Finney, protagonista de Teléfono negro 2, está dentro de una cabina telefónica. Parece fuera del tiempo. La cámara se acerca. El sonido se estira en un pulso entre humano y eléctrico. El vidrio empañado y los tonos azules ofrecen misterio. La película Teléfono negro 2 revela que, más que de terror mundano, habla de culpa. Finney no está hablando, como en la primera película, con niños muertos; está hablando con la parte de sí mismo que sobrevivió a aquella primera aventura.
Esta escena sirve al director Scott Derrickson para ir construyendo una suerte de testimonio del trauma adolescente y, aunque no hay nada nuevo en el argumento del hijo de Stephen King (creador de la serie), la película consigue instalar el horror en lo estrictamente material de la película: la fotografía de Brett Jutkiewicz utiliza un grano analógico para disolver la frontera entre sueño y recuerdo, las sombras parecen residuos de los recuerdos que Finney no se atreve a mirar. El diseño de producción consigue una madurez extraña con la que Derrickson trasciende el efectismo que consiguió en Sinister y en Doctor Strange y se contiene deliberadamente. Parece haber entendido que el mal no necesita más que resonar. Como este teléfono negro que privilegia el silencio, los encuadres cerrados y el ruido ambiental en un vecindario ominoso donde escuchamos bicicletas oxidadas, puertas que no se abren del todo.
Estamos en lo siniestro de lo más cotidiano que se mueve, como el polvo en suspensión, para llevarnos hasta la década de 1970. Si uno se fija, más que guiarnos al pasado, la intención es ofrecer una textura ruin al presente. Siniestra en el sentido freudiano: el niño muerto, las sombras que parecen humanas, lo cotidiano opresivo. La casa del nuevo secuestrador es una extensión del espacio mental del protagonista. Aquí no hay leyes físicas. Todos los pasillos conducen al mismo sitio. Cada puerta cerrada es una realidad que se sostiene por el miedo a recordar. Teléfono negro 2 está más cerca de Jacob’s Ladder que de cualquier otra película de terror.
Mason Thames vuelve a ser el protagónico. Ha crecido. Perdió el desconcierto infantil de la primera película. Su rostro se ha endurecido, pero conserva cierta inocencia que vuelve creíble todo lo que sucede: es alguien que carga un pasado difícil de soportar. Es una suerte de niño envejecido. Cuerpo delgado y rígido. Un contenedor del miedo que consiguen los guionistas. Su hermana, Gwen, adorable ya desde la primera película, es Madeleine McGraw. Su fe ha madurado. En sus rezos ya no busca respuestas sino signos de la divinidad. Así que sí, Teléfono negro 2 vale la pena de verse. Ya lo dijo Stephen King: no es tan buena como la primera, es mejor. Tal vez haya en esta frase un poco de promoción descarada, pero es verdad que la economía expresiva, los diálogos escasos y el teléfono, ese objeto anacrónico que se convierte en lo único realmente humano en la película, producen el efecto esperado, el sobresalto que produce placer porque nos encontramos cómodamente sentados en un cine y no viviendo la pesadilla en la pantalla.
Cada que suena el teléfono negro hay una suerte de comunicación entre vivos y muertos, entre el pasado y el presente, y, por más que el argumento roza lo predecible, la estructura temporal consigue una sensación onírica que más que resolver un misterio lo perpetúa en una conversación entre el Finney de esta película y el niño que sobrevivió en la primera parte.
¿Dónde ver Teléfono negro 2?
Teléfono negro 2, dirigida por Scott Derrickson, se encuentra disponible en las carteleras de Cinemex, Cinépolis y otros complejos del país.
MCB