El gran logro del progreso es el tiempo, hacer y vivir con velocidad neurótica. Eso mismo nos está devorando: el arte también se hace rápidamente, ya sea por simple arbitrariedad de un designio del artista o porque la hizo con IA.
Leonardo Da Vinci consiguió un balance virtuoso, al trabajar en sus obras, pensaba, y resolvía sus dudas con el espacio suficiente. La Gioconda le tomó unos dieciséis años, y siempre afirmó que no se sentía satisfecho, pensaba que le faltaba algo. En eso radica su misterio, en que el artista deseaba que superara su condición de pintura, de ser estática. Darle una vida que se pudiera percibir con la mirada. Mientras resolvía una obra no se detenía, dibujaba, estudiaba botánica, y observaba los paisajes para cambiar el fondo de sus obras.
La obsesión de hacer sus obras lo más natural posible, de acercarlas a lo humano, a la condición contradictoria de todos los seres, entre el defecto, la armonía, el carácter y el ritmo que da el movimiento de cada acción. En una ocasión le comisionaron una Madonna y el Niño, decidió pintarlos con un gato. La mujer y el niño estaban resueltos en su mente, el gato no. Buscó al gato, lo llevó a su estudio, y se enfrentó con la naturaleza, el gato no era un modelo obediente, se escondía, cambiaba de pose. No se dejaba dirigir y arañaba al artista cuando lo molestaba. Sobreviven varios de los bocetos del indomable gato, la pintura no existe, o está perdida, lo más factible es que Leonardo nunca la terminó porque el gato se hartó de la vida en el arte.
Lo que sí es evidente en la obra de Leonardo, es que tenía sus objetivos claros, lo que deseaba que fuera su pintura. Cumplir ese objetivo le podía tomar varios años, pero sabía que su oficio era materializar sus ideas. La pregunta es: ¿Qué vale más, el tiempo o la posibilidad de ver una idea, un objetivo realizado? Asusta pensar en esto en la cultura de la velocidad. Las empresas exigen objetivos a corto plazo, las personas se ponen fecha de caducidad, y si para determinada edad no tienen casa, auto, familia y prestigio, son señalados como fracasados.
No hay tiempo de hacer preguntas, mucho menos de responderlas, y peor aún, averiguar la verdad. Si Leonardo no hubiera observado por horas a la Gioconda, preguntando a la pintura y a sí mismo qué le faltaba, jamás habría creado una obra maestra. Mirarse a sí mismo es muy difícil, saber qué hay dentro de ese rostro en el que la sociedad, la vida, y decenas de circunstancias han dibujado su fisionomía, y tratar de encontrar el verdadero ser detrás de esa máscara.
El prodigio de vivir no es un regalo, es el trabajo diario, paciente y sincero de darle un sentido a cada segundo. Leonardo encontró el balance entre la paciencia y el frenesí, dejó dibujos, bocetos, planes para obras descomunales, y lo más importante, nos dejó el testimonio de los riesgos que tomó en proyectos casi delirantes. Los fracasos de Leonardo son un triunfo del espíritu, de la rebelde fuerza que derrota al tiempo.