El vampirismo siempre ha ejercido una intensa fascinación sobre mí y quizás lo hicieron contigo también, si te encuentras leyendo este verbo mareador, querido lector (a o x). Sabrás ya bien, entonces, que este mito nos invoca desde tiempos inmemoriales, aun si es monstruoso y sanguinario, o quizás justo por eso, pero a la vez se proclama proveniente de una elegante realeza de ultratumba, que para su fortuna o desgracia, se alimenta por vía de la hemofilia. Es la gran fantasía nocturna que, por más de un siglo ya, nos llama con su aullido. Al menos la mía, desde tengo memoria y tal vez la nuestra, así como la de múltiples escritores, cineastas y artistas con gusto por lo sombrío.
Fue un tanto más extraño cuando descubrí que era mi propio padre, quien siempre fue una criatura nocturna. Y aunque no fue un vampiro literalmente, si nació en La tumba, como diría él. Escribía hasta las más altas horas de la madrugada, ligeramente alcoholizado y bajo la influencia de narcóticos, alucinógenos y estimulantes; o a veces, hay que ser justos, solo con café y cigarros sin filtro. Y escribía incansable, con palabras justas y oraciones al rojo vivo, que después se convertían en grandes novelas, en libros mágicos y voladores, así forjaba sus mitos psicodélicos y leyendas urbanas, rurales o costeñas. Escribió bajo un cielo estrellado de constelaciones privilegiadas y fue testigo de eclipses y fases lunares, buscando el dominio astronómico en sus relatos ardientes, que aún hoy, tantos años después de que comenzara a escribir, siendo un niño, prevalecen como un poderoso alimento espiritual, un faro marino para varias generaciones de almas intrépidas. Pues son sus buenos lectores y lectoras (o x) quienes lo mantienen vivo, aún después de su muerte en 2024. Para nosotros, José Agustín fue y es una luz que alimentó y calentó a aquellos que se acercaron y aún se asoman a sus letras.
Todo empezó en esos libreros interminables, que crecían sin parar. Me parecían un gran juego de escaleras al cielo (y serpientes al averno), un refugio para la magia que me gusta nombrar “El Librerinto”: miles de los libros favoritos de don J.A., coleccionados a lo largo de una vida, que recubren las cuatro paredes de este templo para la sabiduría, construido bajo los árboles gigantes de su jardín.
Descubrí muchas maravillas entre los libreros de su estudio, pero una de las primeras que despertó mi curiosidad fue Drácula. Quedé embrujado desde que leí el título y supe de la existencia de este libro que, hoy en día, es la biblia del vampirismo. En la portada sobresalía una ilustración de un murciélago con las alas extendidas, que se convertían en el perfil de una calavera. Quedé petrificado, mis ojos abiertos como un búho y corrí a leerlo. Fue uno de los primeros libros que recuerdo haber leído por gusto, junto con, por ejemplo, Alicia en el país de las maravillas. En esa época también empecé a leer a Edgar Allan Poe y luego, al maese Lovecraft. Todos ellos eran espíritus hermanos, que mi padre invocaba en su fogata.
El nido del dragón
Ahí me encontraba yo, siendo aún un niño, leyendo en la azotea tras apañar el mentado book, un ejemplar en inglés sobre un conde transilvano llamado Drácula, cuyos antecedentes, falsamente históricos, se dice están inspirados en un príncipe ancestral llamado Vlad Dracul. Elegí ese, de entre todos los manjares para el cerebro, o acaso, me eligió a mí. El nombre del célebre vampiro apareció ante mis ojos, o me saltó a la cara, como un murciélago salido de las sombras y se refugió dentro de mí. Lo leía religiosamente, como quién saborea un helado y no quiere que se acabe nunca, después lo devolvía a su lugar en “El Librerinto”, acaso sin que nadie lo notara, durante los meses que lo prolongué y revisité, mesmerizado. Así llegó a mi vida Drácula de Bram Stoker, la icónica novela de horror gótico.
Pero dejemos que sea mi padre quién explique, en sus propias palabras, su aprecio por este libro tan venerado por los amantes del género. Pues esta noche, entre los archivos perdidos de su estudio, me encontré con un antiguo documento y al estilo de Bram, quisiera preservar este momento y darle algún realismo a mi ensayo, con un texto auténtico de don J.A., publicado en el periódico El Día el sábado 4 de febrero de 1967 con el título de Drácula:
“Cuando leí Drácula por primera vez, no podía explicar mi entusiasmo. Sin embargo, nunca pude olvidar el libro, y al ver Nosferatu, el film de Murnau, que en cierta forma sintetiza la historia de Bram Stoker, no pude evitar releerlo, esta vez en la versión original y no en la edición española de Malinca Pocket. Bueno, la relectura de esta obra maestra del horror me ha permitido aquilatarla como se debe. Volvió a fascinarme y a regalarme una atmósfera de tensión como la primera vez. Naturalmente tiene varios defectos, algunos obvios. Toda la narración está hecha a base de diarios, cartas, recortes de periódico, memoranda, etcétera; pero a excepción de los recortes, todos los diarios se encuentran escritos con el mismo estilo, con un mismo lenguaje y aún más con un mismo espíritu. Existe también una propensión a la grandilocuencia relacionada con la lucha épica contra el conde Drácula: sus perseguidores siempre están haciendo solemnísimos pactos y conmovedores discursos. También es molesta una cierta esquematización de los bandos: mientras Drácula y las vampiras de Transilvania son toda maldad; el profesor Van Helsing, los Harker, el doctor Seward, lord Godalming (Arthur Holmwood), Quincey Morris y aun Lucy Westenra, son toda bondad; por eso Renfield, el loco zoófago, resulta un personaje extraordinario, pues en ocasiones demuestra no solo conocer las mejores reglas de etiqueta, sino una considerable cultura, e inmediatamente después emite groserías y devora moscas y arañas antes de agredir con violencia físicamente a sus captores”.
Hasta ahí con el texto original de mi padre, pero lo retomaremos más adelante. En esta colaboración ya se pueden ver las reservas que tenía con el estilo de Stoker, así como su admiración por el ritmo, la atmósfera, la feroz batalla entre el bien y el mal y su célebre antagonista, como representante terrenal de un mal supremo. J.A. veía a Drácula como a Sauron, el demonio supremo de El señor de los anillos. Lo impresionó en el mismo modo que lo haría, años después, el Alien de H.R. Giger/Ridley Scott, e investigó a estos monstruos como al mismísimo Lucifer de Los elíxires del Diablo, o al Mefisto de Fausto. De todos estos demonios y espectros nos contaba mi papá, en noches que literalmente, en época de lluvias, se alimentaban de relámpagos y truenos.
AQ / MCB