Desde la cuna de la civilización, la verdad ha caminado de la mano de la imagen. Los griegos la llamaban Aletheia: “lo que no está oculto”, aquello que se revela ante los ojos. Durante siglos, mirar fue sinónimo de comprender, y la famosa frase atribuida a Santo Tomás, “hasta no ver, no creer”, expresaba esa confianza ancestral en la evidencia visual. Pero hoy, en la era de la inteligencia artificial, ese vínculo entre imagen y realidad se ha roto.
OpenAI acaba de lanzar Sora 2, aplicación que combina la potencia de la IA generativa con el formato adictivo de TikTok. Basta escribir una frase para obtener un video hiperrealista de cualquier cosa imaginable: un mitin político, un accidente, o una guerra. En minutos, se producen imágenes perfectas de hechos que nunca ocurrieron, con personas que no existen. Ficciones verosímiles.
El problema trasciende lo tecnológico: es epistémico. En un mundo saturado de imágenes, la sobreproducción visual ha erosionado su valor como prueba irrefutable. Cualquier escena puede fabricarse con precisión algorítmica, volviendo imposible distinguir entre lo real y lo ficticio; como si la cámara hubiera dejado de documentar el mundo para empezar a inventarlo. Y cuando todo parece real, nada lo es del todo.
Daniel Boorstin lo anticipó hace más de sesenta años en The Image: A Guide to Pseudo-Events in America: vivimos en una cultura donde los hechos genuinos, espontáneos, ceden lugar a “pseudoacontecimientos”, fabricados solo para ser noticia, para manipular. En esta “república de la imagen”, decía Boorstin, la autenticidad se diluye: los ciudadanos ya no presencian el mundo, sino representaciones diseñadas para ser consumidas emocionalmente. Lo que entonces era una crítica al poder de la televisión se ha convertido hoy en una profecía digital: la ilusión ha sustituido a la vivencia.
El viejo adagio de “ver para creer” se invierte: ahora, mirar exige sospechar, verificar, contextualizar. El desafío es cívico y moral. Habrá que reconstruir los criterios de (des)confianza en medio de la abundancia visual: alfabetizar la mirada, enseñar a contrastar, demorar el juicio. Como advierte Michael Sandel, “el principal peligro no es que sea difícil distinguir lo real de lo falso, sino que esa distinción deje de importarnos”.