Espectáculos

Usher y el medio tiempo del Super Bowl

¿Puede haber algo más patético que lo que sucedió el domingo pasado en el espectáculo del medio tiempo del Super Bowl?

Desde antes del show, sacaron lo peor de sus almas. AP
Desde antes del show, sacaron lo peor de sus almas. AP

Y no hablo de Usher. Hablo de lo que millones de personas publicaron en las redes sociales. Espero que no sea su caso.

Todavía no empezaba el “show” y ya estaban las comparaciones, los memes, las quejas.

Comenzó el “show” y las redes ardieron en ataques. Uno más violento que otro. Largos, cortos, con foto, sin foto.

Terminó y se puso peor. Las multitudes sacaron lo peor de sus almas, reinventaron el odio. Se pusieron muy mal.

¿Qué fue lo que sucedió? Algo completamente ajeno a Usher que, por cierto, montó una presentación de una perfección estructural y de una complejidad creativa francamente admirable.

¡El mundo entero se desahogó! Nadie, absolutamente nadie, hubiera salido bien librado esa noche. Olvídese de trayectorias, de géneros y de perfiles.

La humanidad entera está tan llena de rencor, de frustraciones y de mil cosas peor de negativas y las redes funcionan tan bien como válvula de escape que las audiencias tiraron a matar.

Por eso Usher, ni siquiera había pisado el escenario, y ya estaban pidiendo su cabeza.

La mayoría evidenciaban una ignorancia monumental. El mensaje era: no sé quién es Usher, no conozco su música pero como ese nombre se parece al de una marca de dulces y el señor es afrodescendiente, burlémonos.

A mí no me sorprenden ni la estupidez, ni el racismo, ni el clasismo ni la cobardía. Me sorprende que haya tantísima gente presumiendo su estupidez, su racismo, su clasismo y su cobardía.

¿Por qué? Porque eso habla de lo que llevamos dentro.

Quiero que por un momento se ponga a pensar en todo lo que hay en las personas que participaron en este linchamiento internacional.

¡Cuánta miseria! ¡Cuánto odio! ¡Cuánta necesidad de llamar la atención! ¡Cuánto dolor! ¡Cuánta amargura! ¡Cuánto abandono! ¡Cuánta arrogancia! ¡Cuánto narcisismo! ¡Cuánta soledad!

¿Usted a qué lo atribuye? ¿A las secuelas de la pandemia, a las guerras, a las divisiones políticas o al calentamiento global?

Siempre ha habido gente mala e ignorante, pero el 11 de febrero nos dimos cuenta de que esto ya se salió de control.

El Super Bowl es un evento de Estados Unidos. No nos lo hacen a nosotros. No se lo hacen a usted.

Si usted no entiende las peculiaridades culturales del pueblo de Estados Unidos ni conoce a las estrellas que van a cantar en el “show” del medio tiempo del Super Bowl, no es problema ni de Estados Unidos ni de las estrellas ni del Super Bowl.

Lo normal es que, o se ponga a investigar o llegue a esa transmisión con una apertura mental lo suficientemente grande como para que en verdad goce de lo que le presenten.

¿Pero qué fue lo que hicieron los usuarios de las redes? Todo lo contrario: “No investigo. No me abro. ¡Atente a las consecuencias!”.

Y tan preocupantes los insultos directos como las publicaciones de los cibernautas que compitieron por hacer el comentario más culto, la lectura social más sucia o la comparación artística más elaborada.

Aquello no fue un espectáculo de medio tiempo. Fue un laboratorio social, una experiencia psicológica abrumadoramente exitosa que, sumada a otros fenómenos que se vivieron en esa fiesta deportiva, nos ayuda a entender lo mal que estamos, lo mal que nos la estamos pasando.

La nota del “show” del medio tiempo del Super Bowl no es el “show” del medio tiempo del Super Bowl. Somos nosotros: la sociedad, la humanidad.

¿Qué hubiera sucedido si no hubiéramos tenido ese pretexto para desahogarnos? ¿Qué hubiéramos hecho con todo ese odio? ¿De qué manera hubiéramos sacado tantísimas carencias?

Hasta miedo me da pensar en eso. ¿O usted qué opina?


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Álvaro Cueva
  • Álvaro Cueva
  • alvaromilenio5@gmail.com
  • Es el crítico de televisión más respetado de México. Habita en el multiverso de la comunicación donde escribe, conduce, entrevista, da clases y conferencias desde 1987. publica de lunes a viernes su columna El pozo de los deseos reprimidos.
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