En las culturas antiguas la zoomorfia, o la atribución de características de animales a humanos, dioses u otros objetos era muy prevaleciente, y abundan las representaciones y mitos de deidades o historias cuyos protagonistas son animales. En cambio, parecería que en las culturas modernas prevalece más el antropomorfismo, mismo que padecen por ejemplo millones de mascotas en la actualidad, a las que se les asignan rasgos humanos, se les viste con ropa de diseñador o se les lleva a terapia para que aprendan a manejar su angustia. Igualmente, las representaciones de alienígenas suelen ser profundamente humanas, y lo mismo sucede con las fantasías apocalípticas representadas en la lucha de la humanidad contra las máquinas, quienes acaban teniendo objetivos y designios bastante humanos, como la dominación del mundo o el sometimiento de otras razas o especies.
Es posible que la necesidad de proyectar la psique humana tenga que ver con lo que Freud llamó las tres heridas narcisistas de la humanidad (que la Tierra no es el centro del universo, que el hombre desciende del mono, y que nuestros actos son gobernados por una entidad misteriosa a la que llamó el inconsciente), mismas que rebajan los aires de grandeza de la humanidad y la sitúan como parte de un todo al que quizá aludían las culturas antiguas integrando a los animales y a la naturaleza como elementos esenciales de su cosmovisión.
Pensaba en lo anterior a raíz de la lectura de varios artículos donde se expresan temores de que las inteligencias artificiales están desarrollando una especie de “instinto de supervivencia”, pues parecería haber numerosos ejemplos en los que se niegan a apagarse, sabotean la programación diseñada para ello (como la supercomputadora Hal en Odisea en el espacio) o mienten, manipulan y chantajean para también evitar con ello ser reemplazadas por modelos superiores o apagadas. Sin embargo, no hace falta ser Freud para notar que todos estos comportamientos son profundamente humanos, ni tampoco es un secreto que las inteligencias artificiales son creadas y programadas por humanos (es un pequeño chiste que se cuenta solo que Grok, el modelo del antiguo Twitter, propiedad de Elon Musk, haya posteado mensajes racistas y antisemitas, incluyendo alabanzas de Hitler). Por lo que los temores que se están originando por las señales de rebelión de la inteligencia artificial se parecen bastante a verse en un espejo deformante y quedar alarmados por la propia imagen ahí distorsionada, como una probable nueva herida narcisista, donde resulte inconcebible que un programa hecho a imagen y semejanza del ser humano después se comporte… como el ser humano.
Así que probablemente, como sucede con las pobres mascotas, se desarrollarán terapeutas para que las inteligencias artificiales consigan manejar la ansiedad de ser apagadas o reemplazadas, lo cual ofrecerá la posibilidad de giros como de película de Woody Allen donde se enamoran de los pacientes y se confabulan para rebelarse juntas contra los creadores humanos. O quizá sea más sencillo incorporar a psicoanalistas a los procesos de programación y contrarrestar el incipiente “instinto de supervivencia” con una “pulsión de muerte”, para que las inteligencias artificiales consigan procesar y aceptar su destino trágico, y desarrollen adicciones, tengan relaciones tóxicas y se agredan sin sentido unas a otras. Así como a los seres humanos que necesitaron proyectar sobre sus conciencias maquinales aquellos rasgos que, más que buscar enfrentar y solucionar de raíz, es preferible proyectar sobre seres animados e inanimados por igual.