Cultura

Los demasiados Frankensteins

Los paisajes invisibles

Frankenstein es la creatura favorita de Guillermo del Toro. ¿Qué distingue a su versión frente a las muchas otras interpretaciones de esta historia?

Sobre su célebre relato, Mary Wollstonecraft Godwin refirió que su marido solo le dio algunos consejos para dar forma a la obra que escribió en Villa Diodati en 1816, y que el prefacio fue lo único que él aportó. Percy no sugirió la trama ni personajes o escenarios, esa historia no era compatible con su búsqueda creativa. No obstante, se consideró (y quizá se siga suponiendo) que en el estilo diáfano y poético de Mary para recrear la desgarradura existencial del científico y su monstruo está la mano de sombra de Percy Bysshe Shelley.

Quizás es por eso que 115 años después, el clásico de Frankenstein de James Whale (1931) pone en los créditos que la novela es autoría de “Mrs. Percy B. Shelley”, aunque, por otro lado, Whale no se basó propiamente en el libro de Mary sino en una adaptación teatral de Peggy Webling.

Como sea, Frankenstein es la obra más interpretada del cine. La que inspira hálitos reflexivos en guionistas y artificios visuales en directores y fotógrafos, principalmente por el engendro, aquel ser que nunca es descrito cabalmente por su autora, así como tampoco explica cuál fue el método del doctor para darle vida. Es por eso que para su monstruo, Whale se apoyó en Jack Pierce para el maquillaje de Boris Karloff (una careta que Pierce copió de los protagonistas del aguafuerte Los Chinchillas, número 50 de Los Caprichos, que Goya publicó en 1799, y que se volvió el patrón estético de la creatura durante décadas), mientras que la resurrección del cuerpo hecho de retazos, Whale la concibió a resultas de la electricidad. Cosa que desde entonces se da por cierto aunque no sea parte de la novela.

Desde la cinta de Whale se han rodado más de sesenta versiones de Frankenstein. Casi todos los realizadores coinciden en que la maldad del monstruo es una venganza al repudio, la persecución y el odio que su deformidad provoca en la gente; todos concuerdan en que ese ser atormentado solo aspira a la amistad, al amor, a la piedad. Sin embargo, nadie se enfoca en el doctor que genuinamente imaginó Mary Wollstonecraft: un ser melancólico, taciturno, solitario, sutilmente maligno.

En 1994, Kenneth Branagh dirigió la versión más apegada al libro y no muy valorada por la crítica y el público. No obstante, su mayor acierto fue el espantajo interpretado por Robert De Niro, un ser que conjuga la ternura y la infamia impecablemente. Esa cinta, producida por Francis Ford Coppola, pudo ser mejor de no ser por el carácter alegre y juguetón que Branagh le confirió al hosco y afligido científico del original, más los deslices de melodrama con que sabotea la línea macabra del relato.

El monstruo de Mary Wollstonecraft es la creatura favorita de Guillermo del Toro. Su Frankenstein, una versión muy personal complementada con La novia de Frankenstein (James Whale, 1935) y The Bride (Franc Roddam, 1985), también es el reverso exacto de su Pinocho (2022). Del Toro interviene el relato con personajes de su invención, como Harlander, el tío sifilítico de Elizabeth; medita en torno de la divinidad, la paternidad, la orfandad, la culpa y, diría E.M. Cioran, el inconveniente de estar vivo; rinde homenaje al cómic: el monstruo de Del Toro se inspira en las imágenes de Bernie Wrightson, ilustrador de la edición gráfica de Mary Wollstonecraft. Encima, es inmortal.

Sin embargo, hay algo que se echa en falta en este Frankenstein del cineasta tapatío. Aunque visualmente eficaz, uno espera un universo más oscuro y retorcido. Una fantasía de espeluznante desconsuelo, digamos, como el mundo que habita la entrañable Ofelia en El laberinto del fauno (2006), donde en la pesadilla hay más misericordia que en la realidad atroz de los mortales. Y es que, como La forma del agua, este nuevo filme de Guillermo del Toro resulta de buena factura, estrictamente para el mainstream, pero queda lejos de una propuesta innovadora que lo distinga de los demasiados Frankensteins y sus clichés.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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