Cultura

El misterio de la toma de conciencia

Ensayo

El arte, la ciencia, la mitología, las tradiciones filosóficas, las religiones, son herramientas para explorar y expandir la conciencia individual y colectiva, no dogmas a seguir.

Cuando tú y la verdad me hablan, no escucho a la verdad.

Te escucho a ti.

Antonio Porchia

“Cuando salía del coche con un arma automática en la mano, vestido con mi traje de batalla y con toda la atención concentrada en el enemigo, sentía una enorme calma. Era como si estuviera dentro de un túnel, pero al mismo tiempo era consciente de todo lo que me rodeaba en sus detalles más nimios. Haber hecho las cosas con precisión, no es algo de lo que me sienta hoy en día orgulloso. No obstante, en aquel momento sí lo estaba”. Son palabras de Martín Corona, un sicario del cártel de los Arellano Félix, arrepentido cuenta su historia en Confessions of a Cartel Hit Man.

Hannah Arendt, en su famoso libro Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal, nos advirtió sobre cómo personas normales pueden asesinar sin sentir empatía o considerar las consecuencias de sus actos. Arendt acuñó el concepto “banalidad del mal”, al cubrir como periodista el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén. Arendt escuchó con suma atención y cuidado a Eichmann, un alto oficial nazi, responsable de la logística para matar a cientos de personas. En las respuestas de Eichmann a sus juzgadores, Hannah Arendt solo reconoció a un burócrata con la voluntad de hacer un trabajo eficiente no a un monstruo del mal. El oficial, durante su juicio, como buen soldado, se mostró orgulloso de cumplir órdenes a cabalidad en beneficio de su patria. En su contexto no había referentes morales para cuestionar sus actos, ni dentro ni fuera de su espacio laboral. Eichmann argumentó solo haber cumplido con su deber, no demostró arrepentimiento alguno, para su conciencia él no había hecho ningún mal.

Hace unas semanas una amiga me llamó por teléfono, consternada me contó: “Me encontré a Daniel en una fiesta, me pidió regresar, dice que ya no vive con su esposa. Cuando le recordé cuánto me había lastimado mantener nuestra relación en secreto, mis súplicas pidiéndole resolver su situación y cómo me deprimí después de decidir nuestra ruptura, solo me dijo: ‘No hice nada malo, aunque estaba casado, tenía derecho a mi intimidad’”.

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El mal ordinario

¿Qué es la conciencia? Es un misterio para el conocimiento científico. Hemos avanzado para dilucidarlo, pero aún estamos en las fronteras de lo cognoscible. Para el avance de la ciencia y el desarrollo de la conciencia individual y social, son más importantes las preguntas que las respuestas. La distancia insalvable entre la percepción, las ideas y el universo tal cual es, convierte a nuestros hallazgos en algo con validez temporal. Un cuestionamiento con base en información fidedigna abre caminos, formas de comprender. Las buenas preguntas guían la selección de métodos de investigación, filtran datos y proponen el análisis de resultados; también trastocan, desafían el conocimiento existente, motivan la búsqueda de soluciones innovadoras. Quien sabe todas las respuestas deja de mirar al mundo desde el asombro, carece de curiosidad, tiene más dificultades para desarrollar conciencia.

Los neurocientíficos nos han permitido conocer más de la interacción entre mente, cuerpo y cerebro. Detectaron qué zonas de nuestra materia gris intervienen para asimilar información, desarrollar conductas, aprender, procesar las emociones o generar reacciones inmediatas. Hay múltiples teorías sobre cómo los seres vivos desarrollamos conciencia, además de un amplio debate en torno a si la inteligencia artificial logrará niveles de conciencia superiores. Pero no tenemos una respuesta acabada de qué es la conciencia y cómo funciona.

Al recibir el Premio Nobel en 2020, el físico Roger Penrose habló de cuánto necesitamos saber sobre la conciencia para continuar con el avance del conocimiento científico y favorecer la paz. Para Roger Penrose, y muchos estudiosos de diversas disciplinas, es necesario repensar no sólo los modos de hacer ciencia, sino la realidad toda. Hay decenas de centros de investigación donde colaboran artistas, científicos de diversas áreas, psicólogos, líderes religiosos, la interdisciplina y transdisciplina abren posibilidades para formular mejores preguntas.

Las investigaciones de Penrose, en colaboración con el anestesiólogo Stuart Hameroff, aunadas a los hallazgos en física cuántica, obligaron a la ciencia a plantearse de manera formal interrogantes como estas: ¿La conciencia puede desligarse de la materia, persiste fuera de ella? ¿Es indispensable un cuerpo biológico para que exista conciencia? ¿El cerebro produce la conciencia o es un medio, una especie de interfase, para que ésta se manifieste? ¿Hasta qué punto nuestras emociones y pensamientos son producto de la cultura y de la biología? Otros físicos como Max Planck, Werner Heisenberg y Wolfgang Pauli también indagaron qué es la conciencia a través de medios no tradicionales.

No podemos explicar la conciencia con una fórmula, encerrarla en una ecuación. Tampoco es un proceso específico localizado en uno o varios lugares del cuerpo. No es una conducta, no es igual para todos, no permite aplicar estadísticas porque no hay patrones claros. No obstante, sin ella nada es posible. Sin conciencia ¡no podríamos ni levantarnos de la cama cada mañana! ¿Cómo identificar sin ella el suelo dónde pisamos y mirarnos ante el espejo? Reconocernos a nosotros mismos como individuos, al mundo y sabernos parte de él: está en cada uno de nuestros actos. La conciencia es una experiencia subjetiva única y a la vez universal. También otros seres vivos tienen conciencia, no es algo exclusivo de los seres humanos. Hay diferentes tipos y niveles de conciencia. Comprender qué es, cuánto y qué abarca, sus detonantes y cómo se manifiesta en nuestras acciones, cambia el modo de ver la vida.

La realidad se moldea desde la conciencia, porque cada individuo tiene referentes particulares para interpretar qué sucede a su alrededor, qué vive y cómo. Cada cual construye su propia idea del mundo. La realidad es una experiencia distinta para cada quien. En ella se manifiesta cómo nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y el entorno. Cada quien crea su mundo: aunque compartimos un mismo tiempo y espacio, la realidad es una invención personal. La principal diferencia entre la conciencia humana y la inteligencia artificial (IA) es justo esa experiencia subjetiva. La capacidad de procesar grandes volúmenes de información compleja por parte de la IA, su disposición a recibir retroalimentación constante, a corregir, y hacer síntesis, viene en buena medida de detectar patrones, deducir, analizar, incluso de razonar, es un trabajo intelectual, pero carece de autorreflexión, no se finca en la experiencia sensorial, subjetiva, propia de los seres vivos.

Conciencia: atención plena para darnos cuenta

No hay una correspondencia exacta entre nuestras ideas y el mundo tal cual es. El observador modifica lo observado, creamos nuestra realidad, el mundo es un espejo, una proyección de quiénes somos y cómo nos relacionamos con él. Los conceptos, las definiciones, nos aproximan a entender pero no son una descripción fiel y acabada de las cosas, la experiencia es insustituible para comprender, de ella nace la interpretación. El filósofo Ludwig Wittgenstein en su Tractatus logico-philosophicus hizo un planteamiento con un afán lógico, pero lo arraigó en su experiencia de vida, sin duda sigue vigente: “El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas”.

En el campo de la conciencia todo adquiere sentido, sin ella solo recibiríamos estímulos, sin valor ni significado. La conciencia permite el aprendizaje, facilita la interacción social porque guía la conducta y regula las emociones, es también la capacidad de reflexionar, desde ella distinguimos de qué somos parte y qué nos hace diferentes, tomamos decisiones, nos adaptamos al medio. Al ver una mancha de tinta en una hoja de papel o las nubes, buscamos formas, sentido, discernimos, sin necesidad de enunciarlo: la primera fue creada por alguien, las segundas no. Decidimos si conservar el papel con la mancha o dónde tirarlo.

Comprender y entender son actos de conciencia. Entender es captar y dilucidar significados de forma lógica, racional. Comprender va más allá de asimilar el significado o usar el raciocinio y lo aprendido, es una conexión emocional con la información, implica advertir las implicaciones y consecuencias de qué entendimos y cómo ese conocimiento, al utilizarlo, propiciará nuevas situaciones.

Comprender es un nivel cognitivo y emocional más profundo que entender. Se puede entender un concepto matemático, una instrucción, o la trama de una película. Es el primer paso para asimilar información, pero comprender requiere empatía, juicio, exige ética. Esta rama de la filosofía hoy está en el centro, no podemos dar nada por sentado de manera definitiva, todo está en proceso de construcción, transformándose. Evaluar los alcances de cada acto, no importa cuán íntimo y personal sea, influye en todos y a todo. Por ejemplo, qué como y bebo no solo afecta a mi cuerpo, también mis pensamientos y acciones, influye en cómo me relaciono, incide en el equilibrio del mundo. Por eso necesitamos comprender, ese es el terreno de la ética, no conformarnos con entender.

Desde el entendimiento sabemos por qué fumar o beber alcohol causa daños a la salud pero convivir con quien no puede vencer su adicción al cigarro, la bebida o cualquier otra droga, exige comprensión. Nos pueden explicar el trauma de un niño por sufrir abandono, sabemos de sus heridas emocionales desde ese entendimiento, pero recibir su violencia porque no supo cómo procesar su dolor, coexistir con quien nos ataca, requiere comprensión.

La toma de conciencia, darnos cuenta de algo, involucra la mente, el cerebro, todo el cuerpo, referentes culturales, la educación recibida, los valores aprendidos, la historia personal de cada individuo, desencadena emociones. Ser consciente exige ir más allá de aplicar nuestra idea del bien y el mal. Por lo regular esos conceptos son móviles, fluctuantes, obedecen a sostener estructuras de poder, intereses, patrones de organización. La conciencia nos da la facultad de trascender las ideas de lo bueno y malo, lo aprendido, salir de las clasificaciones y paradigmas, para observar con atención plena y comprender qué está pasando dentro de mí y a mi alrededor, evaluar sin encasillarnos en lo conocido, actuar no sólo en beneficio propio; reconocer cuánto necesitamos a los demás, buscar la armonía necesaria para asegurar mi supervivencia como parte del todo, esa es la aspiración ética.

Marco sufre, me cuenta su historia con su padre, el maltrato recibido, siente vivas sus heridas. Cada reto lo frustra. Lleva días sin comer, solo bebe alcohol: cerveza, vino... Rocío está en casa, enferma, en un mensaje de texto me comparte: “Tuve malestar estomacal y ahora catarro”. Le pregunto: “¿No será covid, ya viste a un médico?”, tarda en responder, luego arguye: “Se me va a pasar, voy a tomar vitamina C”. María está cansada, trabaja casi doce horas al día, duerme poco, su alimentación es deficiente, un día se desmayó mientras atendía a un cliente. Cuando me intereso por su salud con naturalidad expresa: “Así he sido siempre, no pasa nada”. Todos sufren, en esa condición no ven el daño autoinfligido, su autodestrucción y cuánto afectan con ella a los demás, ¿cómo pueden cambiar? Comprendernos a nosotros mismos genera empatía. Al compartir nuestra experiencia de vida ¡se vuelve más real! Y a los demás les da referentes. Esa experiencia subjetiva, íntima, nos conecta, así se vuelve universal.

La actividad artística: un camino para conectar y desarrollar conciencia

Albert Camus llamó al siglo XX el siglo del miedo. Propiciar miedo es el método ancestral del poder para controlar y someter a la población. John Steinbeck, al recibir el Premio Nobel, entre otras cosas dijo: “(…) la tragedia es el miedo universal tan prolongado, los problemas del espíritu son persistentes, el corazón humano vive en conflicto consigo mismo”. En su obra De ratones y hombres, Steinbeck muestra a la comunicación como una vía efectiva para sobrevivir; la mala interpretación, los juicios cerrados, inamovibles, conducen a tragedias. En la novela es relevante la dificultad de algunos hombres para expresar sus sentimientos y deseos, su ensimismamiento, reprimir toda la gama de emociones y constreñirse solo algunas, como el enojo, conduce a la soledad, a ser violentos y aislarse.

El arte no solo entretiene, integra entender y comprender, pensar y sentir. Brinda experiencias desafiantes, quién no ha escuchado a alguien exclamar “¡es una tomada de pelo!” ante una obra plástica de arte contemporáneo. El artista retrata, describe, cuestiona, pero también provoca, confronta, muestra las complejidades de la existencia humana, su potencial para la grandeza y la autodestrucción.

El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, sensibiliza. La experiencia íntima, única, del artista consigo mismo y el mundo, como si fuera magia, ofrece un vehículo para reconocer nuestras luces y sombras. Vuelve evidentes cuán limitadas pueden ser las categorías para entender y comprender. Cuántas veces, al escuchar una canción o leer un poema, sentimos: “¡eso era justo lo que quería expresar! La conciencia se desarrolla, no es igual la de un niño de cinco años, la de un joven de veinte o de un hombre de ochenta. Las mujeres, las personas LGBTQ+, viven realidades distintas a las de los hombres blancos heterosexuales. Comprender se traduce en acciones cotidianas.

La conciencia está enraizada en la biología, pero se moldea en la cultura y autorreflexión, por eso somos corresponsables del mundo donde habitamos. El lenguaje, las creencias, los valores y prácticas sociales tienen una fuerte influencia en la manera cómo comprendemos y experimentamos la realidad. Hay ámbitos donde se favorece la interdependencia y el sentido de comunidad y en otros se celebra el individualismo y la autonomía, el mismo acto, desde distintas referencias, tiene un valor diferente. El arte, la ciencia, los relatos mitológicos, las tradiciones filosóficas, las religiones, son herramientas para explorar y expandir la conciencia individual y colectiva, no dogmas a seguir.

El arte, es una experiencia subjetiva honesta, profunda, la indagación interna aporta conocimiento atemporal. Emily Dickinson, en el siglo XIX, al hablar de su encierro, dolor y aislamiento logró una exploración filosófica de los límites de la mente y la conciencia de lo inabarcable del universo y nuestro propio ser:

“El cerebro —es más ancho que el cielo—
ponlo de lado, uno al otro—
el uno contendrá al otro
fácilmente—y tú—también—”.

Rosario Castellanos, en un medio hostil, dio perspectiva para una conciencia social y reconocer al feminismo como necesidad vital:

“Pero yo no he venido a alabar la sumisión.
He venido a buscar la conciencia
como quien busca un fuego en la noche,
una luz que le indique el sendero a seguir”.

Alejandra Pizarnik, encontró en la poesía un medio para describir los abismos de su mente, los laberintos de la depresión:

“Hay, en la conciencia,
un temblor de pájaro herido
y un jardín al que nunca regresamos”.

Idea Vilariño vincula razonamiento y emociones en una conciencia emocional capaz de integrar:

“Yo no sé si la vida es consciente
o si solo mi dolor la nombra,
pero aquí estoy,
sabiéndome y sabiendo el mundo”.

Abordar la complejidad desde la ética

Experimentar a través de las vivencias de otros ensancha la conciencia, permite crear comunidad, vivir el misterio de los actos de los demás desde el respeto. Observar con atención plena, sin juzgar, nos aleja de juicios sumarios, dejamos de pedir o esperar un comportamiento o modo de pensar determinados. Brinda sensibilidad para integrar, fortaleza para enfrentar y comprender. Sin justificar, podemos reconocer lo humano en Martín Corona, Adolf Eichmann o en cualquiera que nos haya hecho daño. Mirar al mundo y a nosotros mismos desde la intención de comprender abre brecha para apreciar, evita las descalificaciones y excluir. Fernando Savater lo sintetiza así: “Después de tantos años estudiando la ética he llegado a la conclusión de que toda ella se resume en tres virtudes: coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir”.

AQ

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