José Agustín, además de escribir sobre la novela Drácula, también le dedicó a Bram Stoker un episodio de su serie televisiva Letras Vivas. Por desgracia, no conservo ni sé si existan copias, pero nos damos una buena idea de lo que J.A. pensó de la novela del malévolo conde con ese final donde termina mencionando la obra clásica de Matheson, Soy Leyenda: como una flecha en llamas, se proyecta hacia el futuro, pronosticando que el vampirismo encontraría un refugio en la ciencia ficción, y nos da pie para mencionar que, efectivamente, ambos géneros se han fusionado en varias situaciones, como en esta novela preapocalíptica, o digamos, más recientemente, la saga cinematográfica de Inframundo, o las novelas de la serie The Strain, coescrita por Guillermo del Toro. Así, a través de milenios hacia el pasado o el porvenir, los vampiros han servido para el material de los malos sueños, en las más diversas combinaciones de géneros literarios e híbridos de cine.
Y es que entre las muchas novelas que hacen homenaje a este oscuro tópico (que se contagia en el inconsciente colectivo como una auténtica plaga o epidemia) los sueños febriles de Bram nos llevan irremediablemente a recordar también la magistral novela breve Soy Leyenda (1954), de Richard Matheson, que ha sido llevada al cine al menos tres de veces, una de ellas con el mismo autor de guionista y Vincent Price en el protagónico, así como la más reciente con Will Smith, ambas con resultados menores a la novela, cumbre del terror vampírico/postapocalíptico. En ella, el protagonista, quizás el último hombre sobre la Tierra, un científico brillante pero también alcohólico irredento, sigue aferrado a sobrevivir, combate como puede a los vampiros que lo asedian todas las noches, intentando ingresar a su casa suburbana. A su vez, él sale de día a cazarlos mientras duermen, ocultos del Sol, además de buscar, en laboratorios de hospitales abandonados y universidades deshabitadas, los elementos y herramientas científicas necesarias para continuar con sus estudios, pues busca la cura para esta plaga de chupasangres, a los cuales pretende crear una cura, o vacuna, o alguna forma de acabar con los enemigos, si no devolverlos a la normalidad, o al menos detener el contagio que los propaga y ha acabado con la mayoría de la humanidad. Y de paso aprovecha para proveerse de suficiente alcohol con que mantener su vicio. Cuando finalmente cae en las garras de sus miles de enemigos, ya es el último humano vivo, y, por lo tanto, antes de perecer, proclama: I am Legend!, y así acaba la historia de nuestra especie sobre la faz del planeta, dando lugar a un futuro ajeno a nosotros, donde ya solo somos un recuerdo, en el nuevo Reino de los Vampiros. Una secuela digna de Drácula, su mejor propagación, por aquel entonces muy futurista. Matheson también escribió el guion de otra adaptación de la novela de Stoker en 1973, protagonizada por Jack Palance.
Por el estilo, existe una trilogía de novelas de Guillermo del Toro y Chuck Hogan llamada The Strain, hija putativa (como diría el maestro Hugo Argüelles), bastante gore por cierto, de Drácula y Soy Leyenda, la cual también fue llevada a la novela gráfica y la pantalla chica, con buenos resultados, un tanto apresurados, pero con la misma premisa: el mal encarnado en los vampiros, que se extiende como una plaga, despedazando el orden establecido y lleva a las sociedades humanas al caos. En esa aventura, don Guillermo se propuso alejarse de la versión edulcorada y antiséptica, para devolverles su lado más oscuro y aterrador.
Y este 2025 también se estrenó el Frankenstein de Del Toro, otro festín visual como a los que nos tiene acostumbrados el genial cineasta, autor de Cronos, su celebrada ópera prima, con una aproximación al vampirismo, además de joyas como El laberinto del fauno y adaptaciones literarias como su versión de Pinocho ultra dark, sin olvidarnos de su adaptación del cómic Blade, de vampiros también, como sus novelas/series gore apocalípticas, The Strain. Sabemos que Mary Shelley no se estará revolcando en su tumba como lo hace a cada rato míster Stoker, sino quizás hasta esté emocionada como nosotros por esta nueva adaptación del mexicano. Más misteriosa es la próxima adaptación feminista de la bella Maggie Gyllenhaal, The Bride!, a estrenarse en 2026 con un reparto de lujo.
Pero volviendo a la analogía del vampirismo con la epidemia humana, lo mismo psíquica y colectiva que una amenaza físicamente real (que por cierto todos padecimos recientemente con el covid-19), emparenta a estas dos novelas, Soy Leyenda y The Strain, con la premisa pre o postapocalíptica (tan popular hoy en día, entre miles de propuestas basta mencionar a The Last of Us o Exterminio) abanderando los planes truncos del conde Drácula, pues todas describen un posible futuro fallido, debido a la propagación de cualquier cantidad de opciones para destruir el mundo, incluidos los hongos, virus o vampiros. Lo cual, si bien es el escenario de una fantasía oscura, un horror colectivo, después de la reciente pandemia del coronavirus ya no nos resulta tan descabellado e improbable, como cuando fueron escritas, previendo nuestra decadencia como especie, a causa de contagios virulentos masivos.
Pero tal parece que el mito del vampiro puede sobrevivir a toda clase de radioactividad o los intentos de las buenas conciencias por transformarlo, pues siempre regresa, año con año sino es que mes con mes, en la forma de nuevas películas o libros que exploran, reinventan o hacen su salto de fe, hacia el reino del Príncipe de las tinieblas, para perderse en ellas o intentar vencerlo nuevamente, para meterse en su piel o tratar de salvarlo.
Recientemente, mientras concebía este breve ensayo sobre Drácula y el vampirismo, se han estrenado varias películas y series, como la nueva versión de Nosferatu de Robert Eggers, emergente nuevo valor del cine de horrífico, de la cual hablaré en el próximo capítulo. La gran sorpresa ha sido Sinners (2025) una película audaz que mezcla gángsters negros, excelente blues y terror rural, cortesía de una chusma de vampiros pueblerinos y racistas. Como dije, todo se vale en esta dimensión desconocida.
Con respecto a los remakes del Nosferatu de Murnau (1922), la película clásica expresionista alemana, que han sido curiosamente revisitados por buenos cineastas tanto o más que la novela original que se pirateó, el Drácula de Bram Stoker. No se puede dejar de mencionar que si bien la reciente de Eggers (2024) es bastante novedosa y atrevida en varios niveles, ya un grande del cine había hecho su intento antes dejando una poderosa cicatriz: el maestro Werner Herzog, cuya versión de este título (1979), se volvió legendaria e imprescindible para los amantes de su obra y del género, a pesar de ser completamente pesimista y que no deja esperanzas para una salvación de esta plaga, no hay victoria posible contra el Vampiro.
Para quienes no lo sepan, Nosferatu es una versión libre de la novela Drácula, pero al no poder llegar a un arreglo con los herederos de Stoker, Murnau prescindió de los derechos de autor y simplemente cambió todos los nombres y se la pirateó vilmente. Pero al ser un autor tan brillante y reconocido, no solo se sale con la suya, sino que se han hecho estos reintentos, así como otras obras extrañas como La sombra del vampiro (2000), donde John Malkovich interpreta a Murnau en una biopic que reconstruye la filmación, con elementos fantásticos de la leyenda creada alrededor del actor que interpretó al vampiro, Max Schreck, en este caso un excelente Willem Dafoe (el único actor que ha actuado aquí como Drácula y también Van Helsing, en la de Eggers, del 2024).
Sin embargo, a pesar de todas estas aproximaciones, no existe ni una sola versión completamente fiel a la novela de Bram Stoker, sin importar cuánto amor hay por ella y cuanta pasión despierta, ni siquiera la de Coppola que presumía en su cartel ser una versión apegada al Drácula de Stoker, se tomó las libertades antes mencionadas, entre varias otras, aún si el resultado es fantástico en tantas formas y colores, una de las grandes películas de Francis, de hecho, pero no respeta la trama y modifica los personajes. Y como ya dije en el capítulo anterior, la más reciente adaptación de Luc Besson, que yo anhelaba creer que sería más apegada al libro que las anteriores, y al fin le hiciera justicia a su argumento intenso, aterrador y frenético, la aventura gótica que merece dejarnos sin aliento en la pantalla grande. Así sea, diría Van Helsing. Pero la esperanza se desvaneció desde que leí el revelador subtítulo: Una historia de amor, donde advertía de seguir con la tendencia de hacer de Drácula un eterno enamorado, iniciada por Coppola y retomada también por Eggers, tratando de hacer del conde un romántico apasionado, aunque algo tóxico, un psicópata pero con su corazoncito del lado izquierdo y etcétera, cuyos baños de sangre su absuelven mágicamente gracias al power of love, en el afán de convertirlo en un anti héroe sádico y pagano pero fiel marido, en vez del simple devorador de almas de la novela original, sobre cuyas adaptaciones cinematográficas pesa una fuerte maldición, por lo visto.
AQ / MCB