El viernes 5 de septiembre se presentó, por única vez, la pieza El tejido de los sueños en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, inspirada en la obra de Remedios Varo (1908-1963). Se trató de la recreación en escena de varios cuadros de la pintora; una sucesión de viñetas oníricas, aunque no necesariamente una narración en sentido estricto, como anunciaba cierta nota periodística. Como los sueños, esta puesta en escena evolucionaba en tópicos, atmósferas y personajes, pero el carácter global era del orden de lo sugestivo. Fuera de ocasionales monólogos del personaje de la propia Remedios Varo —con una dicción deficiente y un sonido técnico descuidado—, en realidad disfrutamos de una sucesión muda de asombrosas coreografías.

Los virtuosos bailarines —esos atletas del arte—, encarnaron personajes emblemáticos de la imaginería de la pintora española exiliada en México desde 1941: entre renacentistas, victorianos y élficos, los bizarros monigotes de Remedios Varo cobraron vuelo entre piruetas circenses que llegaban a quitar el aliento. Profunda y espectral fue la presencia escénica del “Guardián de los mundos”; seductora y dúctil la “Gata helecho”; cómico y entrañable el “Conductor de cachivaches” (ciertamente no llamado así)… Es claro que no todo el público es curador de arte, y por más que hayamos distinguido motivos como la “Mujer saliendo del psicoanalista” con la cabeza del padre colgando de su mano, y otros por el estilo como la gentil pero torpe “Lechuza”, se aprecia y se celebra que la directora del espectáculo, Ana Sofía Vázquez, haya optado por una creación libre y asociativa, lejos de un enojoso didactismo. Ni el tedio ni el aburrimiento tuvieron lugar en medio de una concatenación tan animada de destrezas. Ello no impide que la duración de ciertas viñetas pareciera a veces demasiado larga en detrimento del asombro, como aquella del vuelo de las novicias en las telas colgantes.
Si hay tal cosa como “teatro surrealista” para el presente —y ya no es caso de referirnos a Fernando Arrabal— entonces obras como esta pueden sin duda dar una pauta contemporánea, pues se aprovecharon recursos como proyecciones interactivas, música original de factura pulcra y solvencia dramática, un soberbio diseño de vestuario y mobiliario, y naturalmente el rendimiento de los que deben ser unos de los músculos más disciplinados de la escena mexicana.
La pieza duró alrededor de hora y media, con un intermedio. La cantidad de esfuerzo detrás de esta producción no pudo sino halagar a los afortunados asistentes a esta función única, pero —bien pensado—, ¿cómo es posible que dicha producción solo tenga una función? Merece una temporada completa, y merece también una gira por la República, pues ¿solo la Ciudad de México puede gustar de este alegre festín para los ojos? No le veo ningún sentido y casi diría que es un derroche haber hecho todo esto para una sola velada. Ya se sabe que las mejores obras van madurando noche tras noche.
Comoquiera, esta función encendió de nuevo entre el público el gusto casi atávico por el teatro, las marionetas vivas, el circo en esta su versión sublimada, la danza, la comedia y los símbolos. Pues finalmente, de esto trata la obra de Remedios Varo: es un baile de máscaras —como diría el otro— y fantasías enigmáticas; un pozo potencialmente sin fondo, y la alta realización artística de una mitología personal profundamente enraizada en la tradición europea. Reflexionando, sin embargo, sobre el contenido arquetípico de la obra, es decir, tratando de llegar al meollo de lo que vimos, me percato de que hubo casi todo: la niña asombrada y curiosa; la novicia adolescente, acechada y angustiada; la mujer artista y su doble la maga creadora; la sensualidad de la felina; la sabiduría ensimismada de la Lechuza (todas las figuras femeninas solitarias); y por otro lado, el espectro poderoso, masculino y dueño de la fuerza anhelada; el espía amenazador; el cochero que hacía piruetas sobre el reloj de arena (el mundo de lo masculino como algo exterior y hasta cierto punto temible). Hubo casi de todo, pero algo es lástima: esta pieza se parece demasiado a nuestra época, de sexos en guerra. Lo que le faltó realmente a la obra… fue una historia de amor.
AQ