Cultura

Adiós, amigo

Vico era un perrote y a la vez un perrito. Buen viaje. Especial
Vico era un perrote y a la vez un perrito. Buen viaje. Especial

Ludovico era flaco, pero solíamos llamarle Gordito. Era también enorme, aunque al fondo de su alma fuera diminuto. Era tosco y silvestre, y sin embargo dulce como una criatura. Un perrote y a la vez un perrito. Hace casi nueve años que Vico vino al mundo, literalmente sobre nuestras manos. Mi esposa Adriana y yo fuimos los primeros y, a la postre, los últimos mortales que lo vieron con vida. Se fue hace pocos días, seguramente demasiado escasos para evitar la sensación —punzante, pesarosa, yerma— de que hace unos minutos apenas nos dejó.

No es fácil compartir un sentimiento así. La gente expresa cierta condolencia y enseguida, si puede, cambia el tema. Es un asunto en realidad tan íntimo que el suceso te deja navegando en un limbo solitario del que nada parece rescatarte. Porque claro, es un perro, y los seres humanos somos tan inhumanos que guardamos las lágrimas para nuestros congéneres, pero he de confesarles que este no es el caso. Seguramente muchos entre ustedes tienen un chucho en casa, entre tantos afectos que la vida les da, pero ese compañero providencial no tiene otro horizonte que sus dueños. A ellos les da completa su existencia, de ahí que su felicidad o su desdicha provengan fatalmente de quienes les abrieron las puertas de su casa, no necesariamente sabiendo lo que hacían.

Ludovico creció con sus dos padres, más una hermana y un hermano de la misma camada. No faltaba quien viera con extrañeza que Adriana y yo viviéramos con cinco gigantes de los Pirineos, cuyo peso en conjunto rebasaba los doscientos kilos. No era fácil, a veces, lidiar con tantas bestias vehementes y amorosas, pero aún más difícil habría sido ignorar su entregada y palpitante devoción por nosotros. Una noche nos mudamos de casa con los cinco metidos en la camioneta, a modo de sardinas melenudas, y esa sola experiencia nos recordó que el hecho de tener cuatro patas o dos es un detalle nimio frente a la entrañable certidumbre de que éramos familia y nada, en modo alguno, podría separarnos. Excepto, ay, lo que ya sucedió.

No sabría describir, ni quizás he acabado de entender, la clase de alegría profunda y exultante que supone vivir con ese perrerío. “¿Y cómo los distinguen?”, solían preguntarnos algunos distraídos, acaso sin pensar en todos los detalles singulares que dan forma y sentido al cariño por otro ser viviente. Pues no únicamente distingue uno la pinta de esta y aquel, sino incluso sus voces, sus gestos, sus aromas, incluso la cadencia de sus pisadas, por no hablar del carácter de cada cual.

La pregunta, de pronto, es si puede uno amar a tantos perros con la dedicación que le merecería uno solo. Hoy que se nos ha ido el Gordito Jaum-Jaum (tenía una colección de apodos cariñosos, que como es natural reconocía al instante), puedo certificar que a cada uno de nuestros perrotes le tocó tanto amor como si fuera el único, y que la pura falta de Ludovico supone una orfandad que ha traído consigo un torrente de lágrimas para las cuales no hay consuelo concebible. Me gustaría pensar en el Pequitas (otro de sus apodos recurrentes) como aquel cachorrillo elocuente y vivaz que a su modo nos hizo comprender que no quería vivir en ninguna otra casa; pero se me atraviesa, traicionera, la imagen de su último aliento en el quirófano y las palabras —dulces, encarecidas, lacerantes al fin— con que lo despedimos. Ternura y amargura: he ahí dos compañeras lastimosas.

“Llévame adonde vayas, muchachito”, le supliqué al final, mientras rascaba su oreja derecha y él, aun moribundo, lo agradecía entrecerrando un párpado. Pues el perrito se iba, en efecto, llevándose un pedazo de nuestra vidas, con seguridad uno de los más jubilosos, amén de un ancho cúmulo de gratitud por todo cuanto nunca pudimos ni podremos terminar de pagarle. Buen viaje, Ludovico. Dejas aquí tu luz y esa jamás se apaga. 


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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