En 2026 se cumplirán 250 años de la publicación de La riqueza de las naciones (1776), obra fundacional del pensamiento económico. Como sucede con otras grandes teorías –como El Capital de Marx–, la lectura predominante de Adam Smith ha sido parcial y, en buena medida, sesgada. El mito del pensador que glorificó el mercado sin límites ha borrado la imagen del filósofo; ese que veía en la economía una expresión de la naturaleza humana, fundada en la virtud, la empatía y la vida en común.
Hablar de Smith es evocar a la “mano invisible”, lo que ha eclipsado otras de sus grandes ideas, como “La teoría de los sentimientos morales” (1759), donde subraya que la prosperidad solo se sostiene si se funda en la justicia, la ética y el autocontrol. Y eso no se logra a través del mercado, sino de las instituciones.
Para Smith, la economía era más que un medio para generar riqueza, era una forma de vida colectiva, sostenida en la confianza y la cooperación. Su entusiasmo por la especialización y la división del trabajo como fuentes de progreso, se matizaba con la advertencia de que, cuando una persona se dedica solo a una tarea, su mirada sobre el mundo se estrecha hasta perder la capacidad de comprender y participar en asuntos públicos.
En plena era de la IA, ese Adam Smith que habla de virtud y moral como condición necesaria de la libertad cobra fuerza. Para las universidades, sus ideas representan un llamado de urgencia. Por décadas, la educación superior se volcó en la formación de híper-especialistas, midiendo su éxito por la empleabilidad y dejando en segundo plano el formar para la virtud cívica, la empatía y la colaboración, sin los cuales no existe una genuina economía moral.
Releer a Smith implica replantear la misión universitaria, reconociendo que la educación no puede limitarse al capital humano. Las universidades, más que fábricas de títulos, son custodias de la reflexión crítica y la empatía cívica.
A 250 años de La riqueza de las naciones, el auténtico homenaje a Adam Smith no consiste en evocar “la mano invisible”, sino en recuperar la economía como él la imaginó: una ciencia moral. De no hacerlo así, para la mayoría de la población dicha mano invisible seguirá actuando más bien como guante de hierro.