A treinta años de los cambios constitucionales que promovió Carlos Salinas de Gortari, para modernizar las relaciones entre el Estado y las Iglesias, se conmemora un acontecimiento que puso fin a una extraña condición en que se encontraban las iglesias: éstas no existían jurídicamente. Recordemos que los gobiernos posrevolucionarios habían sido particularmente anticlericales. Salinas promueve una reforma que gira en torno al artículo 130. Así mismo se modifican los artículos 27, 24, 5º y 3º de la Constitución en enero de 1992.
Detrás de esta decisión hay una larga historia de desencuentros y luchas entre el moderno Estado mexicano y la Iglesia católica. Dichos conflictos se remontan hasta Juárez, en el siglo XIX. El peso de la historia marca dramáticas conflagraciones fratricidas como la Guerra de Reforma y la Guerra Cristera.
Estas propiciaron una insólita relación entre el Estado y la Iglesia católica que se desenvolvía en el ámbito de la discrecionalidad política. A pesar de leyes anticlericales, se toleraba su funcionamiento. Lo religioso se desenvolvía en una simulación funcional, calificada por la politóloga Soledad Loaeza, como “complicidad equívoca”. La tutela del Estado se pretendía absoluta y autoritaria pero negociada.
¿Qué cambios político sociales podemos advertir en estos treinta años? Anotamos tres:
a) Caída católica. La Iglesia católica ha descendido notablemente su porcentaje histórico de adherencia religiosa, de casi 90 por ciento en 1990 a 77 por ciento en 2020. Una caída de 13 puntos, según los censos de población. La jerarquía ya no puede hablar a nombre del pueblo mexicano. Han avanzado los sin religión y grupos evangélicos.
b) Cambio en las agendas. La Iglesia católica, hasta fines del siglo pasado, reivindicaba los temas sociales en torno a la pobreza, injusticia social, crítica a la corrupción. Actualmente la agenda política de la jerarquía católica se ha centrado en el debate sobre la moral social. Se ha politizado la discusión sobre los valores.
La Iglesia se ha autodenominado instancia tutelar de los valores de la nación. Condena, culpabiliza y chantajea temas como el aborto, la sexualidad, el nuevo tipo de parejas, la homosexualidad, la eutanasia, etc. Esto le ha llevado a confrontarse ya no con el Estado, sino con significativos sectores sociales e intelectuales.
c) Laicidad contra libertad religiosa. Hay un falso debate que establece que, a mayor laicismo, menos libertades religiosas. Por el contrario, en treinta años las Iglesias se han desarrollado en el marco de libertades que garantiza la laicidad del Estado. En especial las evangélicas.
Bernardo Barranco