Cultura

Duane Cochran: “Los creadores movemos las piezas del alma”

Entrevista

El pianista, bailarín y coreógrafo de origen estadunidense habla de su proyecto más ambicioso de 2026: el montaje de ‘El mandarín milagroso’, obra de Béla Bartók, a cien años de su estreno en Alemania.

Se llama Duane Cochran. Lo conozco desde hace más de tres décadas; es pianista, bailarín y coreógrafo, algo poco común en arte. Me encanta su energía y su enorme y contagiosa sonrisa. Mi primer acercamiento a él fue como coreógrafo. Más tarde lo seguí como pianista. En medio de esas disciplinas creció nuestra amistad. En 2025 le hice esta entrevista por todos los aniversarios que celebraba: 70 de edad, 60 de haberse iniciado como pianista en Estados Unidos, 35 como fundador de Aksenti, su compañía de danza. Y por si fuera poco, su casi medio siglo en México, país del que se enamoró y eligió como su casa.

Para festejar, Duane ofreció en el Anfiteatro Simón Bolívar del Colegio de San Ildefonso, en abril de este año, un concierto en el que música para piano y danza se entrelazaron. No podía ser de otro modo: ambas artes están enraizadas en su vida, una alimenta la otra,aunque en ocasiones las partituras sean más celosas que la coreografía.

Pero ese concierto en San Ildefonso es ya historia. Hoy, lo que tiene emocionado e insomne a Duane es otro reto: el montaje del concierto para violín y orquesta de Ígor Stravinski, y la coreografía de El mandarín milagroso, ballet en un acto, basado en la historia que escribió Melchior Lengyel, con música del también húngaro Béla Bartók. Estas dos obras son ambiciosas. El mandarín milagroso (o maravilloso) causará polémica y será un estreno en México, que ocurrirá en 2026. Sobre eso y sus dos oficios conversé con Duane una tarde.

Los aniversarios

—En el programa en San Ildefonso, el espectáculo comenzó con piano y no con danza, ¿por qué?

—Sí, porque a los ocho de edad empecé a aprender piano.

—¿Cómo elegiste estas obras?

—En 2022 años me invitaron al Festival Internacional en Blanco y Negro. Me pidieron que tocara una obra de autor estadunidense; la otra condición fue que bailara una coreografía mía. El objetivo era mostrar mi esencia en ambas disciplinas. Por eso quise celebrar mis aniversarios con el mismo programa.

En aquel concierto, Duane Cochran tocó al piano obras con alto grado de dificultad. La sonata número 3, de Dello Joio. Luego Pieza cíclica y Puerto de arribo, de Rosa Guraiev, libanesa que vivió muchos años en México y falleció en 2014. La tercera pieza fue la Sonata 7 para piano, de Prokófiev, envolvente e intensa, que el autor creó en la Segunda Guerra Mundial, mientras escuchaba el detonar de las bombas. La última obra que Duane eligió para su celebración fue Somnia, de Rodrigo Sigal.

—¿Qué significa para ti la obra Somnia?

Somnia es mi conflicto entre danza y música. No te enseñan que puedas tener dos tareas artísticas. Siempre tuve ese diálogo o debate, y Somnia es eso. Por esa razón las partituras están en el piso y camino sobre ellas; las hojas vuelan por el aire. Mientras danzo y toco el piano, me pregunto qué hago, qué trato de expresar, y cuánto todavía tengo por encontrar.

Duane Cochran se inclina por obras del siglo XX hacia nuestros días. Pero es amante de Bach, cuyas obras toca a diario en casa; domina el repertorio de Mozart, Rajmáninov y Brahams, sus preferidos. Se sienta al piano todas las noches y madrugadas. Dice que, si al alba, vemos una ventana con luz encendida, es que ahí vive un pianista.

Dos disciplinas celosas

—¿Te has sentido culpable por hacer danza cuando tendrías que aprenderte una obra de piano?

—No. Siempre dije que haría las dos tareas. Cada disciplina es muy celosa. Cuando me invitan a tocar como solista en la orquesta, mido si puedo hacerlo. Con Aksenti, si no estoy montando una coreografía, tengo un ensayador que sabe mis obras y las repasa con la compañía; él se llama Rodolfo Aguilera. Solo le digo que estaré tantas semanas dedicado al piano. Pero no me siento infiel a la danza.

Primero fue el piano…

—¿Cómo llega el piano a tu vida?

—Empecé de niño porque mi mamá lo tocaba. Mi abuela me contó que mientras mi madre tocaba, yo trataba de alcanzar las teclas. Fue ella quien percibió que había algo en mí hacia la música y me llevó con un maestro, tenía yo ocho de edad. La casa de mis padres y la de mi abuela estaban cruzando la calle. Pasé diez años cerca de mi abuela. Seguía estudiando cuando iba a ingresar a la universidad. Ella y mi mamá me preparaban para ser de los primeros pianistas negros de música clásica. Porque lo raro era que, en una familia de inmigrantes pobres, hubiese un pianista. Eso no existía en la sociedad afroamericana de mi época, que padecía racismo. En la escuela cuando se enteraron que yo estudiaba piano, decían: “¡cómo, si los negros no son pianistas de concierto!”.

—¿A qué edad te lo decían?

—Desde la primaria y la secundaria. Es algo con lo que creces. Lo logré gracias a mi papá que me decía: “puedes llegar a ser lo que quieras, no escuches a quienes ven en ti lo que no tienen”.

—Tu mamá es un caso excepcional: tocaba el piano en un Estados Unidos aún más racista...

—Sí, y lo logró porque mi abuela, bien sabia, se dio cuenta que, si quería hacer algo en un mundo racista, no podía tener tantos hijos. Ella se separó de mi abuelo “coscolino”, y crio a mi mamá siendo madre soltera; luego se casó con un cubano, en Luisiana. Así, ella le dio a mi mamá oportunidades de aprender piano y pintura, además era una lectora ávida.

—Para tu madre debió ser gran satisfacción que tú sí fueses pianista profesional…

—Sí, era feliz. Recuerdo mi primer concierto; hubo un problema con la fecha, se cambió a última hora, pero no me avisaron. Llegué y en la sala estaba únicamente mi mamá, esperando que yo tocara. Y lo hice.

—Tú das el salto; mientras tu mamá toca en casa, tú a los 18 ya eres un profesional.

—Sí. Obtuve una beca completa para la universidad. Fui el primer pianista de toda esa gran familia negra.

—¿De dónde es tu apellido?

—Mis papás vinieron a Estados Unidos desde las Islas Guadalupe. Se conocieron en Estados Unidos, donde había un gueto de inmigrantes; hablaban creole y se instalaron en Baton Rouge. Luego se fueron a Michigan buscando una mejor vida. Yo nací en Detroit.

El pianista Duane Cochran
Duane Cochran: “Mientras estudiaba piano, en mi cabeza veía movimiento”. (Foto: Dalia Balp)

“Veía movimiento mientras tocaba”

—¿Y cómo te acercas a la danza?

—Cuando niño, mientras estudiaba piano, en mi cabeza veía movimiento. Tocaba y me llegaban imágenes danzantes. Antes de tomar clases de danza, veía canales de cultura; así conocí al American City Ballet, a Balanchine y su relación de trabajo y amistad con Stravinski. Mis tres compositores favoritos son Bártok, Prokófiev y Stravinski.

Duane Cochran vino a México sólo vacaciones, a inicios de los 80. Pensaba volver a su país, pues había sido admitido en Juilliard; en ese tiempo era de los pocos negros que lo conseguían. Pero se enamoró de México, de su comida y su gente. Las vacaciones se alargaron y renunció a esa oportunidad en Juilliard, Nueva York. Dice que no se arrepiente.

Stravinski, El mandarín milagroso y Bártok

—¿Qué preparas para 2026?

—El Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (SACPC), me otorgó el estímulo Efiartes; es el tercero que obtengo. En la convocatoria hay una sección para Gran Formato y montaré el concierto para violín y orquesta en re mayor, de Ígor Stravinski; yo lo tocaré en dos funciones. Y en dos ocasiones más, serán dos pianistas quienes lo interpreten; es decir, será un concierto a cuatro manos.

—¿Y montarás danza?

—Sí. La segunda parte del proyecto es el montaje de El mandarín milagroso, de Béla Bartók. En 2026 se cumplirán 100 años de haberse visto por primera vez; pero en 1926, un político sentenció que esa obra no se volvería a ver. Adaptada a México, en escena veremos a tres delincuentes que viven en un lugar como Tepito, con ellos tienen a una mujer, quizá a la fuerza; la obligan a exhibirse en una ventana y bailar voluptuosamente, para atraer hombres y robarles. El primero que llega es un anciano, y no tiene dinero; lo botan a la calle. El segundo es un joven, con el que ella hace una danza erótica; siente algo por él, pero quienes la vigilan no quieren que se enamore; se dan cuenta que es un chavo que apenas si tiene para el Metro, y lo echan a la calle. El tercero es un mandarín de mucho dinero, con vestimenta de seda y reloj. Los delincuentes lo roban y tratan de asfixiarlo; lo apuñalan tres o cuatro veces, pero no muere; se vuelve a levantar, pues está enamorado de la mujer. El mandarín se da cuenta que lo que necesita es hacerle el amor a la mujer y ella lo complace. Al final, muere el mandarín. Pero imagínate esa historia hace cien años.

Un escándalo…

Y será un escándalo, incluso en el México actual.

—Es vigente el tema, por las estafas y la delincuencia en México.

—Exacto. El estreno será en el Teatro de las Artes, en febrero del 2026. Habrá otra función en la Sala Covarrubias, con orquesta. También la llevaremos al Politécnico Nacional. Luego adaptaré una versión para la Sala Nezahualcóyotl, con la Filarmónica de la UNAM. Será en marzo.

—¿Qué tan complejo es el proceso?

—Algo. Actualmente, tanto los pianistas como el violinista están aprendiendo la música. En la primera parte de cada función se interpretará el concierto de Stravinski. En la segunda parte, El mandarín milagroso, de Bártok, bajo el argumento de Melchior Lengyel. Es una partitura fuera de serie; la coreografía es mía, bailada por Aksenti.

—¿Tendrás bailarina huésped?

—Están por audicionar varias bailarinas. Ya les dije que se entrenen; debe ser una mujer que se pueda mostrar desnuda, sin problemas. Quiero que sea impactante el espectáculo.

El estreno de El mandarín milagroso ocurrió en Colonia, Alemania, y fue tal el escándalo que el alcalde la censuró; ese hombre se llamaba Konrad Adenauer quien, a la vuelta de los años, sería el primer canciller de la República Federal Alemana.

Parece que cumplir 70 años de edad y celebrar otros aniversarios le trajo suerte a Duane. En esos días lo buscaron para un casting y pasó la prueba; participará en una cinta cuyo peso está en el movimiento, ya que es un filme mudo.

La danza en su vida

La danza es la segunda pasión artística de Cochran. La estudió desde la preparatoria, en Michigan; allá conoció a una discípula de Martha Graham de quien aprendió un tiempo. Luego, ya en México, otra vez se acercó a la danza. En 1986, el sida estaba cortando vidas en todo el mundo, y Duane perdió a quien había sido su pareja. Ese hecho traumático lo devolvió a la danza. Tenía treinta de edad.

—¿Con quién te entrenaste?

—Con el Ballet Danza Estudio, de Bernardo Benítez y a la par que continué como pianista. Un día, Bernardo llegó y me dijo “sé que es muy importante para ti el piano, pero quiero que bailes en mi compañía”; me emocioné mucho. Me propuse trabajar fuerte para mostrar que sí podía bailar y tocar el piano. Pasaba horas ensayando las coreografías. Llegaba a mi casa a estudiar partituras, pues estaba ya con la Filarmónica de la Ciudad de México y también en la OFUNAM. Bailé en la compañía de Bernardo casi cuatro años. Luego hubo problemas internos, y a la par, sentí que estaba en mi mejor momento para la coreografía; me propuse hacer una. Reuní a mis amigos y participé en el primer concurso del Premio INBA-UAM de Coreografía, en 1991; la final fue en Bellas Artes. Mi idea era bailar, pero nunca pensé que iba a ganar el primer lugar, como ocurrió.

—Luego llegaste como coreógrafo a Ballet Independiente, ¿cómo te fue ahí?

—Eso fue dos o tres años después del premio. Para el Independiente monté primero Carmina Burana. En esa época me dieron lata críticos como Carlos Ocampo y César Delgado; quisieron destrozarme; hoy estoy muy orgulloso de tener esas críticas, pues tenía poco tiempo en la coreografía.

—¿Cuál es tu balance hoy?

—Es positivo. Estoy en una lucha constante y sigo aprendiendo. Sé que, si deseo hacer algo bien, debo persistir y buscar apoyos. Si te relajas, nada te va a llegar. Hasta hoy, los resultados han sido muy alentadores.

—¿Y el público?

—El público agradece que des todo de ti. Los creadores somos una especie de neurocirujanos: acomodamos el rompecabezas que es el espíritu, movemos las piezas del alma. Ningún médico puede hacerlo, solo los artistas. Por ejemplo, llegas al museo o empiezas un libro con el alma vacía y, cuando sales de la exposición o terminas el libro, estás pleno. Me encanta darme cuenta que eso me pasa cuando veo arte, y que esa también es mi tarea.

—¿Volverías a los Estados Unidos?

Para nada. Aquí llevo más de la mitad de mi vida. Solo cuando viajo a Estados Unidos uso mi pasaporte gringo. Pero a Europa o Latinoamérica entro con mi pasaporte mexicano.

—Eres más mexicano que el mole…

—Y ya que lo dices, ahorita me voy a comer unas enchiladas de mole que me hizo la señora que nos apoya en casa. Adoro el mole.

AQ

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