Uno entiende que los presidentes tengan una visión alterada de la realidad. ¡Vamos! Si un padre de familia puede perder perspectiva sobre las actividades de sus hijos o su pareja, no es de extrañar que un mandatario no tenga todos los elementos para poder tomar las decisiones adecuadas sobre el destino del país que gobierna.
Por eso es tan importante el equipo humano que acompaña al ejecutivo, es el que le da guía y claridad sobre qué sucede en la calle.
Hemos visto, en más de una ocasión que un equipo perverso puede torpedear todo el plan. Díaz Ordaz nunca tuvo un diagnóstico acertado de lo que sucedía en las calles gracias a que Echeverría urdía la narrativa a su beneficio dentro de la carrera por la presidencia, Salinas falló en la gravedad de los movimientos armados en Chiapas hasta que el EZLN lo sorprendió al inicio del 94 y Fox no entendió la gasolina que le daba a López Obrador con el tema del desafuero.
Ahí estamos hoy.
Andrés Manuel López Obrador tampoco tenía una visión 20/20 de la situación del país, más de una ocasión falló en la temperatura ambiente pero lograba recuperar compostura de forma veloz. Sus reflejos políticos ayudaban a la compostura y a la torpeza de su equipo de trabajo, nunca tan avezado como él.
Hoy, la circunstancia es distinta. La presidenta no tiene el pulso de la calle con ella, al contrario, el desprecio a la protesta y la indignación la tiene en una cacería infructuosa de culpables.
Sheinbaum no tiene la habilidad de medir con los dedos dónde está el malestar y cómo solucionarlo. A diferencia de AMLO, que conocía liderazgos y cacicazgos locales con los cuales negociar en momentos de tensión, la presidenta no ha logrado superar su crecimiento de incubadora y el espacio controlado en que se encumbró como lidereza de MORENA. Eso tiene consecuencias: la miopía le está pasando factura.
Pero, repito, ella no tiene la responsabilidad. Un presidente debe tener herramientas y cuadros que le den reporte certero de lugares donde estallen conflictos e inconformidad, sitios donde los opositores -de hoy y siempre- están al acecho y pueden cosechar la indignación.
Aquí eso no existe por frivolidad, miedo, ignorancia o mero rencor. Los equipos cercanos a Claudia Sheinbaum no saben leer al país y la evidencia es certera, su diagnóstico sobre la inexistencia de ira o razones para protestar es tan equivocado que cualquiera fuera del círculo de Palacio Nacional se percata.
La pregunta es ¿En serio ella está cómoda con esa visión donde sólo hay una serie de malvados moviendo los hilos? ¿No pedirá una segunda opinión sobre el desastre que se cierne sobre ella? ¿ No hay otras voces que rompan el cerco que, de manera evidente, la rodea para evitar que se dé cuenta de la realidad?
En la dialéctica del obradorato, tener enemigos útiles para tapar crisis era funcional, hoy es repetitivo y poco creíble, por lo que las crisis se acrecentan a partir de la falta de credibilidad en la explicación.
Ha llegado el momento de que algún valiente dé un paso adelante y le diga a la presidenta que la crisis no se soluciona negando el problema.
O corriendo a quien no le haga caso.