Soy de los que andan las ciudades para conocerlas mejor. A Nueva York la he andado tanto que me duelen los pies, el alma y las rodillas. Tengo su olor en las suelas y creo que, de tanto recorrerla, en cierto modo ya sabe un poco de mí. Por lo menos de mis secretos.
Detesto a los turistas y aunque no deja de ser irónico que lo diga siendo uno de ellos, hago lo posible por marcar distancia y ser menos detestable. Sin embargo, entiendo que hay sitios obligados, atracciones imperdibles y joyas por conocer que ningún visitante con dos dedos de frente se perdería.
Aquí he venido a comer, a mirar y engrosar la capacidad de asombro, a dejarme seducir por todo lo maravilloso que es capaz de conseguir el ser humano. Y entre eso está el almacenamiento estructurado y puesto al alcance de la mirada en un museo. O en cinco, que fueron los que me receté en mi periplo neoyorquino.
El Museo Metropolitano de Arte, ese increíble portento arquitectónico que compite con las muestras inacabables que alberga. Arte de prácticamente todos los tiempos con legados clásicos y modernistas, en un recinto que es en sí mismo una obra artística y en el que la museografía es uno más de sus tesoros.
No muy lejos del MET está el Museo de la Ciudad de Nueva York. Lindo el inmueble, no así el interior que deja mucho que desear, excepto por una extraordinaria instalación del cine hecho en la Gran Manzana, que se puede apreciar en una enorme sala lounge. Casi salen las lágrimas de la experiencia visual y sonora.
Estar en NY y no ir al 9/11 Memorial es imperdonable. Las fuentes donde estaban las Torres Gemelas propician el toque emocional, complementado con el museo que contiene restos de las estructuras, artefactos y demás memorabilia, y que refrendan la vocación gringa por capitalizarlo todo, incluso la tragedia.
El Museo Americano de Historia Natural es de suyo un atractivo para la turisteada. Sobre todo, la de pequeña estatura. Entre esqueletos de dinosaurios, ejemplares disecados y artículos pertenecientes a multitud de culturas en el mundo, se puede ir el día entero y no terminar de recorrerlo.
Finalmente, llega el Museo de Arte Moderno. La piezas ahí, sobre todo del siglo XX, son un referente del país donde se está y del poder de convocatoria que tiene para las obras mismas. Tener al alcance de la vista a los clásicos contemporáneos es un deleite y, otra vez, motivo suficiente para que salgan las de San Pedro.
Luego de tanto ir y venir, de hincar el diente a la ciudad y quedar impactado con el entorno, le digo adiós a la urbe de hierro mientras me trepo en el avión y en los audífonos suena mi adorado Leonard Cohen: “Going home without my sorrow, going home sometime tomorrow, going home to where it’s better than before”.