del campo que, pese a lo anunciado en la mañanera, notan aceptado las condiciones para comercializar el maíz con un precio que no les conviene ni les ayuda a subsistir según dicen ellos.
Ahí, a la mitad del camino y con una pésima señal celular –la constante en los senderos mexicanos–, recibí un video con una sugerencia: “atención en el segundo 40”.
En un inicio, el fragmento parecía lo de siempre: la presidenta saludando en las calle del centro histórico capitalino a ciudadanos que la veían. El típico control de daños diseñado por los expertos en propaganda del régimen para intentar paliar la caída en menciones positivas tras el asesinato del alcalde de Uruapan y la muy mala respuesta presidencial del lunes posterior a la ejecución.
Sin embargo, algo cambiaba en este video de otros parecidos tanto de Sheinbaum como de López Obrador. Un individuo, con raro actuar desde su llegada al grupo de personas que se tomaba selfies con la presidenta, insistía en tomarse una foto, primero fue apartado por una persona para, después, insistir en tomarse su placa.
Lo que sigue es totalmente inusual: el individuo le pide al asistente la Claudia Sheinbaum que tome su teléfono celular y que le tome la fotografía. El agente de seguridad accede y, en lugar de proteger a la presidenta, ¡Toma el celular en sus manos y comienza a buscar como activar la cámara!
Lo siguiente es ya conocido: el personaje (luego identificado por su mote de “el parches”) se acerca a la primera mandataria para intentar besarla y tocarla.
Los primeros en llamar la atención son los camarógrafos –hay dos de ellos, uno de Fórmula y otro de la televisión pública– para, luego, ver al ayudante de la presidenta acercarse para alejarlo un momento, no para recriminarlo o detenerlo.
El hombre intenta de nuevo acercarse a Sheinbaum quien, en primer reflejo, se aparta. La presidenta luego recula y se toma la foto mientras él le dice “Claudia de América”.
Tras de ello, el personaje se va y ella sigue tomándose fotos.
La imagen NO fue distribuida por el área de comunicación social de la presidencia pero fue filtrada a un grupo nutrido de periodistas, tanto de los famosos paleros como de aquellos que tienen una posición crítica al poder.
Tras su publicación, las reacciones en redes y oficiales fueron disímbolas. Yo decidí borrar la publicación original que había hecho ante la violencia y misoginia externada por algunos usuarios de redes. La condena vino de todas las instancias de gobierno y de muchas mujeres que se vieron reflejadas en el incidente.
Pero existe el matiz: aquí no fue una mujer que anduviera sola en la calle ni una ciudadana sin equipo de seguridad. Le pasó a la presidenta y de por sí es inaceptable, pero la reflexión debe ser más profunda: ¿Qué sucede con los equipos de seguridad en el país y cuál es el mensaje que el ciudadano recibe?
Normalizar la violencia y la ineficacia no debe ser el mensaje que la sociedad debe aceptar. Si lo hacemos, veremos tiempos muy negros en donde no hay escolta o equipo de seguridad público o privado que evada un atentado o una intentona de asesinato.
Lo que le pasó a Claudia Sheinbaum va más allá de la condena al acoso o, incluso, a la forma en que se ha usado la información. Va más allá de la discusión del supuesto montaje o el viraje en el tema de conversación tras la ejecución de Carlos Manzo.
Es el mismo tema: el fracaso en la estrategia de seguridad en lo micro y en lo macro. No hay ciudadano que esté seguro en este país. No lo está la presidenta, no lo está usted.
Y eso es lo grave.