
“Águila no caza moscas”, sentenció Hugo Chávez ante María Corina Machado, a principios de enero de 2012, tras hacerle saber que estaba “fuera de ranking” para debatir con él. Poco más de cinco mil días después, las alas de la mosca siguen haciendo sombra a la memoria del ave rapaz —Tropical Mussolini, le llamó Carlos Fuentes— cuyo legado es una dictadura bandida, sanguinaria y criminal, a la cual solamente defienden sus iguales.
“La izquierda da fueros”, solía jactarse Néstor Kirchner, entre la prepotencia y el cinismo. Supone uno, por tanto, que los fueros hacen crecer el ranking, y que ambas cosas juntas son inaccesibles a los demás mortales… hasta que el tiempo corre y las señales cambian. Hoy no pasas de mosca panteonera, mañana eres el Nobel de la Paz. Ayer surcabas los aires, hoy te comen los gusanos. Y ahí está la mentira del poder y sus fueros: por más que lo aparenten, no son eternos.
“¡Traidor!”, tachan hoy los esbirros del presidente Aleksandar Vučić a Novak Djokovic, el serbio más popular del planeta, por apoyar la causa estudiantil que se opone a un gobierno demasiado amistoso con Putin y Jinping. Todavía en agosto de 2024, el presidente Vučić elogió “el patriotismo, los valores y el espíritu indomable” del tenista y héroe nacional, quien recién había ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Una vez, sin embargo, que el diez veces campeón del Abierto Australiano dio su apoyo a los jóvenes rebeldes, Vučić hizo un esfuerzo de desmemoria y declaró que Djokovic “ha estado siempre en contra de nosotros”.
Son los autoritarios muy afectos a la primera persona del plural. “Nosotros” es al fin esa entidad ambigua donde igual caben mis-amigos-y-yo que la patria entera, y al propio tiempo admite la exclusión de los otros, que automáticamente son reducidos a “ellos”. Una vez que el más grande tenista de la Historia fue declarado siervo de la antipatria, nada detuvo ya al gobierno serbio para lanzarle encima ejércitos de bots, armados de invectivas y calumnias, hasta las aguas negras de las redes sociales, de modo que lo que era veneración ardiente pasó de un día para otro a tirria helada. Es sabido que al poder absoluto le escuece toda forma de independencia, peor aún si la ejercen aquellos héroes vivos cuya sumisión daban por sentada.
¿Qué hace quien es objeto del odio del Estado? Djokovic, por lo pronto, se fue a vivir a Grecia. María Corina, hoy todavía prófuga y proscrita, va que vuela camino de Noruega, armada de unos fueros obtenidos a fuerza de plantarle cara al fascismo del siglo XXI y sobrevivir a él contra todo pronóstico. No saben, quienes odian a todo pulmón, cuán pequeños se ven a ojos ajenos, ni qué tan grandes hacen las figuras de aquellos a quienes aborrecen. Verdad es que el insulto desde el poder asusta, si es justo para ello que se le emplea, pero de ahí al respeto hay un camino demasiado largo para las patas cortas del tirano.
El precio de aplastar a personajes como Djokovic o Machado está, hoy por hoy, más allá del alcance de sus enemigos. Vale decir que unos y otros bellacos se hallan groseramente fuera de ranking ante quienes hasta hoy no han hecho sino dar sobradas pruebas de inspiración, dureza y resistencia. A los 38 años, no pasa un solo día de competencia sin que el serbio siga imponiendo marcas y ampliando su leyenda inalcanzable. A los 58, la venezolana no se ha cansado de poner en ridículo la cobardía rampante de sus opresores, patéticos como el Coyote ante el Correcaminos, y aún así temibles y letales como cualquier maleante de su pringoso ranking.
“¡Ponte águila!”, decían los antiguos, a modo de consejo para quien atrapaban “papando moscas”. Pero he aquí que a menudo quienes se creen muy águilas, y así lo hacen sentir a los demás, terminan con la boca rebosando dípteros. Basta con un insecto valeroso para frustrar el vuelo de un predador soberbio.