Condicionar la asistencia de López Obrador a la Cumbre de las Américas parecía una jugada astuta. AMLO estaba en posición de fuerza para exigir que se invitara a sus homólogos de Cuba, Venezuela y Nicaragua: además de que el trabajo sucio que hace en materia de migración le es indispensable al debilitado Joe Biden, a él y su emproblemado partido no les venía mal un espaldarazo del popular presidente de México en la meca mexicoamericana de Los Ángeles (uno similar al que le regaló a Donald Trump en la Casa Blanca cuando buscaba reelegirse). Si con ese leverage lograba que Washington extendiera las invitaciones, AMLO se erigía en líder de la izquierda latinoamericana e intermediario entre la potencia del norte y los países del cono sur; si no lo conseguía, nuestro país participaba en la reunión a nivel Cancillería y sanseacabó. David tenía todo que ganar y nada que perder ante Goliat.
Pero el asunto era más complejo y, contra lo que se creía, había poco que ganar y mucho que perder. Ni Maduro ni Ortega podían ir a Los Ángeles por sus problemas legales en territorio estadunidense, y era previsible que Díaz-Canel se autoexcluyera antes de que lo vetaran. Así, Estados Unidos no podía convocar a nadie que le permitiera a López Obrador salvar cara (y sí podía complicarle más las cosas si optaba por darle a Guaidó el asiento de la delegación venezolana). Por lo demás, negarle a Biden ese pequeño favor provocaba el efecto secundario de dar municiones a China y, sobre todo, a los republicanos. AMLO se enredó solo (o con la ayuda de su canciller, o de un monero, vaya usted a saber). El enredo lo ha obligado a aguantar su decisión hasta el último momento, alegando que confía en Joe Biden porque “no tiene el corazón endurecido”, pero el agravio de regatearle un acto de campaña que en 2020 no titubeó en hacerle a alguien de corazón endurecidísimo como Trump no se olvida fácilmente. Si finalmente decide ir, se evidenciará que fue doblegado; si no va, tendrá que pagar su apuesta fallida. En cualquier caso, se habrá vuelto a ganar la enemistad de los demócratas, que siempre tendrán peso en el Capitolio. Cero y van tres golpes a Biden: hace dos años apoyó la candidatura de su rival, luego le cicateó la felicitación por su triunfo (sumándose a la cantaleta del fraude electoral) y ahora le sabotea su Cumbre al cabildear la inasistencia de otros presidentes. Y todo por jefaturar un club de autócratas…
Detrás de este temerario lance hay una fobia y una filia. AMLO detesta al Partido Demócrata por razones que no dejan de sorprenderme, y por algo que me recuerda el Síndrome de Estocolmo desea que Donald Trump vuelva al poder. Parece que a López Obrador le gusta ser suave con los duros y duro con los suaves. Cierto, si Trump regresa y la 4T se prorroga el futuro expresidente de México tendrá una carta más en su baraja transexenal, pero en los dos últimos años de su gobierno, pase lo que pase, a AMLO y a los mexicanos nos van a cobrar la factura. El daño inmediato es mucho más grande que la potencial ventaja mediata. Y es que, aunque su intuición le ha dado dividendos en términos de popularidad interna, sus ocurrencias y visceralidades han enturbiado la relación más importante de nuestra política exterior.
@abasave