Te meten la cosa esa por la garganta para que no te tragues tu propia lengua, y te ponen electrodos en la cabeza. Eso recomendaban en Rockland County entonces para frenar los sentimientos homosexuales. El efecto es que pierdes la memoria y te conviertes en un vegetal. No puedes leer un libro porque al llegar a la página diecisiete tienes que volver a la primera”. Así ha descrito Lou Reed las terapias de electroshocks a los que fue sometido de joven por su familia para intentar alejarlo —sin éxito— de su latente homosexualidad, alrededor de 1950.
Ahora que recientemente se tipificaron como delito las terapias de conversión en la CdMx ha quedado de manifiesto que si bien es innegable que ha habido grandes conquistas en temas de género y libertades sexuales, precisamente el hecho de que se consideren ahora un delito es testimonio de que continúan existiendo dichas prácticas. Y en términos políticos, seguramente como reacción a las conquistas de diversos movimientos, existe también una especie de contraofensiva encarnada por políticos abiertamente homofóbicos como Putin o Bolsonaro, o por partidos de ultraderecha como Vox, que consideran que asuntos como el matrimonio igualitario son una amenaza para los cimientos de la forma en que las sociedades deben funcionar, según su particular visión.
Es muy simbólica la asociación que hace Lou Reed respecto a quedar convertido en un vegetal y la incapacidad para leer un libro, pues precisamente la intolerancia y la cerrazón de políticos o personalidades televisivas remiten a una idea de una actividad mental bastante limitada, en el sentido más estricto del término, pues parecerían impermeables al paso del tiempo y a la noción de que la sociedad estructurada a partir de la familia patriarcal no necesariamente es ni la mejor ni la única forma de organizar la vida en comunidad. Y a menudo son los libros u otro tipo de expresiones culturales eficaces vehículos para poner en circulación ideas o visiones del mundo que no encajan con las predominantes, y justo no es casualidad el inmenso desdén por la cultura que suele provenir de los grupos político-religiosos que suelen promover este tipo de prácticas que en el fondo están fuertemente alimentadas por un odio visceral a lo diferente de uno mismo.
La gran ironía, por supuesto, es que como bien pone de manifiesto el ejemplo de Lou Reed, someter a alguien a ese tipo de tortura puede terminar produciendo una obra tan genial como el Transformer, donde tanto en “A Walk on the Wild Side” como en “Andy’s Chest” o en “Satellite of Love”, y en realidad en todo el disco, Reed hace una hermosa defensa de los submundos de lo considerado sexual o moralmente marginal, como si con su música obtuviera una venganza de las torturas a las que fue sujetado por querer habitar esos submundos que ahora han quedado inmortalizados ahí.