Aprendí a sumar y a restar y a leer en el kinder. No era un kinder, era la casa de las señoritas Gámez.
Era como un depósito para niños de mi barrio.
Pero ahí, dos muchachas lindas, pacientes, a quienes les gustaban los niños y las niñas nos enseñaron a leer, a sumar y a restar.
No tenía nombre, ni reconocimiento oficial, era sólo “la escuelita” Pero fue el mejor arranque al que pueda aspirar niña o niño alguno.
De ahí egresamos gente de bien y de provecho. Pancho, Tere, Alejandro, Gelo, Rocío, César y tantas y tantos otros. Aprendimos a leer y a hacer cuentas. A socializar y a cantar.
Las lecciones realmente importantes de la vida. Aquello que debemos saber si hemos de funcionar más adelante en la sociedad.
La escuelita ya no existe.
Estuvo abandonada mucho tiempo para luego ser demolida. Ahora la ocupa parte del Colegio Mijares. Matamoros casi esquina con Ildefonso Fuentes.
Para entender el gran drama de nuestro tiempo no requiero de más habilidades matemáticas que las que aprendí en la escuelita. Me explico.
La temperatura del mundo no puede subir más de 1.5 grados centígrados para mantener las condiciones que han permitido la aparición y el desarrollo de nuestra civilización.
Si la temperatura sube dos grados o más los daños serán tremendos pero habría una chancita de librar la debacle de todos los sistemas del mundo que soportan la vida.
Para que no suba más de dos grados tenemos que asegurarnos no emitir más de 500 gigatoneladas de CO2 adicionales a las que ya emitimos.
Bajo tierra tenemos cinco veces más gas, carbón y petróleo que el necesario para terminar con todo. Cinco veces más.
El presidente López Obrador ha definido el rumbo. Extraer y quemar más gas, más petróleo y más carbón. Dice que es para disminuir la desigualdad.
Un remedio análogo a un tiro en la sien para quitarnos un dolor de cabeza.
Como me hubiera gustado que el presidente, que tiene la misma edad que yo, hubiera ido a una escuelita como a la que yo fui. Que hubiera tenido unas maestras como las señoritas Gámez.