Cultura

Querida oscuridad, parte II: El manantial de sangre

Literatura

En esta segunda entrega, el autor explora diversas historias de vampiros que han brotado del ‘Drácula’ de Bram Stoker, entre aquellas que han enriquecido el mito y otras que no han estado a la altura.

Bram Stoker es, sin duda, el caso más célebre de fascinación por los bebedores de sangre.

A él le debemos este culto, es el humilde arquitecto de este mito moderno y tiene todo el mérito por el apogeo en esta vertiente de literatura gótica, así como por las mil y una películas o libros que le sucedieron. Stoker es la fuente de esta neomitología que ha viajado del arte gótico al pop, de la letra a la imagen y del blanco y negro al color.

Todo empieza con Drácula, la ya legendaria novela de aventuras y terror fantástico publicada en 1897, que, desde entonces, asombra y apasiona a su público siempre fiel y que se ha convertido quizás en la más célebre de este género, rivalizando solamente con el Frankenstein de Mary Shelley (1818), ambas reciben adaptaciones al cine como una pesadilla recurrente, que van de clásicas, buenas, decentes, malas o pésimas, dependiendo de los involucrados en la resurrección. Este año no fue la excepción y ya se proyectaron dos versiones: primero el remake de Nosferatu de Robert Eggers, con bastante mejor fortuna que el nuevo Drácula de Luc Besson, la más reciente profanación.

Para quienes no estén familiarizados con la trama de Drácula, si acaso esto es posible, regreso al artículo periodístico de mi padre, don José Agustín, publicado en El Día (04/02/1967):

“El arranque de la novela es maestro: Jonathan Harker llega a Transilvania y en una atmósfera de premoniciones entra en el castillo de Drácula, en donde no hay ningún ser viviente. El clima de horror imperante alcanza una magnitud que linda con la poesía. La inteligencia glacial del conde Drácula llega a posesionarse de todo, y a través del terror de Harker uno llega a sentirse absolutamente impotente ante una fuerza inatacable. Algo así debe sentirse en una guerra nuclear: la amarga imposibilidad de no poder hacer nada, solo llorar, maldecir y prepararse para la destrucción. Después, solo conocemos los devastadores signos de la llegada de Drácula a Inglaterra. Mueren todos los marinos del Démeter, un enorme lobo se escapa, el aleteo de un murciélago se escucha en las ventanas de la casa Westenra, y tras la muerte de Lucy, una serie de niños comienzan a caer bajo el embrujo de una bella dama que les succiona la sangre. Por todas partes hay signos del poder de Drácula, y el ajo, los crucifijos, la hostia, las estacas, apenas pueden contener el ataque. Drácula ha llegado no para probar la sangre inglesa, sino para conquistar el mundo y crear una nueva especie, los no-muertos. Claro, serán comandados por el arcaico conde, cada vez más rejuvenecido gracias a la sangre que colmillea. Sin embargo, saltan a la arena los aliados, que declaran la guerra a muerte contra este Hitler de ojos inyectados. Es asombroso constatar las fechas de los diarios, desde que principia la novela hasta que termina, pues todo sucede de mayo a noviembre, pero uno tiene la impresión de que han pasado eternidades. Jonathan Harker encanece, mueren Lucy y su madre, también Quincey y Renfield. Mina bebe sangre del pecho del conde. Los aliados abandonan todas sus otras actividades para concentrarse en el peligro, y el tiempo parece detenerse tras una pantalla rojiza en la que zumban todas las formas profundas de maldad”.

Legión de vampiros

En años recientes, el mito del vampiro ha rejuvenecido y se revitaliza, es una contradicción con o sin alas, pero aún sedienta de sangre y aparecen versiones edulcoradas o benignas y amorosas del vampiro, como fue el caso de la película de Francis Ford Coppola (Bram Stoker’s Dracula, 1992) que agregó la línea argumental donde Drácula está enamorado de Mina y ella le corresponde, inyectándole algo de romanticismo perverso, con un giro de adulterio apasionado y febril, a una historia que, originalmente, es literal en su lucha del bien cristiano contra un mal extranjero/demoniaco. Coppola seguro habrá notado, como solía decirme mi padre, don J.A., que estos personajes eran muy bidimensionales y acaso buscó darles más profundidad y contradicciones. Las hiperbólicas actuaciones, los vestuarios y maquillaje, así como los efectos especiales son exagerados, pero le sacaron algunas de las interpretaciones más extremas y memorables a Gary Oldman, Winona Ryder, Tom Waits y Anthony Hopkins.

Ahora en 2025, es el turno del cineasta francés Luc Besson (Azul profundo, El perfecto asesino, Nikita, El quinto elemento, Dogman), un autor talentoso y divertido pero irregular, quién se arriesga a otro intento con Drácula, pero derrapa y cae en una de las peores adaptaciones de la novela gótica. Por alguna razón todos los suspirantes creen que pueden mejorar la trama, pero jamás proponen una historia original con tantos atractivos y aciertos, muchos de ellos desperdiciados por sus saqueadores cinematográficos. Además, su asalto a las ideas de Coppola es cínico de tan evidente. Es flagrante e irrespetuoso, acaso solo él cree que está siendo innovador con todo su humor deliberado e involuntario, pero su plagio y profanación llega a su cumbre cuando retoma la variante de Francis, donde el viejo conde es un eterno enamorado, o viejo rabo verde súper cachondo, que ve en la novia de Jonathan Harker a su antigua consorte perdida, Elizabetha. Sobra decir que esta desviación en el argumento es completamente ajena a la novela original, pero incluso en otras áreas como la música, maquillajes, peinados y vestuarios, el galo se roba muchas ideas del italoamericano, un autor mucho mayor, que cuenta en su carrera con obras míticas con la trilogía El padrino, Cotton Club, Rumble Fish, Apocalypse Now y su Drácula para sustentar su eterna gloria.

El mismo giro romántico ocurrió con la trilogía de libros y películas para adolescentes Crepúsculo y etcétera, aunque ya de plano en tono cursi para adolescentes, que llegó aún más lejos que la querida Lost Boys (1987, de Joel Schumacher), donde ya se veía venir esta transformación de villano a héroe. De igual modo se buscó redimir a los galanes de Sookie Stackhouse, en la popular serie televisiva True Blood. O Louis, el vampiro interpretado por Brad Pitt en Entrevista con el vampiro (Neil Jordan, 1996, basada en la nóvela de Anne Rice, de 1976), quien ya cuestiona su sed de sangre y el condenar a otros (as) a la noche eterna. Sin olvidar al Conde Pátula, que prefería la dieta vegetariana, o el joven que chupaba sangre y otras cosas, en La danza de los vampiros de Polanski, que era abiertamente gay, como el de la colonia Roma. Todos ellos malvivían dudando o lamentándose de su condición necrófaga o de ser exclusivamente hetero-vampiros, a diferencia del inmortal conde Satán Carroña, de Gabriel Vargas, que succionaba, alegre y exclusivamente, el agua de jamaica a dulces jovencitas de la alta sociedad.

Las vampiresas y la rama de películas con contenido lésbico es otra bastante popular, iniciando la tradición con la novela erótica Carmilla, escrita por Sheridan Le fanu en 1872 (poco antes que el libro de Stoker), que también tiene varias adaptaciones cinematográficas, aunque no tantas ni tan elaboradas (o delirantes) como las inspiradas en Drácula. Pero, de entrada, en este recuento de vampirismos posteriores, engendrados por esta novela seminal de la hematofilia, no puedo olvidar El ansia de Tony Scott y las inolvidables actuaciones estelares de Deneuve, Bowie y la Sarandon. O la española Vampyros Lesbos (1971), de Jesús Franco, dos ejemplos perfectos de cómo se han convertido en una perversión sexual por excelencia, ligada al sadomasoquismo, el lesbianismo y la dominación fatal. Supongo que la publicación de Drácula, aunque él quizás no se lo propusiera conscientemente, coincidió con un despertar definitivo de la sociedad contemporánea al lado oscuro de la sexualidad, un reconocimiento colectivo. Y si no obtuvo la aceptación social, debido a su violencia implícita, si hubo una suerte de fetichización del mito hematófago, que fecundó su popularidad. Frankenstein también explora el tema de la inmortalidad y la naturaleza fundamental de la humanidad, pero a través de la ciencia ficción victoriana, con la creación delirante y pseudo científica de un humanoide monstruoso, que también desafía las leyes de la vida y la muerte.

Pero precisamente en cómo se multiplica su especie, Drácula es la contradicción por excelencia de una gestación natural. Aún sin proponérselo y quizás contrario a sus intenciones, Stoker participó inconscientemente en la concepción del feminismo, con su mega best seller, contribuyó a un despertar contemporáneo en cuestiones de género, un paso previo para la revolución sexual del siglo XX. Y aunque al final los castos esposos Harker recuperan su alma y derrotan al enemigo, con bastante ayuda de la compañía cristiana del profesor Van Helsing, de pronto el vetusto conde se volvió un símbolo sexual, de algún modo se las ingenió para hacer que su maldad prevaleciera en el inconsciente colectivo. Tanto él como las vampiras que lo esperan hambrientas por niños que devorar, quienes parecen ser también sus concubinas, de donde se deduce que el viejo demonio tenía su propio harem. Y desde allí se reprodujeron ad infinitum, en posteriores secuelas. Además, el viejo conde se metía por las ventanas de las mansiones, convertido en neblina, para morder el cuello de las mujeres decentes de la alta sociedad. Por lo tanto, es fácil comprender que algunos leyeran esto como una insinuación erótica perversa, la cual, solo ha crecido descaradamente con cada año que sigue reapareciendo, esporádica o estroboscópicamente, en una nueva obra infectada de vampirismo, de los más variados creadores y las más desproporcionadas calidades.

Un extraño caso de posesión colectiva

Como ya dije y se puede leer en su Drácula, una novela muy lograda y en extremo exitosa, Bram Stoker simplemente había deseado crear un monstruo, para después destruirlo en el nombre de Dios. Sin embargo, con el paso de los años, este bestia imaginaria se fue haciendo más compleja y sofisticada, hasta contradecir su naturaleza diabólica, engendrando herederos abominables que padecen una intensa nostalgia por su humanidad perdida y reniegan de su condición, maldiciendo a sus creadores. Pero si el vampiro es bueno o malo, un ser incomprendido, monstruo o amante inmortal al gusto (“Un vampiro o una víctima, depende de quién ande cerca”, cantaba la banda irlandesa U2, en su canción “Stay, Faraway, so Close”) o si debe ser una u otra cosa, es decir que, si encarnan a Eros o Tanathos (el anhelo de vivir versus la pulsión mortal/homicida, que a su vez, derivara en tragedia o comedia, como decía el maese Hugo Argüelles), supongo es algo que acaso los doctores Freud o Jung podrían dilucidar, mas no quién esto escribe, su seguro servibar. Aunque queda claro que hoy en día, esto dependerá del libre albedrío de los vampiros (as) o de sus creadoras (es), o de los artistas que decidan retomar el mito y proyecten sus propios deseos, ya sea de redimir o maldecir a los vampiros y vampiresas, lo cual sin duda les ha devuelto un poco más de humanidad, dándoles mayor profundidad y contrastes, que permitieron la existencia de personajes más complejos, con decisiones trascendentales que tomar, en una lucha personal contra sus demonios.

A continuación, retomo la tercera y última página del artículo de mi jefe, don J.A., acerca de la pertinencia de Drácula, como obra literaria, y su influencia en la escritura del género de horror. Para ello, Agustín menciona, como una heredera predilecta a una de las primeras novelas que retomó el mito del vampiro, engendrando otra obra de gran calidad: Soy Leyenda, de Richard Matheson, con la cual mi padre termina su recorrido o disección de la saga del conde D y su retador, el doctor Van Helsing, primer cazador de vampiros, además de los enamorados Harker, el doctor Seward y Lord Godalming. Continúa así José Agustín, para el diario El Día (04/02/1967):

“Aparte de lo que Drácula implica como manifestación de lucha casi fanática y rabiosa, en la que nadie se deja descorazonar y continua adelante siempre, esta novela es preciosamente contemporánea en su presentación, salvo por los detalles anotados en un principio. En su mayor parte el libro no hace ninguna concesión al lector y desenvuelve su historia con implacable objetividad. Salvo algunos discursos muy propios de la época, no hay puntos muertos en el libro, y esta depuración de elementos narrativos es admirable. Sorprende, además, el manejo que hace Bram Stoker de todos los elementos que la ciencia acababa de poner en práctica: una rudimentaria grabadora, en la que el doctor Seward dicta su diario, el uso de la taquigrafía como clave de los diarios de los Harker, el de la máquina de escribir para hacer accesibles los materiales de estudio que servirán para destruir al conde, la presencia de los ferrocarriles y barcos más veloces de la época, más el conocimiento del comercio, de agentes de bienes raíces y su complicada papelería y burocracia, todo esto permite al libro de Bram Stoker ser totalmente actual, no solo en su contenido, sino en su forma. Por esto, quizá, Drácula es un libro capital en el género, responsable de toda una serie de novelas fantásticas que tarde o temprano tendrían que fundirse con la ciencia ficción, como es el caso de la novela Soy Leyenda, de Richard Matheson”.

AQ

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