La cultura popular tiene extraordinarias maneras de hacerse presente en el imaginario colectivo para demostrar su eficacia. Sus hacedores de historias se las arreglan para fabricar productos que seduzcan a una población cada vez más hambrienta de ese término tan manoseado, difuso y poco confiable que es el contenido. En estos tiempos de posmodernidad algorítmica pareciera que cualquier cosa puede llegar a contar con el dudoso privilegio de llamarse así.
Suponiendo sin conceder que aquello que se haga consiga recibir tal apelativo, es un hecho que al gran público le resulta atractivo y por ende se ha vuelto rentable. En estos días hay dos fenómenos mediáticos que han pateado el avispero de las audiencias. Por un lado, está la bioserie basada en la vida y obra de Roberto Gómez Bolaños y, por el otro, el entramado de episodios que centrados en la década de los 80, toman como base varias cancioncillas para narrar las vicisitudes de un puñado de féminas.
Dado el alcance de ambas historias, la repercusión obtenida en su momento por las versiones originales a las que aluden y la irrefrenable vocación de la raza por reverdecer laureles, el éxito ha sido rotundo y ambos fenómenos han servido para ilustrar cómo el establecimiento de la agenda opera a la perfección con este tipo de producciones, más allá de la calidad técnica que le asista a cada caso, de la precisión narrativa, los escándalos conducentes y el morbo con que se aborden en las discusiones domésticas y mediáticas.
Queda claro que el recurso del entretenimiento como factor enajenante sigue funcionando, sin importar el tema o la época, y es que por doquier brotan alusiones al par de conceptos con la consabida ausencia de rigor crítico y el desdén habitual por mirar los fenómenos desde una óptica menos estrecha. A todas luces, no es esa la intención de sus productores, a juzgar por el mensaje y la tradición desde la cual se manejan.
En todo caso lo que se puede advertir es el engrosamiento de las conciencias maniatadas por estereotipos y discursos gastados. Y no digo que sea innecesario el canturreo de alguna de las sensibleras tonaditas de Mentiras, la memoria colectiva (incluido a este fulano que escribe) domina casi la totalidad de sus letras y de igual forma se encuentra familiarizada con los personajes y situaciones de la obra de Chespirito.
No obstante, me parece que los dos referentes implican una extraordinaria oportunidad para mirarlos con otra perspectiva, dando pie a una reflexión sobre aquello que se consume sin que implique ahorrarse el disfrute. ¿O será que, como en tantas ocasiones, el gran público terminará tragándose el correspondiente bodrio sin mediar más nada? Es muy probable que sí.