Sudamérica, una subregión que hace apenas una década regaba una ola progresista que no parecía tener techo, hoy es el territorio de emergencias de derecha que capta las inquietudes políticas contemporáneas.
Los últimos años marcaron una nueva fuerza en la derecha regional, que actualmente corporizan figuras como la de Javier Milei en Argentina, Santiago Peña en Paraguay o Daniel Noboa en Ecuador.
Otros liderazgos emergen como el de Rodrigo Paz, presidente de Bolivia desde el 8 de noviembre, y en Chile, José Antonio Kast y Johannes Kaiser, quienes tienen altas posibilidades de ganar las próximas elecciones —quizá en la segunda vuelta de diciembre—, y en grupos que crecen en países como Colombia, Perú y Brasil, que tendrán sus propias elecciones en 2026.
Hace apenas unas semanas en la provincia de Córdoba, en el corazón de Argentina, La Derecha Fest (promovido como “el evento más anti-izquierda del mundo”) reunió no solamente a Milei, figura ya consolidada de la derecha internacional, sino que también invitó a liderazgos de países regionales como Ecuador, Perú y Chile.
Pocos meses antes se había organizado en Asunción, Paraguay, la Conferencia de Acción Conservadora (CPAC), evento de la derecha estadunidense que comenzó a replicarse en la región con más fuerza recientemente, con ediciones en Argentina y Paraguay. En ella participaron referentes de Brasil y México, también: Eduardo Verástegui fue uno de sus oradores.
Romper con el pasado progresista
En los paneles de los encuentros circula una batería conceptual que busca proyectar un futuro a partir de una ruptura radical con el pasado reciente.
La agenda progresista —que va desde la conversación sobre derechos LGBT hasta temas climáticos— es ubicada como catalizadora de las crisis económicas, políticas y sociales de los últimos años (independientemente de las particularidades de cada país).
La respuesta es, entonces, un desarme absoluto de aquel sistema que llevó a las sociedades a aquel punto: una proyección de valores —conservadores— del pasado hacia el futuro.
Juan Gabriel Tokatlian, experto en relaciones internacionales, acuñó el término 'internacional reaccionaria' para referirse a un fenómeno sostenido por una filosofía de una “nueva derecha” que “tiene expresiones más emblemáticas en el mundo anglosajón y se despliega, básicamente, en Occidente”.
El ethos reaccionario, escribe Tokatlian, es asimilado por las periferias de ese Occidente, en el cual se incluye América latina.
“Dos dinámicas complementarias reflejan la actitud reaccionaria hacia los cambios (mundiales e internos) de largo plazo”, dice.
“La primera, una mirada frente a la historia, la política, la moral y la cultura en clave de pérdida, de desengaño y de frustración. Prevalece la glorificación de un pasado presunto mejor, ordenado y seguro. Subyacen la nostalgia y la superioridad moral, por eso la alternativa propuesta es recrear el pasado”.
“La segunda dinámica es la selección de alguien para culpar por los males actuales. Por ejemplo, el progresismo es considerado destructivo por su acento en el multiculturalismo, la diversidad identitaria y lo cosmopolita, entre otras”, señala.
Es en ese sentido que el análisis de Tokatlian permite entender las nuevas emergencias políticas de derecha como parte de un sistema: hacerle contrapeso a los progresismos de la década pasada en gran parte de la región —en México un poco más tarde, con la llegada de Andrés Manuel López Obrador— se convierte en sí mismo en una búsqueda de construcción política.
Cada país con sus especificidades, pero sobre un camino definido en una dirección contraria, especialmente en materia de crecimiento de los Estados e impulso de agendas progresistas.
El factor Trump
Hay, también, una importación de una estrategia geopolítica que ha crecido en los últimos meses con la vuelta de Donald Trump a la presidencia en Estados Unidos.
“La vuelta a la derecha en Bolivia”, dice Natalia Aparicio, socióloga de esa nacionalidad, “también reanuda las relaciones internacionales: el país ha tenido varios préstamos con China y ahora claramente el bloque estadunidense está buscando recuperar su influencia en la región”.
Rodrigo Paz, quien no es necesariamente de una derecha extrema sino más bien de una centro-derecha, sí ha adoptado un discurso de “vuelta al mundo” post Evo Morales (y del partido Movimiento al Socialismo) en Bolivia.
Bajo esta nueva corriente, la vuelta a organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional aparece como la consecuencia directa de políticas progresistas proteccionistas o menos occidentales en favor de vínculos con países del sur global.
Pero no es el único caso, en Argentina, el gobierno de Trump participó de la campaña de las elecciones legislativas en el país en octubre, prometiendo ayuda económica e inversiones en el caso de que los votantes optaran por continuar por el camino libertario de Milei.
Con condiciones que aún permanecen opacas, Washington intervino en el mercado de cambios argentino para mantener a raya el dólar los días previos a las elecciones, Buenos Aires firmó un acuerdo de swap por 20 mil millones de dólares con el Tesoro estadunidense y la Casa Blanca prometió aún más presencia una vez que Javier Milei ganó las elecciones de medio término.
El desplazamiento de los capitales chinos en diversos sectores económicos argentinos, incluyendo el área minera, forma parte de las conversaciones que condicionan una colaboración futura.
El tándem entre el debilitamiento de los progresismos y el crecimiento de las derechas también está enmarcado dentro del cambio en los vínculos entre América Latina y Estados Unidos.
Lo que parecía que serían vínculos secundarios para el país del norte —que estaría ocupado, suponían los expertos, en las guerras comerciales y militares en el mundo— terminó siendo una actitud central de su política interna y exterior.
Con distintos embajadores políticos, pero sobre todo con Marco Rubio, su secretario de Estado, y Pete Hegseth, el secretario de Guerra (ex-Defensa), el gobierno estadunidense rearticuló su política exterior hacia América Latina en un formato transaccional (como se evidencia en el caso de Argentina).
En algunos casos, esto implicó utilizar dispositivos de presión, como con las amenazas bélicas en Venezuela y la descertificación en la lucha contra el narcotráfico de Gustavo Petro, en Colombia.
Estos gestos, también, potencian la expectativa de liderazgos de derecha a que tengan mayor comunicación con el trumpismo, despertando fantasmas intervencionistas del pasado, presentes hasta el fin del siglo XX, a lo largo de casi toda la región.
Sin embargo, ninguna de estas categorías alcanza por sí sola para comprender los giros políticos en algunos países que hasta hace pocos años lideraban luchas progresistas en el mundo.
Movimientos sociales y sindicales robustos hoy palidecen ante la potencia de los discursos en las redes, que se vuelven imparables y se cuelan en cada una de las dimensiones sociales de los votantes.
¿Son estas transformaciones una búsqueda de economías más estables? ¿Cuál es el techo de estas alianzas? ¿Sucederá, con estos gobiernos de promesas opulentas, el desencanto que sucedió también con sus predecesores ideológicos? En Sudamérica los tiempos parecen demasiado cortos para abordar un giro definitivo: los próximos meses, sin embargo, hablarán de qué tanto se han torcido los caminos de la región.
MD