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La palabra que aparece

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Al fragor de los inicios de la llamada guerra contra el narco, una parte de la literatura mexicana intuyó que no podía seguir escribiendo como si no pasara nada. Así surgió una escritura que se volcó al testimonio, a la crónica y a la novela documental, no por moda, sino porque comprendía que la ficción la estaban escribiendo el Estado y los grupos criminales.

Esta larga urgencia es abordada por Enrique Díaz Álvarez en La palabra que aparece (Anagrama, 2021). El testigo, ensaya el escritor mexicano, es ante todo un superviviente que carga con una verdad incompleta. Contar su historia es un acto de resistencia, pero también de riesgo. Porque en el testimonio hay dolor, error, memoria erosionada y, a veces, el derecho al silencio.

Canetti escribió que morir debería ser mucho más difícil. Díaz Álvarez lo cita para recordarnos que sobrevivir es una pasión: la del que camina entre los muertos con el corazón encendido. La guerra, al fin, no solo es una maquinaria de destrucción: también es una fuente de éxtasis, de sentido y de poder. De ahí la fascinación que provoca. La guerra libera del tedio y del sometimiento para regresarnos, aunque sea por un instante, al territorio salvaje de lo sublime.

A partir de Homero, Weil y Arendt, Díaz Álvarez rastrea raíces de esa fascinación y recuerda que el primer botín de cualquier guerra es el relato. La fuerza nunca pertenece del todo a nadie, sino que es algo que se ejerce, que pasa, que devora. En La Ilíada, Aquiles se vuelve monstruo porque olvida que el enemigo vencido es también su espejo. Y es Héctor —el que teme por su hijo, el que cae— quien encarna la verdadera humanidad.

Díaz Álvarez nos lleva también a Hiroshima, donde el piloto Claude Eatherly, que arrojó la bomba atómica y luego se negó a vivir como héroe, encarna la grieta en la épica moderna: su culpa fue considerada un trastorno; sin embargo, su locura era cordura, al negarse a participar del relato de los vencedores, porque rebelarse contra la guerra, incluso desde el lado del verdugo, es otra forma de supervivencia.

Testimoniar no es reproducir el horror, sino enfrentarlo, apunta Díaz Álvarez. Contar una historia verdadera no se trata de compasión, sino de imaginación política, porque la palabra que aparece —esa que emerge entre el ruido y el miedo— no busca redimir a nadie: busca nombrar lo que todavía duele, y así, mantenernos vivos, aunque tan solo sea por instantes.


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Diego Enrique Osorno
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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