Política

Los malos de la historia: Maximiliano

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El historiador Will Fowler, profesor en la universidad de Saint Andrews en Escocia, experto en la historia de México del siglo XIX, publicó la biografía del emperador Maximiliano para la colección Los malos de la historia de la editorial Planeta, que incluye a personajes como la Malinche, Victoriano Huerta y Gustavo Díaz Ordaz. El propio Fowler sugiere, desde el comienzo de su libro, que el emperador, más que malo, era quizás un héroe trágico romántico. Pero su biografía no toma partido.

Maximiliano es el retrato de un europeo que de pronto es mexicano. “En el siglo XIX no había nada fuera de lo común, si se pertenecía a la realeza, en nacer en una parte del globo y acabar reinando en otra”, aclara Fowler. Así lo sabía Maximiliano. Era el caso de sus primos Otón de Baviera y Amalia de Oldemburgo, soberanos de Grecia; también el caso de su propio suegro, Leopoldo de Sajonia-Coburgo, rey de Bélgica. Todos ellos, alemanes de nacimiento, adoptaron la nacionalidad del país en que reinaron. Aun así, Fowler pregunta, solemnemente, qué llevó a Maximiliano a México. ¿Por qué aceptó la corona en la primavera de 1864 y, también, por qué no abdicó a la corona en el verano y otoño de 1866? Estas preguntas —que tienen su respuesta sobre todo en Francia, Austria y Estados Unidos— enmarcan la historia de Maximiliano en México, que culminó con su muerte en el verano de 1867. Tres años.

¿Por qué aceptó Maximiliano la corona de México, si sabía que Estados Unidos estaba en contra, que el Reino Unido no lo iba a apoyar, que tendría que confiar en Francia a pesar de la desconfianza que le inspiraba Napoleón III, que iba a tener que renunciar a todos sus títulos de sucesión en Austria? En parte porque fue orillado a ello por su hermano Francisco José y su madre la archiduquesa Sofía, que lo querían tener lejos de Viena, y en parte porque fue atraído por el Gran Designio del emperador de Francia, que soñaba enfrentar con su prestigio la expansión de Estados Unidos en Norteamérica, y atraído, también, por la solicitud de auxilio de los conservadores de México, un sector católico y tradicionalista que temía tanto la expansión de los Yanquis como la tendencia pro-Yanqui de los propios liberales, peligros contra los cuales deseaba una alianza con una potencia de Europa. Pero Maximiliano aceptó la corona, sobre todo, por razones personales: educado en Schönbrunn para reinar, consciente de ser un Habsburgo, frustrado por su experiencia de gobierno en la Lombardía-Véneto, atraído por el mundo exótico, no podía concebir pasar el resto de su vida en el castillo de Miramar, solo al lado de su esposa Carlota.

¿Por qué no abdicó Maximiliano en 1866, cuando Napoleón III le escribió para anunciarle el retiro del ejército de Francia? Una vez más, por razones sobre todo privadas. Primero por la influencia de su esposa Carlota (“Yo no conozco ninguna situación en la cual la abdicación no fuera otra cosa que una falta o una cobardía”, le dijo) y luego por la presión de su madre Sofía (su posición si regresaba a Europa sería “ridícula”, le dijo, mejor acabar “sepultado entre los escombros de México”). Los mexicanos tendemos a tratar de comprender nuestra historia aislada del resto del mundo. Es imposible.


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Carlos Tello Díaz
  • Carlos Tello Díaz
  • Narrador, ensayista y cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge (1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo / Escribe todos los miércoles jueves su columna Carta de viaje
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