No importe el momento ni el espacio; el tiempo ni el lugar. El hecho en sí mismo no ha cambiado.
Si lo analizamos objetivamente, el juicio contra Jesús de Nazaret no fue un proceso religioso sino una lección política. Un espejo, una advertencia o peor aún, un retrato de lo que siglos después todavía ocurre en los sistemas judiciales del mundo y en particular, en el de México.
El caso de Jesús fue un carrusel de irregularidades: detenido de noche, sin causa clara, trasladado de autoridad en autoridad, sin derecho a una defensa real, con testigos falsos, manipulación de multitudes y una sentencia ya decidida mucho antes de que alguien escuchara una sola palabra suya.
Su primera parada fue el Sanedrín, donde los líderes religiosos lo juzgaron por blasfemia. No les importó el fondo, ni los hechos. Les estorbaba su discurso y les incomodaba su influencia. Fue un juicio político disfrazado de legalidad, igual que aquí, donde muchos tribunales no juzgan lo que alguien hizo, sino a quién incomoda.
Luego fue enviado a Pilato, el representante romano que como muchos jueces en el país, no encontró culpa alguna… pero también no quiso meterse en problemas. ¿Cuántas veces hemos visto en México a un juez “que se lava las manos” para no incomodar al poder, no contrariar la línea superior y no arriesgar su plaza?
No conformes, lo mandaron a Herodes, buscando una opinión favorable o al menos una excusa para no actuar. Herodes lo despreció, lo ridiculizó, y lo regresó. Y así, Jesús fue rebotado entre autoridades, no para esclarecer la verdad, sino para diluir la responsabilidad. Como en este país, donde las carpetas se traspapelan, los expedientes circulan y nadie quiere firmar la resolución que puede costarle la carrera.
Al final, Pilato, sin argumento jurídico, cedió a la presión de la masa. La justicia se subordinó al grito popular, al cálculo político, al miedo. ¿Y acaso eso no ocurre también en Puebla cuando un juez libera a un delincuente de cuello blanco por “falta de pruebas”, pero encarcela a un inocente porque es pobre, porque no tiene defensa, o porque alguien necesita cerrar un caso?
Jesús murió en una cruz, no por sus delitos (que no había) sino por el miedo de los poderosos y la debilidad de quienes debían impartir justicia. Hoy, en México, también hay quienes son crucificados jurídicamente en procesos viciados, sin pruebas ni garantías. La prisión preventiva es una moderna corona de espinas.