Política

Daniel Noboa: el imitador de Bukele

  • Mirada Latinoamericana
  • Daniel Noboa: el imitador de Bukele
  • Daniela Pacheco

Ante su incapacidad de gobernar, Daniel Noboa ha reemplazado la política por la espectacularidad. Su estrategia no busca resolver la violencia ni el colapso institucional del Ecuador, sino distraer, posar y ganar tiempo. Cada crisis se convierte en una puesta en escena. Las decisiones de su gobierno se miden por su potencial mediático, no por su impacto real, y mucho menos por la forma en que afectan al pueblo ecuatoriano. El suyo es un poder sostenido en la imagen: usar uniforme, drones, helicópteros, comunicados de emergencia y mal escritos. Una estética del control que esconde la ausencia del mismo.

Esa lógica quedó clara durante el último paro nacional, cuando el Gobierno denunció un supuesto atentado contra Noboa. Durante días, su maquinaria comunicacional repitió el relato oficial: “grupos desestabilizadores”, “intento de magnicidio”, “Tren de Aragua”, que no fue más que una fabricación útil para criminalizar la protesta social, desplazar la atención y reforzar la idea de un presidente asediado por enemigos invisibles.

Ese mismo libreto reapareció tras la última crisis carcelaria que dejó 32 muertos en la prisión de Machala y sobre cuya muerte, el Gobierno de Noboa aseguró que “entre ellos cometieron asfixia lo que produjo muerte inmediata por suspensión”. Sí, eso dice el comunicado oficial, no es un chiste.

Al día siguiente, Noboa inauguró —entre discursos, helicópteros y tomas de dron— una supuesta megacárcel “modelo Bukele”. Las fotos, difundidas por todo el aparato estatal, fueron editadas para ocultar una edificación en construcción; un edificio inacabado convertido en símbolo de supuesta autoridad.

Mientras tanto, las cárceles siguen fuera de control. Al menos 123 personas han muerto en motines desde que Noboa llegó al poder, pese a sus promesas de “haber tomado el control del sistema penitenciario”. Las prisiones siguen siendo territorios de muerte, negocio y descomposición, administrados por bandas con complicidad estatal.

Y no, no se trata de defender lo que hizo Bukele. El salvadoreño construyó un régimen autoritario basado en el miedo y el encarcelamiento masivo, con miles de inocentes detenidos y derechos suspendidos. Sin embargo, Noboa ni siquiera reproduce ese modelo de manera coherente, sino como un remedo vacío, el gesto sin resultado.

Donde Bukele impuso control sobre pandillas, Noboa enfrenta una red criminal transnacional: carteles de droga con presencia en puertos, redes financieras internacionales y vínculos con estructuras armadas. Es un crimen empresarial y globalizado, imposible de enfrentar con cárceles de cartón y propaganda digital.

En el centro de esta maquinaria de control, Jorge Glas se ha convertido en símbolo y advertencia. El exvicepresidente fue secuestrado de la Embajada de México en abril de 2024, en un acto que violó la Convención de Viena y todos los estándares del derecho internacional. Desde entonces permanece encarcelado pese a los reiterados llamados de la CIDH y otros organismos que exigen su liberación. Su prisión no responde a la justicia, sino al cálculo político: Glas es el enemigo perfecto, la figura sobre la cual Noboa descarga su narrativa de castigo ejemplar, frente a la Revolución Ciudadana, el partido de izquierda, que siempre ha visto como su mayor amenaza.

Y ahora, ese mismo guión llega al acto final de este capítulo: otra consulta popular. Presentada como un ejercicio de democracia directa, es en realidad una maniobra para concentrar poder y debilitar la soberanía nacional. Entre sus preguntas más polémicas se incluyen la posibilidad de instalar bases militares extranjeras, eliminar el financiamiento público a los partidos políticos, regresar a la jornada laboral por horas y, sobre todo, convocar una Asamblea Constituyente que abriría la puerta a la reconfiguración total del Estado bajo el mando del Ejecutivo.

Detrás del discurso de “reformas estructurales” se esconde la renuncia abierta al principio de autodeterminación y el intento de perpetuar la figura presidencial como eje absoluto del sistema político y sin contrapesos. Así, estos episodios forman parte de una misma narrativa: el falso atentado, la cárcel inconclusa, el encarcelamiento de Glas y la famosa consulta, solo por mencionar algunos. Todas las crisis las transforma en espectáculo y su única respuesta es la propaganda.

Mientras Ecuador se desangra entre inseguridad, desempleo y pobreza, Noboa juega a ser Bukele en una nación sin Estado. Cuando el espectáculo sustituye al gobierno, lo que queda no es poder, sino un país roto, convertido en escenografía de su propio dolor.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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