La COP30 está reunida desde el lunes en la ciudad de Belém, en el Amazonas de Brasil. Es la trigésima que celebra la ONU desde la Cumbre de Río de Janeiro de 1992, donde nació la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Estados Unidos, que es el primer emisor de gases de efecto invernadero en términos relativos a su población (y el segundo en términos absolutos), no envió ninguna delegación a Brasil. Trump ha dado la espalda a la COP en el décimo aniversario del Acuerdo de París. Su gobierno está embarcado en una ofensiva contra la agenda climática (en agosto saboteó un tratado para poner límites a la producción de plástico en el mundo, en octubre amenazó con aranceles a los países que apoyaran un impuesto propuesto a las emisiones de dióxido de carbono). India tampoco envió una delegación a Belém. Los países responsables de las emisiones del 60 por ciento de los gases de efecto invernadero son China, Estados Unidos e India, seguidos por Rusia y los que forman el bloque de la Unión Europea, que están presentes, pero titubean, inhibidos por el rechazo de sus ciudadanos a las políticas medioambientales, que sienten que son caras. Así, el actor fundamental de la COP30 es China, no sólo por la ausencia de los demás, sino sobre todo por el paso hacia adelante que supone su capacidad de energía renovable, que pretende duplicar para 2035. André Corrêa do Lago, presidente de la COP30, elogió sus avances en materia de tecnologías verdes. “China está proponiendo soluciones que son para todos”, dijo, “no solo para China”.
El año pasado, China instaló 333 gigavatios de energía solar, más que el resto del mundo en su conjunto. En el tercer trimestre de este año, la energía solar creció 46 por ciento y la energía eólica, 11 por ciento. Ello permitió que sus emisiones de dióxido de carbono se hayan mantenido estables desde hace más de un año, a pesar del aumento de la demanda de electricidad. “China está remodelando el panorama energético mundial, su geopolítica y su capacidad para limitar los efectos catastróficos del cambio climático”, señala The Economist. “La principal razón por la que los países aún no han descarbonizado sus economías es porque carecen de los medios para hacerlo, y eso es lo que China está solucionando. Está proporcionando al mundo cantidades cada vez mayores de energía limpia a precios más baratos que cualquier otra alternativa, incluidos el carbón y el gas natural”. Paneles solares, molinos eólicos, coches eléctricos. “China está ganando ahora más dinero con la exportación de tecnología verde que Estados Unidos con la exportación de combustibles fósiles”, añade The Economist. Desde hace décadas era común leer cómo divergían los intereses económicos y climáticos de todos los países. Ya no. Hoy, los incentivos económicos y climáticos del mayor fabricante del mundo y de muchos de sus mercados de exportación están cada vez más alineados. “En el siglo XXI habremos de pasar a la historia como la primera sociedad que no se salvó porque hacerlo… no era rentable”, escribió Ricardo Becerra, parafraseando a Kurt Vonnegut, en su columna sobre la COP30 en La Crónica de Hoy. China nos ayuda a ver que nuestra salvación puede ser rentable.