Política

Arnoldo Kraus

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Arnoldo Kraus dedicó su vida a la ciencia y a la literatura. Estudió durante años bioética, esa frondosa rama de la ciencia dedicada al conocimiento de esos dos momentos de la vida en los cuales no podemos valernos por nosotros mismos, la primera infancia y la alta vejez. En ese camino exploró con inteligencia médica y firme generosidad la muerte digna, un defensor definitivo de la eutanasia: “(…) el mayor reto de la vida no es la muerte, sino la forma de morir y su proceso (…) Optar por irse, por dejar la vida, no sólo es un derecho, en ocasiones es una obligación”, escribió Kraus en su mejor novela: Decir adiós, decirse adiós.

La muerte, siempre inesperada. Quienes estábamos cerca de Kraus sabíamos que sus días estaban contados. Al final de un ultrasonido para revisar el estado de los divertículos que le asediaban la vida cotidiana, la radióloga le dijo:

—Doctor: hay metástasis.

—¿Metástasis? —preguntó Kraus y pidió que viniera el jefe de radiología, quien confirmó el diagnóstico: cáncer de colon y metástasis en abdomen, o al revés, da igual.

Desde ese día de noviembre hablamos todas las semanas una o dos veces. Se sometió con entereza a quimioterapias, punciones, dolor, medicinas a pasto, a una intervención de abdomen. Pero cuando el camino se ha cerrado, nada se puede hacer.

Confieso que me taladra el corazón que antes de que ingresara por segunda vez al hospital estuviera optimista:

—Te hablo el martes de regreso. Espero entonces formar parte de tu club —se refería a quienes como yo hemos salido, ayudados por la ciencia y la suerte, del cáncer y sus laberintos. Los martes pasaron y no regresaba. Todo se complicó. Una mañana, hablábamos a las siete, me llamó. Escuché una voz desarmada y triste, un eco metálico de Kraus me decía que estaba mal.

—Qué tan mal —pregunté como un idiota.

—Muy mal.

—¿Cuándo?

—Es difícil escoger el día.

Kraus atendió con generosidad y ternura a innumerables amigos y colegas. En mi familia nos ayudó a despedir a mi cuñado, víctima de un salvaje colangiocarcinoma; a mi madre, una anciana rota por una embolia; a mí me diagnosticó cáncer de vejiga y me mandó en el acto con un urólogo; a mi papá lo acompañó, con mi hija médica, en su último viaje; a mi hermano lo vio muchas veces con tristeza y asombro ante la tormenta que ocurrió en su cerebro.

Un personaje de Decir adiós dice: “¿Por qué tengo que irme si todos los demás se quedan?”. Kraus sabía la respuesta: porque así es el juego de la vida.


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Rafael Pérez Gay
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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