Cultura

Miedo y asco 'reloaded'

Cuando uno contempla el circo grotesco en el que se ha convertido la actual política y realidad estadunidense, una de las principales sensaciones es la de que se hubiera caído una máscara que ocultaba esta misma agresión sin límites, y culto absoluto al poder y al dinero, bajo una fachada de ciertos principios con pretensiones de universalidad (libertad, democracia, igualdad, etcétera). Que si bien jamás estuvieron en consonancia con la política real estadunidense, eran utilizados incluso como instrumento de rostro más amable para ejercer dicha política, siempre basada en el cálculo de intereses. Pero ahora que, entre muchas otras cosas, su presidente recibe en la Casa Blanca con honores a otro jefe de Estado que mandó a asesinar brutalmente a un periodista hace pocos años, y ante pregunta explícita de la prensa responde simplemente que “estas cosas pasan”, no queda siquiera la hipocresía entre discurso y realidad que ha sido un pilar fundamental de la narrativa de la potencia hegemónica mundial de los últimos setenta, ochenta años.

Que fue precisamente uno de los rasgos donde más agudamente puso el dedo en la llaga Hunter S. Thompson en ese clásico contemporáneo que es Miedo y asco en Las Vegas. Puesto que detrás de la aparente aventura de sinsentido y drogas psicodélicas que parecería llevarse a cabo como un simple fin en sí mismo, a lo largo de todo el libro (y de la magistral adaptación cinematográfica llevada a cabo por Terry Gilliam) existe una especie de búsqueda de la literalidad del Sueño Americano, llevado hasta sus últimas y más delirantes consecuencias. Como si en realidad sólo Raoul Duke y su abogado samoano vivieran la verdadera fantasía de excesos y escape de la realidad que ofrece Las Vegas, y el resto fueran distintas versiones de los ancianos retirados de Florida que juegan maquinitas y se permiten unas cuantas margaritas de tres dólares como punto más emocionante de su año. 

De ahí que en uno de los momentos más emblemáticos y justo delirantes, cuando están tan drogados con éter que no pueden caminar derecho, y llegan al casino Mint, con su parafernalia de circo y su bar que gira como carrusel de parque de diversiones (es decir, el clímax de la máscara del entretenimiento y apariencia que es Las Vegas), cuando el abogado flaquea y quiere abortar la misión/aventura psicodélica, Duke lo reconviene diciéndole: “Tonterías. Venimos aquí a encontrar el Sueño Americano y ahora que estamos en su vórtice quieres rendirte. Date cuenta”, le dice, “de que hemos encontrado el nervio principal”. Con lo cual parece encapsular en una frase que la sustancia del Sueño Americano es precisamente su carácter ilusorio, y que son ellos dos quienes en realidad lo llevan hasta sus últimas consecuencias de hedonismo amoral y utilitario, donde cada instante se vive como un nuevo high que de inmediato exija ser superado por el instante posterior.

Pero como bien dice Thompson en el monólogo final respecto a Timothy Leary y la cultura del LSD, la máscara de esa fantasía de buscadores lisérgicos se desmoronó desde ese mismo entonces. Y cinco décadas después estaríamos asistiendo al derretimiento de cualquier revestimiento idealista de ese mismo Sueño Americano que Duke y su abogado perseguían mediante la demencia psicotrópica, hoy más bien encarnado por un cirquero iracundo y avejentado, pintado de naranja, cuya misión histórica parecería ser la de desnudar la parafernalia hasta los huesos, para dejar tan sólo un esqueleto de agresivo pragmatismo utilitario, ya sin las luces de neón y los fuegos artificiales cuya principal función era acaso la de ocultar su verdadera naturaleza. 


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Eduardo Rabasa
  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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