¿Por qué nos gusta el horror? Tal vez sea un eco atrapado en nosotros mismos, en el lugar que habitamos: es una vibración que adquiere tiempo y lugar en un objeto. Es una sensación que vivimos o no. El conjuro 4 está inspirado en el caso Smurl. Lo importante no es si clausura o no la franquicia o si la hija retomará la batuta. Es un eco que atraviesa generaciones, familias y territorios.
Hay en El conjuro 4 tres niveles: el caso Smurl, el linaje de los Warren y el espejo, metáfora de lo siniestro. La familia es el caso que permite a la película poner: “basada en un caso real”.

En West Pittston, antaño tierra de cultivo, tuvo lugar una pasión mortal. No quedó inscrita en un expediente sino en algo más tangible: un eco, la memoria telúrica del predio. Y un espejo quiere regresar. La familia Smurl deshila, sin saberlo, el tejido familiar. Y la violencia se abre paso como la humedad en un ático. Como en el caso de los griegos, el abuelo es juguete del destino y regresa el espejo al predio siniestro.
Antes de que los Warren entren en acción, es necesario saber que, en efecto, en las décadas de 1970 y 1980, los Smurl informaron a los medios de que en su casa sucedían fenómenos raros: ruidos, olores, manchas, voces. Las adolescentes sufrieron agresiones sexuales de entidades invisibles. Era, diría Freud, el retorno reprimido de lo familiar. De lo que sucede en casa, pero se queda en casa.
He aquí el terror en sentido metafísico. Con un espejo, claro, símbolo lacaniano de lo siniestro, porque, recordemos a Lacan y el estado del espejo como momento fundacional del yo: la niña que transita a través del rito de la confirmación católica no se reconoce en él. El conjuro 4 es, pues, metáfora de esa imagen que ofrece a la chica algo que, en lugar de devolverle la realidad, la deforma. Es el cambio corporal, diría el psicoanálisis, pero los adictos al horror sabemos que ese algo detrás del cambio natural anuncia el paso del tiempo: la muerte. Y es ahí donde entra el hecho ominoso que atestiguó el espejo cien años atrás.
En cuanto a los Warren, como siempre, un poco reticentes, aparecen cual caballeros católicos en cruzada contra el mal. Su intervención (real) en el caso Smurl consolidó su fama, esa que la franquicia retoma desde hace ya cuatro películas y que aquí construye a un personaje que, como en las sagas artúricas, comienza a deslizarse hacia el primer plano. Judy, la hija, desde su nacimiento, tiene un don. La heredera de los Warren tiene, en su familia perfectamente estadunidense, la cercanía con lo invisible de su madre y el valor medio suicida de su padre. El espectador debe notar, pues, tres niveles en los que se mueve Judy: la forma en que el mal la ataca: violencia íntima, crimen pasional, agresión espectral. El bien encarnado en una cruz y su fe. El incipiente amor por el novio la vuelve heroína perfecta para que su amor articule estos polos siniestros: el bien y el mal que existen por más que la ciencia no pueda dar cuenta de ellos.
Desde el punto de vista formal, la película cumple su cometido: el guion es evidente, pero sorprende. Es atractivo porque, en efecto, siempre hay algo que conjurar en una familia perfecta: objetos que más que polvo guardan memorias viejas, recuerdos de los que uno no se deshace nomás tirándolos a la basura. La fotografía en tonos verde ocre se ajusta con precisión de relojero al deseo del director: mostrar que nuestros miedos no están en el ático sino, más bien, en un reflejo distorsionado que anuncia: morirás.
¿Dónde ver El conjuro 4?
La película dirigida por Michael Chaves se encuentra en cartelera en cines comerciales.
AQ