Cultura

La Luna: los amantes

  • 30-30
  • La Luna: los amantes
  • Fernando Fabio Sánchez

Hesíodo, en la “Teogonía”, nos dice que Selene nació de Hiperión y Theia, con sus hermanos el Sol y la Aurora, tal como mencionamos la semana pasada. 

Nos adentramos ahora en la mitología de la Luna.

Selene (“Luna” en griego) pertenece a la segunda generación de Titanes. Venus, es decir, Afrodita —cuyo mito hemos leído en esta columna—, la antecede.

Venus representa esa fuerza primigenia, nacida de un acto fundacional de la creación. Encarna el deseo (Eros) y la generación misma.

Selene nace por la influencia de esta energía entre los titanes que personifican el germen de la luz (Hiperión) y el principio que la refleja (Theia).

También quedará atada a esta fuerza, como veremos más adelante.

Como sus hermanos, conduce un carro jalado por animales sagrados: caballos blancos o plateados según la tradición latina; toros albinos de acuerdo con la cultura mesopotámica y oriental más antigua; o mulas blancas en la imaginación más tardía.

En ese trayecto, la deidad —coronada con un creciente lunar en la frente, con una antorcha en la mano y cobijada por un manto ondulante— descubre a un joven hermoso en el monte Latmos.

Su nombre era Endimión (el Que se Sumerge).

En algunas tradiciones es un pastor; en otras, un príncipe o un cazador.

El hecho es que Selene —como Eco de Narciso— quedó perdidamente enamorada del mortal mancebo.

Embelesada, Selene descendía cada noche para contemplarlo.

Se acostaba junto a él mientras dormía, bañándolo de su plateada luz como una caricia: las únicas manos en el reino etéreo de lo oscuro, imposibles a la materialidad humana o divina.

Pero ese amor contradecía el orden universal: la diosa se había enamorado de un ser cambiante, habitante del tiempo y la descomposición.

Y ocurrió que el hombre también perdió el corazón por la Luna.

Jorge Luis Borges imaginó esta circunstancia en el poema “Endimión en Latmos”.

En los versos, Endimión envejece y recuerda su romance con la inmortal Diana (“la diosa que es también la luna”).

Y no sabe precisar si aquel encuentro amoroso ocurrió en la realidad o solo en sus sueños.

“Inútil repetirme que el recuerdo/ de ayer y un sueño son la misma cosa”, se dice dolorido, recordando que Ella “lentamente descendió a (sus) brazos, oro y amor en la encendida noche”.

La tradición nos dice que este apasionado encuentro entre la humanidad fugaz y la brillante permanencia llegó a oídos de los dioses.

Y así ocurrió el milagro.

Zeus concedió a Endimión el deseo de sumirse en un sueño eterno y sin vejez, para que Selene pudiera visitarlo noche tras noche sin que él muriera.

Endimión se sumergió para siempre en un sueño inmortal, y Selene se volvió su amante eterna.

Bajaba del cielo para reunirse con él en las noches de luna.

De la unión nacieron cincuenta hijas, las Menae, los espíritus de las lunas o meses, cuya duración marcaba el ciclo olímpico griego de cuatro años.

Esta es una historia entre lo humano y lo divino con un final de “ensueño”.

¿Cuál será el mito mesoamericano de la Luna? Nos leemos en la próxima entrega.


fernandofsanchez@gmail.com

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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