Está de moda la longevidad, alargar nuestra estancia en este planeta, más tiempo, más vida. Nos aconsejan los diferentes gurús, entre doctores, científicos y psicólogos, que para no decaer hay que mantenernos muy ocupados, uno de los ejemplos es Japón, país de los más longevos, ahí no existe el concepto de jubilación. La gente trabaja, hace jardinería, tienen amigos. El resultado son más de cien años de vida, con salud mental y buen humor.
La contemplación pide no hacer, nos exige la paz del vacío, en esta sociedad frenética y estresada, no hay espacio para dedicar tiempo a la mirada, estar con el arte. Esa apreciación del tiempo afectó la evolución del arte, en su factura, sus objetivos y las obras mismas. El Renacimiento fundó las bases de nuestra limitada modernidad, entonces la experiencia del tiempo era distinta: viajes lentos, relaciones largas, enfermedades incurables, es decir, permanentes. Lo único que no cambió fue la muerte, esa siempre ha sido súbita.
El arte era igual, La Primavera de Botticelli, observarla pide espacio, tiempo, largos diálogos y paz. Es parte de la búsqueda de lo eterno. Toda la pintura está dibujada con preciosismo, los rostros son delicados retratos, la vegetación, cada uno de los frutos de los árboles y las flores. Las Tres Gracias que bailan de la mano, más tarde inspirarían a Rubens. El vestuario de Flora, cubierto de hojas y flores. Los rostros, los peinados, el virtuosismo del artista alarga el tiempo, graba cada detalle en la memoria. El ciclo imparable de las estaciones se rinde ante esta Primavera que contiene la belleza.
El arte pedía que el tiempo se detuviera, estar inmersos en las formas, sonidos, movimientos. El dogma del progreso llegó con la prisa como herramienta de presión. Avanzar para adelante, sin detenerse a respirar, a mirar o sentir. El arte se contagió de esa velocidad y la contemplación dejó de habitar a las horas. Los materiales cambiaron, ya no había que esperar a que se secara el temple, los óleos, pintar capas de trasparencias, hoy tan extrañas que los restauradores de arte las borran cuando “limpian” una obra antigua. Se inventaron los acrílicos, de colores brillantes y secan de inmediato. Warhol impuso los retratos a partir de fotos polaroid, se acabaron las horas con el modelo.
Impresiones digitales hechas en segundos, Inteligencia Artificial que fabrica ilustraciones de pésima calidad y pastiches que “ganan” concursos. La composición, en la que fueron maestros Botticelli y Picasso, se realiza con una app que no sabe de equilibrio, luz, sombra, y todo lo resuelve en segundos. Escriben novelas, poesía y música con IA, la inspiración, ese fenómeno del hacer, está mutilada. El primer síntoma de la prisa que iba arrasar con el arte, fue romper con la educación artística, exigir “libertad” sirvió para nada porque no sabían qué hacer con ese concepto enorme: “ARTE”. Mientras una parte de la sociedad busca la longevidad, el arte produce obras instantáneas que mueren al nacer.