Política

Un reloj

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Como tantas cosas, el asunto se desprendió de un libro y un recuerdo: “Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con los dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan”. En efecto, Julio Cortázar.

Al abrir el libro en la página en la cual viene el párrafo que acabo de transcribir recordé mi primer reloj. Ignoro la marca, pero no la ansiedad que me produjo ese aparato puesto en mi muñeca derecha, porque soy zurdo. Lo trajo mi padre y parecía nuevo. Los primeros días no cesaba de mirarlo, cada cinco minutos.

Mi papá logró una colección de relojes de muñeca; más tarde, compró relojes de pared. Así rompió el silencio de la casa para siempre. La medición del tiempo es quizá una de las mayores ilusiones de la vida humana.

En el libro Tiempo. La dimensión temporal y el arte de vivir, Rudiger Safranski escribió que el tiempo no progresa, más bien fluye: “es una duración, en la que puede señalarse un antes y un después, y entre ambos términos se cuentan los intervalos”.

Ahora voy con el recuerdo. El párrafo de Cortázar se desprende de “Instrucciones para dar cuerda a un reloj” y viene en Historias de cronopios y de famas. En el año de 1981 Cortázar vino a México e hizo varias lecturas. Una mañana, Guillermo Schavelzon me llamó agitado:

—¿Puedes creer que no se consiga en librerías la Historia de cronopios?, y yo no lo tengo, y Julio quiere leer algo de ahí. ¿Lo tienes?

—Sí.

—Vas como de rayo al hotel Genova. Julio está desayunando en el restorán. Dáselo.

Si me hubieran pedido que le prendiera fuego al hotel hubiera sido más fácil para mí.

Me torturó la idea de que Cortázar viera mis subrayados.

—Siéntate a un café —Cortázar era amable, afectuoso.

—Me tengo que ir.

—Leo en Coyoacán, allá te veo —sorbió café y empezó a hojear el libro.

Esa tarde, después de leer ante una multitud de admiradores, Cortázar me devolvió su libro con un nuevo subrayado de su mano: “Cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire”.


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Rafael Pérez Gay
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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