Política

La generación que dejó de pedir permiso

El gobierno puede decir lo que quiera desde la mañanera, pero hay imágenes que desmontan cualquier discurso: miles de jóvenes tomando las calles sin miedo, sin permiso y sin partido.

Intentar deslegitimarlos diciendo que “alguien los organizó” no solo es falso, es profundamente revelador. Habla de un poder que no sabe qué hacer frente a una generación que no le debe nada, que no le teme a nada y que no se dejará domesticar con programas que reducen su futuro a una beca temporal.

 Saben que su vida no cabe en un “Jóvenes Construyendo el Futuro”, porque el futuro les toca construirlo a ellos y ellas. Y esta vez dejaron claro que no van por ahí. Lo que vimos fue una movilización amplia, plural y genuinamente juvenil que al final fue arropada por el hartazgo de otros grupos ciudadanos. Ahí estaban familias completas, personas mayores, profesionistas, grupos vecinales y jóvenes que crecieron viendo cómo la violencia se volvía paisaje.

Una generación que hoy suma más de 30 millones de mexicanas y mexicanos entre 12 y 29 años —casi una cuarta parte del país— y que ha vivido toda su vida en el periodo más violento desde que existen registros. Entre ellos había chavitas y chavitos que en sus años de vida no conocen un México sin 90 homicidios diarios; estudiantes que normalizaron compartir ubicación como si fuera una obligación de vida o muerte; jóvenes profesionistas; y sobre todo personas que votarán pronto por primera vez en un país que ya les falló demasiado pronto.

No marcharon por moda ni por consigna: marcharon porque la vida se les puso cuesta arriba antes de aprender a andar. Mientras ese río humano avanzaba, el Zócalo se blindaba con las tácticas de siempre: vallas para confundir, accesos reducidos, embudos para fragmentar. No es logística, es método para disuadir la narrativa oficial. El manual de la democracia que nos quieren imponer no prohíbe, pero estorba; no reprime, pero inhibe; no censura, pero administra el miedo.

Es el gesto silencioso con el que el poder intenta recordar que la plaza pública donde ellos mismos citan al pueblo a celebrar sus triunfos transformadores, es la misma que les niegan. Y aun así, llegaron. Aun así, se escucharon. La Generación Z salió porque se cansó de caminar con miedo, de perder amigos que después de la indignación se convertirán en una serie televisiva, de ajustarse a la violencia ajena. Salió porque no quiere un país donde estudiar es un lujo. Salió porque sabe que su futuro no dependerá jamás de una beca que caduca, sino de su propia capacidad para diseñarse oportunidades que nadie más les va a dar.

Por eso el poder les trata como si fueran niñas o niños confundidos o marionetas manipuladas. No se puede conquistar políticamente a la juventud mientras se la regaña desde un micrófono. El sábado 15 de noviembre lo dejó claro: la Generación Z no está esperando que México cambie… está empujándolo a cambiar. Y lo hace con una madurez que incomoda, con una claridad que desarma y con una valentía que recuerda algo esencial: que un país no se transforma desde arriba, sino desde quienes están con la disposición de ocupar las calles, tomar la conversación y el futuro. Si el gobierno teme a eso, entonces no teme a una marcha. Teme a una generación que ya aprendió que nadie va a construirle el futuro… excepto ellas y ellos mismos. 


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Claudia Salas
  • Claudia Salas
  • Diputada federal por Movimiento Ciudadano
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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