En los escritos sobre el pesimismo de Georg Simmel, reunidos en el libro Sobre el pesimismo (Sequitur), encontramos que lo que observó para la sociedad de finales del siglo XIX y principios del siglo XX continúa teniendo una enorme vigencia, sólo quizá revestida por la pátina del cambio tecnológico, que por momentos hace parecer novedosos a mecanismos que en el fondo se llevan repitiendo desde hace largo tiempo. En específico, encuentra que el pesimismo extremo se asocia siempre a una concepción negativa de la propia existencia, y que basa en la negación, el placer de destrucción y la crueldad fundamentada en infligir dolor al prójimo, su principal caldo de cultivo para atraer a los espíritus que por razones psicológicas que oscilan a su juicio entre un sentimiento de inferioridad o una concepción en exceso elevada del Yo, se sienten en sintonía con este tipo de visiones: “También es necesario tener en cuenta la mayor facilidad con la que se ejerce la actividad destructiva que la constructiva. La negación es la forma en la que el espíritu subordinado emite juicios sobre la totalidad de la existencia, sin poseer ni la amplitud ni la energía intelectiva necesarias para emitir un juicio en positivo sobre ella”.
A pesar de haber escrito lo anterior hace más de un siglo, el análisis de Simmel podría aplicarse perfectamente tanto al muy difundido fenómeno del hate virtual —que no parecería tener más razón de ser que la fantaseada destrucción del blanco al que se dirige—, como de buena parte de los discursos y prácticas políticas más extremas de la actualidad que, de nuevo, no parecerían ofrecer ningún tipo de visión que apunte hacia algo deseable o constructivo, y que parecerían más bien centrarse en la agresión, el odio y el miedo como categorías político/electorales para estructurar las plataformas desde las que por desgracia continúan accediendo al poder.
Es muy agudo el vínculo que realiza Simmel entre la “sed de destrucción” y la “expansión del Yo”, pues si bien es natural asociar a los troles y los haters con un sentimiento de inadecuación que transmuta fácilmente en odio, Simmel advierte también una especie de impulso narcisista subyacente a la fantasía de causar destrucción: “El destructor se siente dueño y señor de los creadores; el negador, de los afirmadores; el dañador, de los poseedores. El yo, al destruir los valores positivos, absorbe, por así decirlo, su esencia, se adueña de su significado, amplía la esfera de su voluntad más allá de sí mismo”.
Con lo cual podemos apreciar mecanismos subyacentes a muchas de las prácticas contemporáneas, tanto a la escala más ínfima de un efímero posteo en redes sociales y la minidescarga de placer sádico que le puede proporcionar a quien lo escribe, como a la escala macro de los Trump, Netanyahu, Milei, Meloni, Orban, Le Pen, Bolsonaro, Kast y una larga lista de etcéteras que trafican con la mera destrucción y negatividad. Abdicando un tanto de lo que debería ser también una responsabilidad de la política, consistente en esbozar visiones y prácticas inclusivas y equitativas de la vida en común, y no principalmente los discursos de miedo, castigo y exclusión que estructuran mayoritariamente sus propuestas.
Pero como Simmel también deja claro: “…esta tendencia vital que se expresa en el plano teórico como optimismo debe ser inculcada como un arma en la lucha por la supervivencia, como una ventaja para sus poseedores frente a los pesimistas”, por lo que incluso del hate virtual y las políticas del odio continúan surgiendo propuestas y expresiones de todo tipo y orientadas en otros sentidos, incluso a menudo como reacción o resistencia a los discursos más viscerales o cargados de odio.