“La vida se divide entre lo horrible y lo miserable”, dice Woody Allen en Annie Hall. Horrible es, por ejemplo, padecer una enfermedad terminal. Y miserable es lo que somos todos los demás. Pero quizás perteneció, en algún momento, a una tercera categoría, miserable pero un poco menos, porque veía el mundo a través de Diane Keaton.
En una carta publicada en The Free Press al día siguiente de la muerte de la actriz, el cineasta recuerda cómo se conocieron en 1969, cuando ella audicionó para su obra Play It Again, Sam. En aquel entonces, él ya había ganado cierta fama como comediante y guionista de televisión, y cuenta que, cuando la vio en el escenario, pensó de inmediato en la obra de uno de los humoristas más rebeldes y brillantes, pues se dijo a sí mismo que “si Huckleberry Finn fuera una joven hermosa, sería Keaton”. Tras la primera semana de ensayos, una vez que cada uno se sobrepuso a su respectiva timidez, Allen descubrió que “era tan encantadora, tan hermosa, tan mágica”, escribe, “que cuestioné mi cordura. Pensé: ¿Tan rápido estaba enamorado?”

Se volvieron amantes y se estrenó la obra, pero lo que llevó la relación al siguiente nivel fue que Allen decidió mostrarle lo que sería, como director, su primera película: Take the Money and Run. Él estaba convencido de que sería un fracaso, pero a Keaton le pareció muy graciosa y original, valoración que posteriormente compartieron el público y la crítica. Allen argumenta que jamás volvió a dudar de ella dado que el éxito de la película “le dio la razón”. Pero más que elogiar su apreciación cinematográfica, Allen manifiesta su admiración a una mujer que, “a pesar de su timidez y su personalidad reservada” (características que compartía Allen), era tan capaz de sostener su propia opinión.
Desde entonces, y a pesar de que la relación de pareja terminó, su devoción lo llevó a hacer películas que sólo veía como éxitos o fracasos si así las veía Diane Keaton.
Aparecieron juntos en la pantalla por primera vez en la adaptación de Play It Again, Sam, en 1972, seguida por Sleeper y Love and Death. En la filmografía de Keaton, estas cintas se encuentran intercaladas con El padrino y El padrino II. (Cuenta Francis Ford Coppola en una entrevista que la eligió para interpretar a Kay Adams porque, aunque era el papel de una esposa convencional, Keaton tenía “algo más profundo, divertido y muy interesante”). En cuanto a Woody Allen, si su filmografía hubiese terminado con Love and Death, habría sido suficiente para consolidarlo como un genio de la comedia, pues hizo del sketch un espacio donde cabían la literatura rusa, preocupaciones existenciales y chistes sobre sexualidad. Pero la creciente influencia de figuras como Bergman y Fellini y su asociación con Gordon Willis (cinefotógrafo de El padrino) lo llevó hacia una dirección en la que su humor y angustias podían ser elementos de una narrativa más compleja.
En Annie Hall, el comediante Alvy Singer (Woody Allen) reflexiona sobre su relación con Annie (Diane Keaton), su expareja, y la razón por la cual terminó. Narrada de manera casi cronológica, muestra el día en que se conocieron, en una cancha de tenis, y que juntos fueron a casa de Annie, donde los vemos platicar. Aquella conversación con subtítulos que revelan sus verdaderos pensamientos, llenos de ansiedad por lo que creen que el otro piensa, es la más memorable, pero valdría la pena destacar la secuencia inmediatamente anterior: Annie, nerviosa, relata durante casi un minuto una anécdota que es, en realidad, irrelevante, pero en vez de cortar hacia otros elementos del departamento o hacia el interlocutor, la cámara se mantiene sobre ella, como una persona que la mira completamente encantada. “Su rostro y su risa iluminaban cualquier espacio en el que entraba”; así veía Allen a Keaton y así enseñó al público a mirarla.

“La primera escena que rodamos juntos, el primer día de Annie Hall, fue la de la langosta. Keaton, como siempre, brillaba”, escribe Allen (en su autobiografía) y recuerda aquel cambio en su estilo. “Terminamos el montaje rápidamente, y cuando Marshall [Brickman] vio la película que había coescrito, la encontró incoherente: lo único que funcionó fue mi relación cinematográfica con Keaton”. La cinta fue reeditada y en 1978 le valió el Oscar a Mejor Director y, a Diane Keaton, el Oscar a Mejor Actriz.
Desde joven, Diane Keaton adoptó ese nombre artístico porque el Sindicato de Actores no permitía utilizar un nombre “en uso”, y ya había una actriz llamada Diane con su mismo apellido: Hall. En su vida personal también llegó a responder a otro nombre: le decían, de cariño, Annie.
El Nueva York de los años setenta era una ciudad en crisis económica, con altos índices de violencia y criminalidad, tal y como se retrata en Serpico, Mean Streets y otras emblemáticas películas de la época. Por ello fue sorpresivo cuando Manhattan la hizo escenario (protagonista, incluso) de una historia de amor. “Con el tiempo hice películas para un público de una sola persona: Diane Keaton”, continúa Allen, y vale la pena escucharlo bien, porque Manhattan es más que un montaje de planos panorámicos. Su visión romántica de la gran ciudad es la misma que utiliza en la escala humana. Manhattan es el Nueva York que Woody Allen vio a través de Diane Keaton, el Nueva York que le quiso compartir.

Su última película juntos fue la comedia Manhattan Murder Mystery, de 1993, pero la presencia de Keaton emerge constantemente a lo largo de su posterior filmografía, tan recientemente como en A Rainy Day in New York (2019). Los personajes femeninos y sus diálogos, descritos por la crítica como anacrónicos, cobran más sentido al imaginar a una joven Diane en vez de a una actriz millennial, y es probable que esto haya sido no un despiste del guionista, sino algo intencional.
“El mundo se redefine constantemente”, —reconoce Woody Allen al final de su carta—“y con la muerte de Keaton, se redefine una vez más. Hace unos días, el mundo era un lugar que incluía a Diane Keaton. Ahora es un mundo que no la incluye. Por lo tanto, es un mundo más deprimente. Aun así, están sus películas. Y su risa estruendosa aún resuena en mi cabeza”.
AQ