Cultura

La cosecha de Luna

  • 30-30
  • La cosecha de Luna
  • Fernando Fabio Sánchez

El lunes pasado observamos la luna llena más grande y brillante del año, llamada “La Luna de la Cosecha”. La luz casi encandilaba los ojos y la circunferencia horadada coronó el cielo —desde su posición más cercana a nosotros— para nuestra nocturna maravilla.

¿Cómo llegó a formarse ese bello satélite que ahora habita nuestra cotidianidad y adorna nuestros días? Continuemos con la serie de décimo aniversario de esta columna, que celebro esta semana precisamente.

Muy poco después de la formación de la Tierra, un protoplaneta llamado Theia, del tamaño de Marte, tomó un curso de colisión.

Como una bola de billar, Theia golpeó nuestro planeta de costado, en un ángulo de 45 grados.

El impacto provocó un golpe de onda, y las rocas se comportaron como líquido.

Theia, al poseer solo el 15% de la masa terrestre, fundió la corteza y parte del manto de la Tierra.

Escombros se desprendieron y, como una atmósfera densa, rodearon nuestro planeta, hasta agruparse en un disco.

Con el paso de millones de años, los fragmentos “rodaron”, creando una bola: nuestra Luna.

Hasta hace poco, ese era el relato más aceptado sobre el origen de la Luna.

No obstante, investigaciones de campo, tanto aquí como allá, han sugerido otro proceso, el cual tomó mucho menos tiempo.

Una simulación de la NASA —realizada en una supercomputadora nombrada Cosma— sugiere que, increíblemente, la Luna se formó en pocas horas.

En la simulación —producto de cientos de intentos previos— encontramos a la Tierra y Theia, danzando como dos gotas de aceite en una lámpara de lava.

Chocan, se arrancan pedazos, giran, se vuelven a encontrar, se funden y luego se desgarran otra vez.

Flotan alrededor miles de fragmentos líquidos.

Hasta que una de las gotas —residuo cansado de uno de los dos danzantes— se rezaga y flota lejos de su madre.

Queda unida al cuerpo mayor solo por medio de un lazo de escombros —el cordón umbilical— hasta que, de un momento a otro, este se rompe, y los dos se separan.

No obstante, Tierra y Luna permanecerán atadas por la gravedad; ambas impregnadas por el magma de su madre, fundida a ellas como un fantasma.

El gran poeta ya lo decía: Theia (visión divina o el esplendor primordial), unida en amor con Hiperión (el principio luminoso que todo lo abarca), dio a luz a Selene, la claridad nocturna.

Así en esta tragedia cósmica se construye el escenario de la vida: las mareas, la rotación estable de la Tierra, sus estaciones, la duración del día, nuestra mirada al cielo en las noches de octubre.

Así surgen los mitos, los poemas y el drama matemático entre dos hermanas, que seguiremos explorando en esta serie de décimo aniversario.

Gracias, lector, por acompañarme.


fernandofsanchez@gmail.com


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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