Cultura

Fierro viejo que vendan

Son como una franquicia que se identifica por el sonsonete. Octavio Hoyos
Son como una franquicia que se identifica por el sonsonete. Octavio Hoyos

Se compran. Colchones. Tambores. Refrigeradores. Estufas. Lavadoras. Microondas. O algo de fierro viejo que vendan. Son las mismas palabras, en la mismita voz, resonando a toda hora por la ciudad. Es seguro que somos ya millones quienes las conocemos de memoria, pues las oímos a diario dondequiera que estemos, con la resignación del desahuciado. Solamente aquí, afuera de mi hogar, se oye tres, cuatro veces cada día, y eso que vivo en casa del carajo.

Nunca se me ha ocurrido acudir al llamado de esa grabación sosa y antipática, no sólo porque nada tengo que venderles sino también porque de buena fuente sé que pagan un cuarto de bicoca por todo aquello que la voz de mujer ofrece comprar. Cuando llego a topármelos, suelen ser uno o dos fulanos con jetas aburridas —hombres, generalmente— a bordo de una pick-up destartalada, seguramente inmunes a la fastidiosa cantaleta que les toca soplarse mañana, tarde y noche, siempre a la espera de nuevos incautos.

Sería sin duda menos irritante que tuvieran al menos la delicadeza de improvisar cada uno con su propio altavoz. No faltarían quizá los ingeniosos, que ya por ese mérito atraerían a más clientes potenciales, o siquiera se nos harían simpáticos, originales, novedosos, folclóricos, ya que de todos modos han de invadir a diario nuestro espacio vital, sin la menor vergüenza o consideración, y lo saturan de un cochambre sonoro contra el que no tenemos defensa imaginable.

No importa la colonia ni la distancia, lo único seguro es que van a pasar por donde estés. Son como una franquicia que se identifica por el sonsonete, cuya uniformidad indefectible habla de una estructura vertical, quién sabe si mafiosa, donde no es bienvenido el libre emprendimiento. Eventualmente no me faltan las ganas de salir a pedirles que cuando menos bajen el volumen, mas tal sería un acto de candor por el que pagaría con un berrinche inútil, si no una zacapela de la cual ni con suerte saldría bien librado.

¿Con quién se queja uno por el diario atropello? ¿Cuál es la ventanilla donde se denuncian estas calamidades? Ya puedo imaginar las risotadas de las autoridades responsables —o acaso su palmaria indiferencia— si un ciudadano equis tuviera la osadía de levantar la voz contra esta recurrente arbitrariedad de la que todos somos víctimas inermes. “¡Estamos en México!”, sentenciaría alguno, como quien te recuerda que caíste en la cárcel y careces de opciones al respecto. Puesto en otras palabras, estamos condenados al abuso, el atraso, el salvajismo y la precariedad.

Según dice la ley, hay un límite de 55 decibeles a la contaminación auditiva. Me encantaría saber cómo lo miden y en cuántas ocasiones se ha llegado a aplicar la cláusula de marras, cuya función parece más bien decorativa. Sólo que en este asunto de los fierrovejeros no es ya la intensidad de la letanía, sino su machacona tozudez lo que ensucia las calles e irrumpe en los espacios personales con la insolencia propia de una incursión vandálica. ¿Qué puede uno esperar, en todo caso, ahí donde los cohetes, prohibidos en teoría, se ponen a la venta sin el menor obstáculo legal y se hacen estallar a cualquier hora en la más absoluta impunidad? ¿No es verdad que de pronto nos reconforta que no sean balazos?

Creo tener derecho a vivir en paz, pero asimismo entiendo que en mi país no valen los derechos, cuantimenos las leyes que en teoría están para protegerlos. No faltará quien diga que exagero, o quien babeando opine que la diaria monserga de los fierrovejeros forma parte de nuestra identidad. Ciertamente no envidio su trabajo, ni quisiera enterarme de las negociaciones asimismo abusivas que tal modus vivendi presupone, pero su mera proliferación acusa grandes márgenes de utilidad a costillas de la miseria ajena. Cada vez, pues, que suena la grabación maldita, creo percibir un tufo de rapiña tras esa voz monótona y odiosa que no nos queda sino padecer, como una enfermedad inapelable. 


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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