Política

Presupuesto, izquierda con Excel

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En alguna ocasión describí el estilo de Claudia Sheinbaum como el de una izquierda con Excel. Convicciones sociales ambiciosas, pero abordadas a partir de una racionalidad técnica y científica. El presupuesto anunciado para 2026 es Sheinbaum en estado puro, por así decirlo. En estricto sentido es el primer presupuesto netamente diseñado a partir de su idea de país y de cómo sacarlo adelante. El que propuso el año pasado fue claramente de transición entre una administración y otra, aunque ya adelantaba mucho de su agenda.

¿Qué lectura de país podemos desprender de este presupuesto? Y el tema es importante porque una cosa es la narrativa que difunden los gobernantes y otra la realidad que construyen con sus políticas y acciones. A veces coinciden y otras no, pero al final el trazo que deja el dinero es la mejor radiografía de lo que en verdad quieren o pueden hacer.

El análisis puntual de tantas cifras excedería los límites de este texto, pero quisiera destacar los ejes de fondo que, a mi juicio, subyacen en esta propuesta.

Primero, por donde se le mire, se trata de un diseño que cobija a los sectores populares. De los 10.1 billones que gastará el gobierno el próximo año, casi una décima parte, un billón, será entregada de manera directa a través de los programas sociales. Es lo que venía haciendo la 4T y de hecho se acentúa. Y de esta cifra, la mitad va para adultos mayores y un tercio a jóvenes y escolares. Son, insisto, entregas directas; aparte varios billones más se destinan a los rubros de salud, educación, vivienda y otros temas de bienestar.

Hasta aquí parecería un enfoque típico de los llamados gobiernos populistas, aunque con un matiz importante ya incorporado en el sexenio pasado: se trata de un modelo de reparto que a diferencia de los tradicionales actúa sin intermediaciones (llámese partido político, organizaciones campesinas, estructuras de poder regionales).

Pero la diferencia con los esquemas populistas reside en la manera de financiarlo. Esto es importante porque uno de los grandes desafíos para el segundo piso de la 4T era mantener la derrama social sin caer en un colapso económico, en el endeudamiento, en la extracción de recursos a los “de arriba” o en la inflación. La Presidenta y el equipo de Hacienda han intentado no incurrir en ninguna de estas salidas “fáciles” o irresponsables. Su propuesta reside en la racionalización de la administración pública, el combate a la corrupción y la austeridad. La única manera en que puede tener éxito este presupuesto es que el gobierno se someta a una durísima autoexigencia de sobriedad y eficiencia. Un enfoque nada populista.

Segundo, las implicaciones macroeconómicas de los dos primeros presupuestos revelarían que Sheinbaum está pensando su sexenio en dos tiempos. El primer lapso, 2025 y 2026, está diseñado para terminar de subsanar los lastres más lesivos del pasado: además de la modernización y digitalización de la administración y la mejoría de las finanzas públicas, se busca poner a flote a Pemex y ampliar la oferta energética para el futuro. La prioridad no es el crecimiento a cualquier costo, sino el saneamiento. Si bien nos va, en 2025 el PIB aumentará 1% y en 2026 otro 2%  (aunque las estimaciones del gobierno son un poco más optimistas). Pero si así fuera, estamos hablando de que en su segundo año Sheinbaum habría conseguido hacer crecer al país a la tasa promedio anual que registraron Fox, Calderón y Peña Nieto en sus 18 años (2.1%). Pero con grandes diferencias cualitativas: mejoría en el poder adquisitivo de las mayorías, modernización de la administración pública, sin endeudamiento externo significativo y el rescate de Pemex.

De conseguir estos objetivos, el sexenio entraría a una segunda etapa de crecimiento, 2027-2030. La apuesta es que habrá condiciones para la activación de la inversión privada, gracias al efecto combinado de un mercado interno de mayor poder adquisitivo, estabilidad política y económica, un gobierno eficiente, mayor disponibilidad de energía, mejoría de la infraestructura de comunicaciones y transportes, sistema fiscal transparente y eficaz. En esencia, la maduración del Plan México.

Desde luego hay muchas variables sueltas, condicionantes y cosas que podrían salir mal. Donald Trump y sus decisiones, para no ir más lejos. La iniciativa privada podría no aceptar el envite o hacerlo de manera tan tímida que el crecimiento se mantenga en mínimos. O de plano, el gobierno podría fallar en sus propios objetivos y ser incapaz de mantener la derrama social, la solvencia económica y la eficiencia administrativa.

La 4T ha conseguido algo que parecía imposible hace unos años: una mejoría sustancial de los ingresos de los de abajo. Necesitará otra hazaña para mantener ese sistema de redistribución social y, a la vez, crecer. Mejorar el reparto del pastel era fundamental por razones éticas y de estabilidad política; pero si no expande ese pastel, entraremos en tensiones porque, tratándose de juegos de suma cero, lo que se redistribuye tendrá que quitárselo a otro. Claramente esa no ha sido la intención de los gobiernos de la 4T; y nada lo revela mejor que su negativa a emprender una reforma fiscal, es decir, aumentar impuestos a los estratos de mayor ingreso. Si López Obrador consiguió una disminución de la pobreza, Sheinbaum tiene por delante el desafío de mantener la distribución, pero con mayor crecimiento. En ese sentido, para conseguir su propósito la 4T está a mitad del camino. La Presidenta intenta recorrerlo en dos tiempos: sembrar las condiciones de aquí al próximo año; cosechar los últimos cuatro del sexenio. Esperemos que la realidad se ajuste a su meticuloso e interesante excel. 


Alfredo San Juan
Alfredo San Juan


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Jorge Zepeda Patterson
  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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