Se suele decir que resulta más estimulante el proceso de preparación de un viaje, que el viaje en sí mismo. Supongo que algo de cierto hay en eso, pero con tanto ajetreo para dejar todo amarrado antes de partir llega a haber muy poca oportunidad para deleitarse con tal asunto.
Es curioso que en épocas de hiperproductividad haya que asegurarse de no pasar por alto ningún detalle, lo que equivale a llevar un ritmo de vida al doble de lo normal, si es que se pretende ir en pos de algún tiempo de descanso o por lo menos de recreación.
Bajo la premisa de resultar necesarias (ignoro si merecidas) unas buenas vacaciones, este que escribe, fiel a la estirpe necia que le caracteriza, dijo que se iría, se montó en su macho, agarró sus chivas y se ha lanzado como gorda (no muy gorda) en tobogán al encuentro con la ciudad que nunca duerme.
Pero para que la cosa ocurriera, además de dejar el tinglado local en orden (es un decir) y el país a buen resguardo (otro decir), hubo que juntar paciencia, unos cuantos billetes verdes, hacer compras por aquello del no-te-entumas y recetarse un caudal enorme de información sobre la Gran Manzana.
Es increíble todo lo que se dice, particularmente en Instagram y YouTube sobre el tema. De ahí que nadie cuyo objetivo implique hincarle el diente a la que se asume como la capital del mundo puede declararse falto de datos. Todo lo que amerita saberse está al alcance de un click.
Desde cómo llegar del aeropuerto, el que sea, a la isla, hasta dónde hospedarse, qué recorridos hacer, los miradores a los que subir, la comida a empacarse, los trucos a considerar, las estafas de las que hay que huir, en fin, de sobra para estar al tanto de un viaje de esas dimensiones.
Este fulano se declara, además de listo, abrumado por todos los preparativos, la información y esas ganas que en forma de mariposillas pata de perro se están apersonando justo en los instantes en que estas líneas son escritas.
Mientras llega el encuentro con Nueva York, se impone un armatoste de American Airlines y poco más de cinco horas para hacerlo realidad. Además, un tren, el subterráneo y el frío preinvernal que, según sostiene el meteorológico, está para calar los huesitos.
Allá espera toda una mitología americana, muchas calles por andar y el estilo de vida cuyo valor ronda un ojo de la cara. En lo que eso se aproxima no puedo evitar pensar en mi querido Leonard Cohen, cuando canta First, we take Manhattan, then we take Berlín. ¡Aquí vamos!