Cultura

La vida de los muertos

Ciencia

Las biografías no alcanzan a contar lo que pasa tras la muerte. El fenómeno post mortem merece su propio género.

Las biografías comienzan con el nacimiento de una persona, relatan los acontecimientos de su vida, sus hazañas y desventuras, sus triunfos y derrotas. Las biografías describen los caminos recorridos por el biografiado hasta el día en que le sobreviene la muerte.

Sin embargo, en muchas ocasiones, el último evento, el deceso y final de la semblanza es solo el comienzo de un nuevo trayecto. A veces el óbito es la línea de arranque de una secuencia de acontecimientos posteriores a la vida del sujeto. En ciertas ocasiones alguien nos contará lo ocurrido con la persona in absentia aunque no existe nombre concreto para lo que ya no es biografía, porque no es el relato de un vivo sino el de un muerto. No hay un género literario, como el biográfico, que describa el acontecer, los ires y venires, las diligencias, amarguras y sinsabores de los difuntos.

Lo mismo puede ser Albert Einstein, de quien, al morir, fue robado su cerebro iniciando una historia que ya va a durar más que la vida misma del genial físico —el pasado 18 de abril se cumplieron 70 años de su muerte mientras que el vivo llegó a la edad de 76 años— o de cualquier otro, porque esto de contar historias de vivos y muertos no es cuestión de fama, esa que lo mismo alcanzan unos en vida que otros en la muerte.

Los vendedores de libros colocan, inapropiadamente, los relatos que existen sobre lo acontecido con los muertos en la sección de biografía. Ahí encuentra uno también las crónicas que comienzan con la fecha fatal para desarrollar luego todo lo que el protagonista ya no leerá. Es cierto que muchas biografías no son leídas por el personaje central, pero en el caso del relato post mortem tampoco recibirá crédito por acciones que de todos modos fueron tan involuntarias como inconscientes.

La razón para esa inadecuada clasificación es que no existe en los estantes de las bibliotecas o librerías un área para los relatos póstumos. ¿Quizá se los podría denominar tanatografía? Con el vocablo tanatografía podríamos referirnos a la historia y todo lo que ocurre con los muertos a partir del día de su fallecimiento, pero esa palabra compuesta, en donde una de las raíces griegas: “tánatos” se contrapone a otra “bio”, no existe como tal.

No tenemos la categoría literaria equivalente, pero opuesta o complementaria de biografía; y eso es un problema porque hay recuentos extraordinarios de algunos que, ya sea por fama, por naturaleza de la obra realizada, por accidente o nomas porque si, continúan siendo el centro de una frenética actividad digna de novelas, historias y, en fin… tanatografías.

Tenemos muchas biografías de Einstein, pero la puntada de Thomas Harvey de guardar para sí el cerebro del científico y conservarlo en tarros de formol por 23 años, provocó a los escritores que siguen buscando la manera de contar cómo es que esos fragmentos de cerebro se han esparcido por el mundo. Todavía se citan los estudios que cuentan más neuronas de lo normal en la zona parietal y no hace mucho que especialistas encontraron peculiaridades morfológicas en el cerebro del multi biografiado y tanatografiado: Albert Einstein.

Pero no es necesario ser una celebridad para que las aventuras de un vivo continúen después del funeral. La mujer desconocida de la que se enamoró Don José, —personaje central de Todos los nombres en la novela de José Saramago—, es un ejemplo de que la vida póstuma no es asunto de visibilidad o fama.

En su relato un empleado del registro civil quedó obsesionado con la maestra, la busca con denuedo dando vida a quien ya no la tenía. Aunque el registro civil ordenaba las fichas de cada ciudadano de manera que: “Están divididos, estructural y básicamente, o, si queremos usar palabras simples, obedeciendo a la ley de la naturaleza, en dos grandes áreas, la de los archivos y ficheros de los muertos y la de los archivos y ficheros de los vivos”.

La infructuosa averiguación y rastreo de don José en pos de la maestra llegó a provocar cambios fundamentales en la manera de archivar las fichas de vivos y muertos en las oficinas estatales. Muestra contundente de que la prolongación de los haceres y procederes de famosos e infames, conocidos y desconocidos, ocurre, sin importar cuántos metros de tierra los cubran ni cuán grande haya sido su popularidad.

Yo propongo aquí la palabra Tanatografía para los relatos “biográficos” de los muertos. Aunque el vocablo se puede confundir con nuevas tendencias tecnológicas que desarrollan métodos para descifrar, en marcas postrimeras, información útil de la muerte. Hay ahora una técnica inverosímil y sin fundamentos científicos que permitiría recrear la última imagen registrada en la retina de un muerto, es decir, lo que este vio justo antes de morir. Resultará muy injusto que la insólita y fraudulenta tecnología nos quite la palabra que adquiriría mejor uso y aplicación para describir la modalidad literaria que nos cuente lo ocurrido con los difuntos.

Al final de todas las cuentas y aun antes de que el sol se ponga, nada es más cierto que lo que dice José Saramago en su novela de registro civil: “Así como la muerte definitiva es el fruto último de la voluntad de olvido, así la voluntad de recuerdo podrá perpetuarnos la vida”.

AQ / MCB

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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